miércoles, 11 de noviembre de 2009

Crítica y autocrítica

No creo que este canal de internet, informativo o no, sea un sucedáneo del periodismo tradicional. Entiendo que al periódico de toda la vida le queda un largo camino por recorrer. Con las lógicas adaptaciones, con guiños más o menos vanguardistas, con secciones añadidas (la de los blogs, por ejemplo), pero en la que es menester reflexionar profundamente. Desde hace mucho más de un año, guardaba en esa carpeta de las memorias del ordenador un manifiesto de la Asociación de la Prensa de Sevilla que dio a conocer, al menos la versión que yo tengo, el corresponsal de La Vanguardia en Andalucía, José Bejarano. Insisto (y ahora lo recuerdo por el nacimiento de mi nieta: febrero de 2008), casi dos años.
Pretendo solo rescatar unas pinceladas, unos párrafos. Luego, ustedes, si a bien lo tienen, hacen las comparaciones de rigor con los informativos de la tele canaria, con las tertulias (a ser posible, teles locales), con los envidos, con los cortados o cafenitos…
Tal vez ha llegado el momento de marcar distancias del poder, tanto de los que lo ostentan como de los que lo pretenden conseguir, muchas veces usándonos de la forma más burda.
Me giro. Doy una vuelta por la derecha. Otra por la izquierda. Sacudo la cabeza. Salto y brinco. Brinco y salto. ¿Significa lo anterior que la prensa está arrimada? ¡No me lo puedo creer, no me había dado (de) cuenta!
El responsable de una sección informativa me confesaba que entre los intereses de su editor, los fantasmas y manías de su director, sus propios miedos e inseguridades y la inmadurez profesional de sus redactores, muchos en precario, en lo que menos pensaba a la hora de planificar los contenidos era en sus lectores.
O televidentes. O radioyentes. ¿La guanchancha? No, el aval de Tebeto y la media maratón de Santa Cruz. ¿Quién dices que ganó? ¿Paulino iba solo o lo empujaban los burros majoreros? Sí, yo estaba pensando en el interés informativo. ¿Y tú?
Los que creemos en el periodismo no podemos más que denunciar esa utilización espuria de los medios y proclamar a quien quiera oírlo que quien emplea el insulto, la mentira o las verdades a medias no son periodistas, aunque escriban en un periódico, hablen por la radio o salgan en televisión, o incluso tengan el carné de periodista en la cartera. Abominamos de ellos tanto como lo haría cualquier ciudadano honesto. Bajo la piel de periodista, como bajo la piel de arquitecto, abogado o maestro, se puede esconder cualquier desaprensivo.
Me alegro que se mencione el gremio docente, para que no me llamen interesado. Pero si fuiste capaz de leer las líneas anteriores, por tu mente pasaron personajes y personajillos tan abundantes en esta fauna como nefastos ejemplos de una profesión que denigran con sus esputos, porque ni siquiera saben escupir con elegancia y disimuladamente. No, manchan la cámara, mojan el papel e infectan el micrófono. “Oui, c´est une merde”.
En demasiadas ocasiones, los profesionales olvidan que las reglas de oro del periodismo son contrastar las informaciones, exponer todos los datos posibles sobre lo sucedido (los que avalen una teoría y los que la contradigan), el secreto sobre las fuentes, el respeto por el ámbito privado de las personas, deslindar información y opinión... La libertad de expresión no es una licencia para insultar ni denigrar a nadie, sino para exponer los datos que ayuden a sacar conclusiones sobre lo ocurrido. Sería bueno que las asociaciones dedicaran esfuerzos a difundir el código deontológico de la profesión periodística.
Lo malo, pienso, es que algunos, como no saben leer o no comprenden lo que leen, lo mismo lo confunden (el código) con aquel papel higiénico que traía ilustraciones de crucigramas, chistes, busca las diferencias, sopas de letras… Entretenimientos que acababan, por razones obvias, hechos un asquito.
Solicito las disculpas por si han querido atisbar reproches escatológicos, pero no puedo olvidar lo que decía mi abuela: ¡carajo, lo que está a la vista no requiere espejuelos! Debe ser por eso que no creo exista periodismo amarillo, sino más bien periodismo canelo (marrón, si te gusta más fino, aunque el (mal)olor sea el mismo).
Hasta más ver.

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