viernes, 5 de marzo de 2010

Conciliábulo


Hoy pienso ir a comer con unas cuantas amigas (que no se entere mi mujer). Todas ellas relacionadas con el campo –chiquito campo– de la docencia. Grupo selecto, escogido, en suma, la crème de la crème. Debe ser la quinta ocasión, más o menos, que el conciliábulo (sí, somos algo ocultos) se produce. En la susodicha (reunión) no hay autoridad legítima. Bueno, a decir verdad tampoco ilegítima. Es más, ni competente ni incompetente. Algo así como neutros, amorfos, indefinidos.
Aunque llevo unas semanas de régimen alimenticio –más que estricto, controlado, sin excesos–, haré la excepción que corresponde a los domingos. Prometo, no obstante, ser comedido. También lo deberemos ser en los comentarios de rigor. No sea que vayamos a un lugar al que también puedan acudir especímenes de otras estratos, de otras esferas… Coño, que pueda haber alguien de la consejería escuchándonos. Porque cierta vez estábamos en el Mi Niño (¿se puede hacer publicidad?) echándonos el cortadito y había detrás un director general con la oreja en bandolera. Oye, te habrás dado cuenta de que estoy minúsculo perdido, pero como perdí –y valga la rebuznancia– la fe (y la esperanza, sólo me resta un fisco de caridad), sólo pongo mayúscula en los ejemplos de libro, propios y bien propios.
Seguro que saldrán asuntillos relacionados con la práctica diaria de cuidar chicos. Bien es cierto que al menos dos de los comensales se hallan felizmente jubilados y apuntados a Mundo Senior. Pero siguen preocupándose, fíjate tú, de las cuestiones que constituyeron su modus vivendi durante varias décadas. Y a pesar de que cobran del ente Clases Pasivas, creen, ilusos ellos, que aún pueden ser partes ‘activas’. En fin, déjalos estar. Bienaventurados los pobres del espíritu porque cualquier día alcanzarán un estampido. ¿Era así o cambié algo?
Hace unos días pasé por la imprenta en la que se elaboró La Pizarra en estos años atrás. Y debieron pensar que todavía seguía en el curro porque me preguntaron qué pasaba este curso con el periódico. Le cogieron en esa empresa tanto cariño como el que sentíamos unos cuantos implicados en su confección. Dicen que nada se destruye pero todo se transforma. Debe ser eso. Hay enfoques y enfoques, puntos de vista y puntos de vista.
Pero a lo que íbamos. ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Comeremos, charlaremos, arreglaremos el poco de mundo que nos quedó de la cita anterior (el caso cubano lo tenemos crudo porque el comandante está y no está, se pone el chándal y se quita el chándal; eso sí, allí no se tortura a nadie), y, sobre todo, recordaremos los buenos momentos, las buenas gentes, en suma, las alegrías con las que todavía esta profesión abnegada nos sorprende; muy de vez en cuando, pero nos sorprende y nos anima, a pesar de todos los pesares.
Y no pasaremos de ahí, so pretexto de tratarse de una comida privada, casi familiar. Porque el peligro de las demasías puede traducirse en molestas indigestiones. Y de ellas tenemos bastantes en la brega diaria.
La ilustración es un óleo del pintor colombiano (de Barranquilla) Yamil Cure, titulada, precisamente, ‘Conciliábulo’. Feliz fin de semana.
Por mi parte, si nada cambia, hasta mañana.

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