miércoles, 20 de enero de 2010

Cosas de los chicos de antes (y 3)

(continuación)
Pero, a pesar de las dificultades, se debe abrigar la convicción que, con paciencia y mucha constancia, los celosos ediles, llamados a poner coto a estos males, pondrán en práctica cuanto esté a su alcance para extirpar tan tristes y vergonzosos hechos.
“Castíguese á los niños conforme á su edad y sus merecimientos; oblíguese á los padres á que los tengan en sus casas y los envíen á las escuelas; auméntese el número de éstas para que no sirva su escasez de excusa; auméntese también, si fuere necesario, la policía, lo que no significaría más que una insignificante adición al presupuesto de gastos, adición sobradamente reproductiva en todos los sentidos; háganse cumplir exactamente las ordenanzas municipales, y de esa manera, es indudable que se lograría la realización del objeto apetecido y se rendiría el debido tributo á la cultura y la moral”.
La llegada de los automóviles a la isla produjo más de un quebradero de cabeza. Los llamamientos a las autoridades era tema frecuente en los periódicos. Como el siguiente ruego al señor alcalde:
“En evitación de una posible desgracia, nos permitimos llamar la atención de la primera autoridad local, sobre el abuso que vienen cometiendo una infinidad de chiquillos á la llegada de los automóviles. Desconociendo el peligro, y sin los autos estar parados, llega á tanto la osadía de esos pequeños, que se trepan en los mismos.
Nosotros creemos debe tomarse una medida radical, y ésta es que se multe sin consideración de ninguna especie al padre del pequeño que se sorprenda en los ‘juegos’ que denunciamos” (Arautápala, Puerto de la Cruz, 27-enero-1910, año I, número 117, página 2).
Otra queja que se eleva al alcalde y que transmite una serie de respetables personas, es la de la chusma de chiquillos que todas las tardes se sitúan en la plaza de la Iglesia, molestando a los vecinos y a los muchos extranjeros que frecuentan aquel sitio (Arautápala, Puerto de la Cruz, 19-abril-1910, año I, número 151, página 2).
En la ‘Sección de Noticias’ del periódico Arautápala (20-agosto-1910, año II, número 204, página 2) se recoge un ruego para el inspector de policía, porque el Dr. D. Santiago Ingram se lamentaba, “con sobradísima razón”, ante la verdadera plaga de pequeños que circundaban su auto, estando en marcha y desconociendo el peligro que corrían, cada vez que debía salir a cumplir con sus obligaciones.
“Múltese sin contemplación de ninguna especie á los padres de esos niños, y se recojerá [sic], seguramente, el fruto deseado. Así lo esperamos del celo con que viene desempeñando el cargo la persona á quien van dirigidas estas líneas”.
Los asedios a los extranjeros fue permanente punto de crítica. Un ruego de Arautápala (11-octubre-1910, año II, número 227, página 2), a quien corresponda, para que eviten las molestias producidas diariamente y “que ahora con motivo de venir á tierra los pasajeros del vapor ‘Aguila’ se han puesto una vez más de manifiesto”.
Enésimo ruego al señor alcalde (El Teide, Puerto de la Cruz, 16-noviembre-1910, año II, número 230, página 2): “Por las calles de S. Felipe y transversales vuelven otra vez las cuadrillas de chiquillos á hacer sus guerrillas apedreándose, exponiendo al tranquilo vecindario ó transeunte á recibir un ‘confite’ que no sabrá á dulce por cierto. ¿Podría disponer que los policías dieran sus recorridos desde la oración por las referidas calles para evitar una desgracia?”.
Reuniones de jóvenes, de 7 a 9 de la noche, “formando grandes escándalos y vertiendo palabras obscenas que lastiman la buena moral de las señoras y señoritas de aquellos contornos. Como nuestro celoso Alcalde está siempre dispuesto a corregir toda clase de abusos, no tenemos inconveniente en llamarle la atención sobre el particular, con el fin de que dé las oportunas órdenes y desaparezca esa comparsa de jóvenes que tienen perturbada la tranquilidad de aquel vecindario”. El lugar es lo de menos. Los hechos y las informaciones se repiten machaconamente (La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 16-enero-1911, año I, número 79, página 2).
En la misma sección, ‘Voces de la calle’, otras quejas vecinales por las molestias que ocasionan los chicos que se dedican a ensayar el arte taurino en las vía pública (La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 30-enero-1911, año I, número 90, página 2). “Convendría que la policía disolviera esas ‘corridas’ callejeras y mandase á esos niños á la escuela ó á tomar el biberón”.
Y los chicos jugando al balompié en la calle también es motivo de quejas vecinales, pues “con una pelota de regulares dimensiones”, se exponen “á romper algunos cristales de aquellas casas y dar un golpe al transeunte”. Pero no conformes con ello, también molestan con malas palabras y hechos a todo el que pase por allí. “Justo es que los guardias se den, por las tardes especialmente, algunos paseitos por aquella calle” (La Gaceta de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 10-marzo-1911, número 232, página 2).
Las quejas de varios vecinos de la calle Puerto Viejo de los abusos cometidos por una tanda de chicos que se dedican a pintar las fachadas de las casas y molestar a los transeúntes, es trasladada, en su sección de ‘Noticias’, por el portuense Arautápala (28-marzo-1911, año II, número 298, página 2) “a quien corresponda, para que de una vez evite estos hechos pocos cultos de nuestro pueblo”.

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