miércoles, 3 de marzo de 2010

Las trincheras del PP


Venía Manuel Fernández por El Pinar p´arriba y justo a la entrada para la Hoya del Morcillo atisbó a Fernando (Fernández también) que bajaba de Jinama (se había asomado a El Golfo –qué pillín– por comprobar si se le pegaba alguna ruindad). Manolo se hizo el despistado, pero como Fernando es zorro viejo se dijo a sí mismo sin ir más lejos lo que contiene el siguiente paréntesis (‘a éste lo trinco yo’). E ipso facto, agarró un higo de pico seco (de los que se encuentran en la siguiente curva a mano abajo según vas p´a La Restinga, o  a mano arriba si vas p´a San Andrés y antes de donde agarras p´a el Mirador del Mar de las Calmas y el Roque de la Bonanza). Eso sí, con sumo cuidado pues aún le quedaban unos cuantos picos (de ahí adquiere su nombre propiamente). En esto que Manolo agacha la cabeza (como el avestruz) en premeditado plan de camuflaje, sale Fernando de detrás de un hermoso ejemplar de pino y le estrega el consabido higo en toda la cocorota. Las risas del uno (imagínate quién) guardaban relación directamente proporcional a los lamentos y quejidos del otro (imagínate quién).
Y entablan tremenda disputa (tienen bien asumido lo de ‘disputados’) que la saldan con una invitación en El Mentidero. Agarraron (los conductores oficiales estaban en Valverde haciendo unas diligencias) por el atajo del mirador de Tanajara y p´a qué fue aquello. Manolo, al que todavía le escocía la coronilla, hizo ademán de sacar… No le dio tiempo, se quedó en el intento, porque Fernando, ágil como un pastor palmero brincando en La Caldera, hizo un finta de cintura y le dio en el totizo con una vara corta que llevaba disimulada debajo de la chaqueta. Chacho, chacho chacho, p´a qué fue aquello (otra vez).
El grito del guanche herido se escuchó en Tacorón y El Lajial. Las carcajadas de imagínate quién se mezclaron con el alarido y el concierto de ayes y jas (algún je-je asimismo) rondaron parajes y paisajes… Trincheritas a mí, aducía Fernan. Me agarraste a traición, balbuceaba Manolín. Segovia se enterará de esto, no lo dudes. Cuanto que llegue me lo chivo todo, abusador de piñeros. A Segovia se lo digo.
El palmero, fiel a la tradición de ser más suyo que nadie, se calló. Pero meditó socrática e hipocráticamente: le pegué con demasiadas ganas; ya confunde las provincias; es Soria, Soria, Soria. En ello estaban ambos dos y sin percatarse ni un tanto así, allí a la entrada de El Mentidero les esperaban La Niña y Jose. Los chillidos de la una y las miradas electrostáticas, cínicas, jocosas, perniciosas, asalmonadas del otro pusieron el adecuado contrapunto.
El pueblo, menos mal que es bastante pequeño, se asomó en peso. El cura acudió ipso facto (otra vez; traduzco: de manera inmediata) por si había que practicar un exorcismo. Un exluchador llamado Eligio que casualmente bajaba (en El Hierro es muy típico esto de las bajadas) de Los Humilladeros pensó dar parte al juzgado de guardia, pero Valverde le pillaba lejos. Los cogió a los cuatro, ni siquiera les permitió que probaran un vinito de moras, los metió en un furgón de Terencio que había traído una compra, y los empaquetó p´a La Estaca, advirtiéndoles que de no seguir las instrucciones, alcanzarían cuatro o cinco estacazos cada uno. Por supuesto que previamente había desarmado a Manolo, requisándole aquella pistola de juguete que llevaba en el bolsillo de atrás del pantalón, haciéndole un ridículo bulto que lo delataba cada vez que se agachaba para sentarse. Fernando, cabizbajo, imaginó que ojalá hubiese sido una buena rapadura. Le habría hecho más daño con la punta. Cristina entornó sus ojos verdes, cual gato acariciado, y lanzó una media profunda mirada a José Manuel que, como siempre… ni caso.
Se comenta que cuando el rápido de Fred Olsen llegó a Los Cristianos ya hablaban, y se comportaban, con fundamento, de manera que al subir al furgón que conducía Manolo Domínguez sólo discutían del próximo comité y de las combinaciones a realizar para ubicar a Angelito sin que Zerolo se molestara mucho. De vez en cuando, a medida que transcurría el viaje muy de vez en cuando, Manolo (Fernández) se rascaba la cabeza por la parte superior tirando p´atrás. La brisa fresca de la noche por la autopista del Sur mecía el medio bigote de Jose que quedaba justamente pegado al cristal que sabiamente Manolo (Domínguez) dejó entreabierto.
Luego se atrincheraron en Santa Cruz y bien pronto se corrió un estúpido velo…

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