viernes, 2 de abril de 2010

El decretazo


En el repaso mañanero de la prensa se encuentra uno con pinceladas atrayentes. Verbigracia, las declaraciones del portavoz gubernamental, Sr. Martín Marrero, acerca de la poca importancia que se le concede al cruce de ‘dardos envenenados’ a raíz de la visita de Rajoy. El pacto goza de buen salud. Y me lo creo. Porque es algo bien diferente al que había aquí en Los Realejos. Éste era un pacto político, aquél es un pacto de intereses. Y donde hay ‘agarradera’, quítense unas palabras de más. Ni comparancia.
Lo más interesante, entiendo, de la reunión del Consejo de Gobierno fue la retirada del denominado ‘decretazo’. Los sindicatos del sector de la enseñanza lo han celebrado por todo lo alto. Han ganado la primera batalla, dicen. Como mis sufridos lectores comprenderán, no me hallo con el ánimo suficiente para valorar algo que pertenece a mi vida anterior. En esta reencarnación me encuentro la mar de feliz y volcado en otros quehaceres. No obstante, uno lee, porque mantenerse informado es sano ejercicio. Y lo recomiendo. En ello estaba, cuando en Diario de Avisos me doy de bruces con un artículo firmado por Enrique Bethencourt. Del mismo extraigo:
“Dejar todo en manos de la antigüedad es un error. Ha ocurrido así en las oposiciones. En las celebradas a principios de los 90, interinos con un 3 sacaron la plaza, la misma que les fue negada a opositores libres con un diez, leen bien, con un diez. No es de recibo. Es más, constituye un auténtico escándalo y una vergüenza lo que entonces sucedió. Fue absolutamente bochornoso, inmoral e injusto aquel procedimiento de acceso a la función pública.
Hoy, afortunadamente, está más atenuada esa brutal diferencia entre los que se presentan en una modalidad y otra, aunque lo siguen teniendo muy difícil los que no cuentan con experiencia docente en el sistema público. No pretendo estigmatizar ni demonizar a los interinos, entre los que hay regulares, buenos y malos profesionales de la enseñanza. De hecho, una de las mejores maestras que he conocido en los últimos años, un ejemplo de dedicación, de calidad en su ejercicio profesional y de amor por su trabajo y por los niños y niñas a los que educaba, había fracasado repetidamente en las oposiciones. Pero, indiscutiblemente, era una excelente maestra, capaz de estimular y de sacar el máximo partido a sus alumnos y alumnas. Sin embargo, la antigüedad no puede ser el baremo determinante.
Por otra parte, también hay que reconocer que el hecho de obtener una brillante nota en las oposiciones no garantiza ‘per se’ que se sea un buen docente. Los hay que, con los mejores expedientes, con master y cursos por un tubo, con sobresalientes en cada prueba a la que se presentan, son unos verdaderos troncos dando clase, careciendo de vocación y de las mínimas cualidades para ejercer tan noble tarea, siendo incapaces de manejarse en un aula y de contribuir adecuadamente al aprendizaje de las materias que imparten”.
Ignoro si puede haber alguien que no esté de acuerdo con lo manifestado en los tres párrafos precedentes. Me temo que no. Ahora bien, sentadas esas premisas, lo que se impone es que la Consejería y los representantes sindicales alcancen un acuerdo para poder armonizar esas dos posturas o situaciones aparentemente antagónicas. He ahí el quid de la cuestión. No es fácil, no. Pero como nunca fueron los sindicatos mi debilidad, afirmo que son los principales culpables en el desaguisado. Muchos de sus ‘liberados’ pertenecen a ese colectivo interino de ‘bastantes años de antigüedad’, que, en manera alguna, quieren verse despojados de sus ‘privilegios’. Y menos por un niñato de veinte y pocos que se atreve a disputarle la plaza aprobando unas oposiciones convocadas en toda regla. En fin, difícil lo vislumbro.
¡Ah!, el ímprobo trabajo del sindicalista es, en la mayoría de las ocasiones, cargar con una hoja que contiene información que tú puedes hallar por otros medios (Internet, sin ir más lejos), llevarla a los centros y colgarla en el tablón de anuncios. Después se echan el cortadito. Sigan descansando. Ustedes, amables fisgoneadores. Los otros descansan todos los días, vacaciones incluidas.

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