martes, 20 de octubre de 2009

Maldeojo

Llevo unos días raro. Si viviera mi abuela –significaría que yo tendría muchos menos años–, a buen seguro, me espetaría aquello de ‘te hicieron maldeojo’. Y eso ocurría por envidias y celos. Me echaría un par de rezados, yo me creería que surten efecto, e, ipso facto, jaquecas a la papelera de reciclaje.
Hoy, como tenemos de todo, deberá ser distinto. Además, esta sociedad se caracteriza, precisamente, por mirar mal al otro. Es decir, si todos hacemos lo mismo, nos hemos inmunizado casi sin darnos cuenta. Pero en el ganado es diferente. Y todavía queda mucho animal suelto por ahí. De cuatro patas, los menos.
Fíjense en estas ovejas gomeras; de Agulo, por más señas. Elegantes y fotogénicas cual una Noemi Campbell cualquiera. En blanco, salvo la que se esconde detrás que parece tener el hocico de color. ¿Y la del lazo rojo, qué? ¿Por qué se aventura a ponerse en primera fila? Chupa cámara sin recato alguno. El temor de su propietario dejó de ser tal desde el mismo instante en que pusieron alrededor de su cuello un elegante ‘cacho de trapo rojo’. Por mucho que yo quisiera causarle cualquier desgracia al ejemplar óvido (subfamilia de los mamíferos, aparte de rumiante, con abundante pelo o lana, fíjate tú, “el macho suele tener dos cuernos”), está debidamente protegido. El collar bermellón (casi) te escandila y ya no te da tiempo de mirar los ojos de la oveja. Ni desearle mal alguno, por supuesto.
Yo tengo otra teoría. Es la de colocar en el corral, o alrededores, un singular carnero mocho. Que los hay. No me preguntes, pero no tienen cuernos (saltándonos la teoría definitoria anterior). Cuando yo era joven (hace la tira), hubo uno en La Gorvorana. Y mucha gente lo confundió con ‘linda ovejita’. Claro, de entrada, tú no le vas a mirar la retaguardia, sus ‘dos’ señas de identidad. Y pegaba el bichito a recular que… ¡agüita! Con el susodicho no hay maldeojo que se meta en el rebaño. Más bien debe salir por patas el que pretende inocular tal enfermedad.
Claro, soy consciente de que no deben existir muchos ejemplares de tales características. Por lo que, mientras tanto, podemos ir escapando con estos remedios más caseros. Y más baratos. Quedándonos siempre la opción de que si el mal entrase en el bicho, nos resta la alternativa del rezado, porque en estos tiempos ateos que corremos puede ser estupendo bálsamo.
Aunque si te digo la verdad, y termino, viendo la docilidad del ganado –que bien la quisieran (la docilidad) los maestros en los chicos cuando hacen la fila–, no puedo entender el que haya tanta gente ‘atravesada’. Me voy porque ya me siento algo mejor. Hasta otra.

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