martes, 17 de agosto de 2010

Campanadas


Merced a los artilugios modernos –que bienvenidos sean, todo sea dicho de paso–, los badajos trabajan cada vez menos. Y es una suerte el no tener que estar moviendo ese colgante cada dos por tres. Porque no me negarán que todo lo que cuelga es ciertamente incómodo. Ahora las iglesias se han modernizado y el cura puede estar de vacaciones en Cuba, mero ejemplo, y las campanas a lo suyo. Lo malo, desde la óptica de un insumiso religioso, es que para determinados clérigos los tiempos parecen haberse detenido siglos atrás. Sin percatarse de la tremenda diversidad que existe en la sociedad del siglo XXI. Por ello creen que todavía es necesario que el vecino esté sujeto a los dictados de los toques, como antaño acaecía. No te pongo ejemplos, porque entiendo no sea necesario.
Me alegra cuando leo que en determinadas parroquias los fieles se movilizan para que el obispo no les traslade al cura. Que suele ocurrir mucho, por cierto, cuando este ha realizado una gran labor. Pero no me corresponde a mí inmiscuirme en terrenos de la divinidad. Aunque me entristece cuando auténticos carcamales persisten en las mismas doctrinas que a uno le causaban tremendo miedo décadas atrás. Recuerdo cuando era estudiante en el Colegio San Agustín y nos llevaban a los denominados ejercicios espirituales. Y salías cagado de miedo de aquella iglesia oscura y negra como los sobacos de un grillo. Quita p´allá.
Esa iglesia del castigo y esa observancia del temor siguen existiendo. Conozco centros docentes en los que el 99% del alumnado está matriculado en religión porque los padres tienen auténtico pánico ante lo que pueda manifestar el señor cura. Que posee, además, el recurso añadido del púlpito para alardear. Así de sencillo y así de evidente. Los menudos, no se vayan a creer, están, no obstante, encantados. Llegarán hasta el justo momento de la primera comunión, recibirán un montón de regalos y el resto ya lo conoces tú.
En San Sebastián de La Gomera (La Villa) hubo tremenda ‘pelea’ entre un vecino y el cura por el dichoso toque de las campanas. Porque algunos se extreman a que tiene que haber musiquita en los cuartos, medias y horas en punto. Las veinticuatro horas de la jornada. Padezcas de insomnio o trabajes desde el amanecer. Y el vecino acabó hasta el gorro. Montó tremendo equipo de sonido en la ventana, puso el volumen al máximo y entabló competencia con una música más mundana. El choque de decibelios causó general alboroto y corrieron los unos y los otros hacia el ayuntamiento, que haciendo uso de sus competencias no le quedó más remedio que poner orden y concierto ante el desaguisado. Y se reguló el particular. Como también ha ocurrido en La Guancha y en Garachico
Resta, que se sepa, el caso de Los Silos. Que no se diferencia gran cosa de los otros. Un vecino que se queja, la mayoría que calla y una minoría que se pone de parte del cura (por si acaso). Pues muy sencillo, desde que haya una protesta, independientemente de credos, razas, sexos o lo que fuere, el ayuntamiento (todos) tiene una ordenanza que regula los ruidos para asegurar el descanso de sus habitantes. Déjense al margen otras cuestiones porque la razón le asiste al vecino y no le demos más vuelta de hoja. A los ilustres que lo califican de ateo, protestante y yo qué sé cuántas lindezas más, no creo que con golpes en el pecho vayan a solucionar esta sencilla papeleta. Como aquella conocida que se pegaba tremendos estampidos en sus protuberancias superiores y cuando salía del santo oficio ponía a parir a su hermano por cuestiones de una herencia. Son los que están bajo el amparo de ese dios, ignorantón geográfico, que ni siquiera sabe dónde están esos países en lo que aún se muere la gente de hambre.
Lo que más me molesta es la actitud del cura (de los curas que permiten que estos asuntos trasciendan a los medios de comunicación). Porque me dejo cortar el cogote a que en la mayoría de los casos ha habido aviso previo al responsable eclesiástico. Y este, haciendo caso omiso a la humildad que proponen pero no practican, se habrá soliviantado, lo hizo público en la primera homilía que tuvo a mano, e imagínense la verbena restante. Ni falta que hizo que viniera Pepe Benavente con lo del polvorete. Algunos esnifan demasiado incienso.
¡Ah!, te ‘confieso’ un secreto: de lo escrito no me ‘arrepiento’ ni tanto así.

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