viernes, 26 de febrero de 2010

Linchamiento mediático


Todos recordamos el triste caso de la niña fallecida en el Sur de la isla de Tenerife. Y de cómo se acusó erróneamente al novio de su madre. Ríos de tinta, informativos y telediarios, crónicas y reportajes, entrevistas a mansalva se congregaron en corto periodo de tiempo. Se silenció el caso durante una temporada, en la que llegué a escuchar que habían prescindido de sus servicios, pero ahora vuelve el abogado, Plácido Alonso Peña, a recobrar, parece, el protagonismo perdido. Y lo hace diciendo que sólo se puede compensar lo que le ha pasado al joven con dinero. Triste y lamentable. Porque ese calvario, a buen seguro, no se compensa con nada. Pero hay picapleitos que nadan en la porquería, en lo fácil, en lo chabacano, como peces en el agua. Ya tuvo el susodicho unas intervenciones dignas de las mayores repulsas en los días aquellos en que los medios de comunicación se rifaban ‘la carne fresca’. Hay comportamientos difícilmente justificables.
Habrá querellas a diestro y siniestro. Si se creen ajustadas a derecho, adelante. Independientemente de las que pueda ejercer la madre de la pequeña. Perfecto. Nada alega de los recorridos por determinados programas de los que yo denomino ‘de por la tarde’. Y ustedes me entienden. Porque cuando uno piensa que le asiste la razón, no son precisamente esos espectáculos el escaparate adecuado. Así que lo de linchamiento mediático no acabo de entenderlo bien. Porque si, como contrapartida, tú te prestas a seguir el juego (¿a cambio de nada?) de aquellos que se sustentan en la explotación miserable del morbo, malo, malo y peor.
Es más, el señor Alonso no descarta la posibilidad de una exclusiva mayor, incluso una película. Para la que, me quiero imaginar yo, se le pasará la recaída gorda que tuvo el triste protagonista en las pasadas navidades. Qué vergüenza, señor abogado. Si le añado su comentario poco afortunado acerca de las ayudas a las mujeres maltratadas y ni un euro al falsamente acusado, creo que muy mala calificación se está usted otorgando. Me recuerda sobremanera las conductas y pareceres de otros colegas suyos. Y no quisiera pensar aquello de que todos son iguales. A lo mejor encuentra una nueva línea de trabajo como guionista.
Da la impresión de que la prestigiosa carrera de Derecho ya no es tan complicada. Y que parece estar al alcance de cualquier dicharachero (condición sine qua non). Da la impresión, insisto y recalco, de que deben recurrir a los medios para ganar adeptos. A costa de lo que sea para medrar. Por este Norte tenemos algún ejemplo.
Pida usted dinero porque el proceso es arduo. Llegue a Madrid o a Estrasburgo. Cuando alcance lo pretendido en indemnizaciones millonarias, todo habrá concluido. El honor del acusado por error habrá sido reparado, el caso olvidado y sepultado y su currículum engrosado ampliamente. Porque el dinero es lo único capaz de reparar las injusticias. Será un botón más de lo que ‘poderoso caballero’ es capaz de hacer. Siga usted en esa línea, pues “lo que ha pasado sólo se puede compensar con dinero”. Lo demás, incluyo la moralidad, la honradez, la integridad, es accesorio.
Espero no tener que recurrir jamás a los servicios de un abogado. Hasta ahora, toco madera, no los he necesitado. Pero, si por un casual, ello tuviese que hacerse realidad, no cuente usted conmigo. En la vida no todo puede reducirse a lo meramente material. No me malinterprete, renunciar a las posibles indemnizaciones, no; pero de ahí al titular que da pie a este comentario, va un abismo. Precipicio que a muchos de su profesión se le importa un pimiento y se lo pasan por el forro de la toga, porque los códigos éticos son simples pasajes de la facultad, que fueron condenados al ostracismo cuando pusieron la mano para la primera prebenda.
A los buenos amigos abogados que tengo deberé señalarles que el presente comentario, ustedes lo saben mejor que yo, tiene nombres y apellidos. En plural, puesto que ojalá sólo fuera el del denominado ‘caso Aitana’.

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