martes, 10 de noviembre de 2009

¿Este agua o esta agua?

Cuando yo era político (activo), hace unos centenares de años, no existía la costumbre de beber agua como ahora. Al menos no tanta. Te habrás fijado que el agua es bálsamo, consuelo y alivio. Caminas un rato y observas que todos llevan una botella en la mano. Vas a una clase cualquiera y hallarás a todos los alumnos con el agua a su alcance. Vivimos en un país de sedientos. Hasta hace bien poco, una de medio litro era suficiente. Pero ya se impone la litronaymedia o, incluso, la doslitrona. En recipientes que siguen los dictados de la moda y se complementan con destacado colorido (¿será para disimular que le añaden el vetetúasaberqué).
Manifesté al inicio lo de político porque en las sesiones plenarias de los ayuntamientos actuales, ídem de ídem. De tal suerte, me tropecé con una fotografía en la que se ve a Lola Padrón con dos envases ante sí. Y el siguiente pie de foto: ‘A Lola no le sienta este agua’.
Te puedo jurar solemnemente, palabrita del Niño Jesús, que cuando transcribí el aludido pie y puse ‘este’, el ordenador –él solito– lo cambió por ‘esta’. Insisto, él solito. Hagan ustedes la prueba. Y tuve que retroceder para dejarlo mal, porque el comentario lo exige.
En el Diccionario panhispánico de dudas del año 2005 (copyright de la Real Academia Española, por si acaso) encuentro: “La fuerte asociación que los hablantes establecen entre la forma el del artículo y el género provoca, por contagio, que se cometa a menudo la incorrección de utilizar las formas masculinas de los demostrativos este, ese y aquel delante de este tipo de sustantivos: este agua, ese hacha, aquel águila, cuando debe decirse esta agua, esa hacha, aquella águila. Hay que tener presente que el empleo de la forma el del artículo no convierte en masculinos estos sustantivos, que siguen siendo femeninos”.
Aclaración gratuita que brinda este humilde servidor a quienes puedan sentirse aludidos. He detectado, en este escaso tiempo sumergido en esta, para mí, nueva faceta, que sigue habiendo mucho atrevido. No digo que deba ser este un mundo paralelo al periodismo, pero sí debemos guardar las formas (y las más elementales normas lingüísticas).
Aconsejaba Pepe Díaz Herrera, el periodista que desnudó a Pedro J. Ramírez (en un libro), a las nuevas generaciones que conforman las redacciones de los diarios "que manden Internet a la mierda y salgan a la calle, porque Internet sirve en todo caso para documentarse. La información está en el lugar donde se produce la noticia, y por tanto los periodistas tenemos que seguir yendo a los sitios, porque eso es lo que nos distingue de los blogueros y de toda esa gente que anda escribiendo por ahí. Y además hay que contrastar las cosas, no fiarse de la primera versión, y tampoco de los documentos oficiales".
Tengo la impresión de que esa alusión a la diferenciación del mundo de los blogueros y a todos los que andamos escribiendo por ahí, supone una tremenda carga de profundidad que intenta rebajarnos –me incluyo– a una tercera división. Y puede que nos lo tengamos bien merecido. Porque una cosa es que hagamos nuestros pinitos, que demos a conocer inquietudes y preocupaciones, que aspiremos a que nos lean y que mantengamos la esperanza de alcanzar la fama literaria, pero, jolines, antes de presumir de capador, asegúrate el haber cortado, al menos, un par de huevos.
Las pruebas al respecto serán halladas (basta un simple clic) en las entradas del presente o en la parte superior donde dice ‘siguiente blog’. Experimenta, es gratuito.
Un día de estos haremos una crítica (¿autocrítica?) del periodismo. Hasta la próxima.

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