jueves, 27 de mayo de 2010

Felicidades, Cristina


En la entrada de hoy quiero hacer una excepción. Porque saben ustedes que no soy muy dado a las alabanzas, pues siempre habrá alguien que se crea con más derecho que el potencial ‘homenajeado’. Y en demasiadas ocasiones, sobre todo ocurre en las instituciones públicas, nos dejamos llevar por el pronto y actuamos sin medir las posibles consecuencias. Sin ir más lejos, ya el ayuntamiento de Arico quiere nombrar Hijo Adoptivo a Pedrito (o don Pedro), jugador del Barcelona. Dicen que juega bien. Por eso está donde está, digo yo. Y por eso cobra (que no es poco en esta época de crisis).Y por ello lo han ‘premiado’ (va al mundial de fútbol). ¿Cuántos habitantes habrá habido en esa población sureña que aportaron muy mucho al desarrollo del municipio y nadie ya se acuerda de ellos? En fin, voy a dejarlo.
El pasado martes asistí a un concierto de cámara que se celebró en la Casa Municipal de la Cultura realejera. La joven pianista, Cristina Coronado Álvarez, también es maestra (otro tanto a su favor). Y maestros habíamos en la sala unos cuantos. Uno, que no sirve ni para pasar la hoja (me copié de maestro Ángel), se queda anonadado ante tales exquisiteces. Rachmaninoff, Martinu y Brahms se nos colaron tímpano adentro y dejaron gratas sensaciones en vete a saber tú qué recóndito lugar de nuestro cerebro. Intuyo que la sustancia gris se habrá alegrado sobremanera.
A este negado musical le llamó la atención la soltura de Cristina. Un servidor que se pone nervioso como un flan ante cualquier circunstancia que vaya un milímetro más allá de lo que se puede considerar normal, se muestra impresionado ante la aparente tranquilidad de quien se coloca delante de aquel piano para extraerle tanta belleza. Y para rematar la jugada, cual maestra avezada de lengua, nos deleita con unas palabras de reconocimiento al final que me sorprendieron agradablemente. A mí, sin tres o cuatro botellas de agua, no me sale ni un re sostenido.
Cristina estuvo acompañada, y bien, por otros compañeros del Conservatorio Superior de Música, amén de dos profesoras, según he podido comprobar en el programa de mano elaborado al efecto. Ignoro qué se puede sentir al llevar a cabo una interpretación en el mismo lugar en que se inició la andadura muchos años atrás. Porque Cristina comenzó sus estudios en la Escuela de Música de este pueblo, de su pueblo. Y no sé cuándo, pero debía ser aún alumna del colegio de La Longuera. De cuando todos éramos mucho más jóvenes y alguno lucía, incluso, una sugerente mata de pelo. Lo manifiesto mirándome al espejo y lo aclaro por si acaso alguien pueda sentirse aludido.
Detrás de esta brillante actuación habrá habido, me imagino, muchísimas jornadas de plena dedicación al aporreo de teclas. Y para llegar hasta aquí, probablemente me quedaría corto si osara cuantificar el esfuerzo. Pero se te advertía feliz. Y cuando el arropamiento se hace visible, a buen seguro que te habrás dicho: “ha valido la pena”. Porque una simple sonrisa habrá sido capaz de ahogar los sinsabores habidos en el larguísimo recorrido. Cuando aludiste a la comprensión y complicidad de tu familia por el sacrificio y las innumerables jornadas de riguroso entrenamiento, habrás sincopado (qué musical me quedó) ese durísimo bregar por los vericuetos sonoros.
Sé que te resta mucho camino, porque siempre se está aprendiendo. Pero te noté segura. Y eso es fundamental. Este aprendiz de bloguero, para el que una partitura le suena a chino, pero que de algo de orejas presume, salió contento del edificio en el que una placa le recuerda viejas andanzas. Y se atreve, qué osado, a darte ánimos para que perseveres. Lo dicho, felicidades, Cristina.

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