sábado, 6 de marzo de 2010

A patear, por las tardes


No suelo salir a pasear por las mañanas. La razón es bien sencilla. Te explico: fui el pasado miércoles a la oficina de CajaCanarias en La Vera para actualizar la libreta. Por cierto, voy tan de vez en cuando que me asusto cuando retiro la susodicha de la máquina con un sinfín de asientos. Te los puedes imaginar: todos negativos. ¿Y por qué no en la mía, la de La Longuera? Por el aparcamiento. Además en la primera de las poblaciones citadas suelo poner la primitiva semanal –único vicio reconocido de este servidor de ustedes–, ya que es dónde sólo alcanzo una de tres o algún reintegro extraviado. Y allí mismito, a las puertas de la entidad, me trincó una madre de alumno del instituto donde cumplí con la misión evangelizadora encomendada durante los siete últimos cursos de mi actividad laboral, y me mandó una filípica de mucho cuidado. A decir verdad ella misma reconoce que su hijo ha sido medio trastito en esto de poner los codos encima de la mesa, pero de ser cierto lo que me contó, no entiendo cómo el vástago, sin finalizar la ESO y sin cumplir los dieciocho años, se puede hallar sentado en casa sin arte ni beneficio, esperando a poder matricularse en adultos para intentar acabar la dichosa Secundaria. Dice, ella y no yo, que la engañaron.
Luego paso por el barrio en el que he vivido casi toda mi existencia. Y en una de las aceras de La Longuera, después de haber alcanzado una mojada de un balcón (debía estar la buena señora regando las plantas o limpiando la tierra después del último temporal), me ‘atacan’ otras dos madres preguntándome para qué me había jubilado. Menos mal que Zapatero me lo está poniendo a huevo, por lo que la respuesta obvia fue: para que no me crucifiquen los chicos cuando con sesenta y siete entre arrastrándome en un aula. Al menos así te evitas las dichosas comparaciones. Que siempre salen a colación. Y como tú estás allí de cuerpo presente –léase, delante de ellas mismas–, viene a resultar aquello de qué bueno eras, qué bien lo hacías, ahora todo es distinto… Claro que ahora es distinto. Normal y lógico. Diferentes personas, distintos pareceres y, simplemente, otras actuaciones. Me quiero imaginar cómo se cambian las tornas cuando uno se halle ausente, reproduciendo idéntica situación pero con otros personajes. Déjalo estar. Me da unos escozores…
Aproveché la ocasión para entrar a saludar a Conchita, la de la ferretería. Eso sí que es un comercio de atención directa al cliente. Y de los de toda la vida. ¿Ya te jubilaste, mi niño? Fíjense bien, yo era el niño. Eso sí, niño jubilado. Y ella detrás del mostrador desde que yo era joven. Pero siempre igual. Yo creo que a Zapatero le llegaron referencias. Conchita te atiende, después de larga charla sobre las familias, te hace la cuenta en un cacho de papel y tras obtener el resultado, a ojo de buen cubero (ni calculadora, ni tantos por ciento ni otras sandeces), te dice: dame tanto (siempre menos de lo que dicta la suma pertinente). Y allí sigue. Y allí permanece. De vez en cuando Luciano le echa una mano. Pero ya se sabe, todo acaba en el ‘quítate de ahí que tú no sabes dónde está’.  Qué trastos somos los hombres cuando comenzamos a tropezar con todo. ¡Ah!, Conchita es tía de Lola Padrón. Y para mí es una muy buena referencia, porque los genes son los genes.
Bueno, alguna cosilla más hubo, pero con estos antecedentes tú me dirás si apetece ir a caminar por la mañana. Qué va, lo dejo para por la tarde, como lo hacía antes y seguirán creyendo que por la mañana estoy en el curro. Hace unos meses, una señora me preguntó: ¿todavía estás en el ayuntamiento? Me dejó descolocado perdido. Quería quejarse por las cacas de los perros en la Rambla de Castro. ¿Qué, sigo con los ecologistas o con Wladimiro?
Hasta mañana, que me conozco.

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