En un extenso reportaje publicado en ‘El País’ (02-03-2010) reconocía la autora, Susana Pérez de Pablos, que lo que está ocurriendo en la educación no es tan difícil de entender, pues al igual que sucede en el ámbito sanitario al enfermo hay que tratarlo a tiempo. A saber, el problema existe y se percibe, pero no se corrige. Todos los expertos (la mayoría no ha pisado un aula desde que dejó la universidad) coinciden en señalar que el inicio del conflicto se halla antes de la ESO. Como docente retirado a mis cuarteles de invierno quisiera pensar que no se cargan las tintas, única y exclusivamente, en el profesorado de Infantil y Primaria. Yo tengo una teoría medio extravagante: vivimos tan deprisa y tan estresados que fabricamos los chicos a demasiada velocidad, pensando en la hipoteca y en que tengo que salir rápido del trance para resolver unas cuestioncillas pendientes, que ya los críos vienen con una carga genética descarriada. Nacen ausentes, idos, entretenidos. En sus asuntos, como nosotros mismos sin ir más lejos.

Enseñamos matemáticas como siempre y no nos percatamos de que, quizás, el chico no sabe leer. Y, por lo tanto, es incapaz de comprender nuestro mensaje. Puede que tenga asumidos los conceptos, pero no sabe combinarlos en un problema porque se pierde ante los planteamientos que se le exigen. Resumiendo: ha adquirido los mecanismos de la operatoria, pero estos se difuminan cuando se le señala que deben ir a hacer una compra con 20 euros en el bolsillo y adquirir cuatro productos para luego retornar a casa con vete tú a saber cuánto.
Desde todos los frentes se lanzan mensajes de que lo importante es ser famoso, alcanzar el éxito en la vida. Que se refuerza con lo de que tenga lo que yo no tuve. Con esos condicionantes la escuela difícilmente podrá ir más lejos. Máxime cuando se espera hasta tercero o cuarto de ESO para ‘diversificar’. Por muchas vías o itinerarios que se abran en cuarto, si el déficit se viene arrastrando desde los primeros años de primaria, guárdame un cachorro. O el catarro se trata en el momento adecuado o la pulmonía no te la quita ni el mejor galeno. Y por muy buen maestro que halle en esos niveles, con una clase generalmente masificada, un par de críos de estas características –me quedo demasiado corto– te fastidian el invento. Traduzco: nada que rascar.

Es un tema harto complicado, pero me niego a considerarlo fracaso escolar. Trasciende las cuatro paredes de los centros docentes. Y ello no significa que los profesores escurramos el bulto. En unos tiempos en los que nos ha correspondido, además, ser asistentes sociales, niñeras, enfermeros, confesores espirituales, psicólogos, guardianes, celadores, conserjes, personal de mantenimiento, auxiliares administrativos y señoras de la limpieza.
Ahí lo dejo, porque me conozco y acabaré mentando a Paulino, Milagros y resto de la congregación. Hagan ustedes, si a bien lo estiman, el resto de reflexiones. Añadan, supriman, subrayen, tachen, emborronen… En fin, conviértanse por un día en escolares, que a mí me queda ya un poco lejos. Hasta mañana.
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