Un buen amigo –asturiano, por más señas– se refiere siempre a ciertos personajillos como “los tontos del culo”. Son aquellos que no tienen donde caerse muertos pero resuelven los asuntos hablando con su abogado. Y es que hay letrados con suerte, porque sujetos con tres pelos en el extremo inferior del aparato digestivo los hay a cientos. Cada vez más. Y menos mal que sólo tienen tres, pues si fueran cuatro o más, habría bufetes enteros a su disposición. Chiquita falta de ignorancia, que diría el otro.
Suelo seguir los consejos de la gente que sabe más que yo, a saber, casi todo el mundo. A Servando le debo el generoso consejo de virar la antena para Izaña. He ganado en educación, modales y la tensión alta me ha bajado un montón. Y que, a veces, es mejor mantenerte desinformado. Gracias a Ares y Emule tengo varios cedés con música de todo tipo con lo que, salvo en ocasiones la Cadena Ser , en el coche voy la mar de entretenido. Lo malo será cuando entre en vigor la ley de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y me veré obligado a poner el asunto en manos de mis abogados, porque no hay derecho a que no pueda bajar libremente las canciones que me vengan en gana, sin pagarle un maldito céntimo a quien se estrujó el coco para ponerle letra y música. Por ejemplo, yo mismo, modestia aparte. Una grabación que vio la luz en febrero de 2009 y de la que aún no he visto un euro. Para que luego digan que la SGAE acecha detrás de cada esquina.
Cuidadito con eso, que por muy católico, apostólico y romano que sea, si tengo que llamar a alguien hijo de su muy honrosa madre, lo hago y después me confieso. Y si el cura se pone borde, hablaré con mi abogado. Esto es una línea editorial en toda regla. ¿Mía? ¿En un blog? ¿Estamos locos o qué?
Perdonen la brevedad, pero tengo una cita. ¿Con quién si no?
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