jueves, 30 de septiembre de 2010

Desvergüenza

Saben ustedes a la perfección que uno se movió en el campo docente hasta el otro día. Y en los muchos años que transitamos aulas, pasillos y despachos, tuvimos la oportunidad de ‘vivir’ bastantes huelgas y paros. Pudimos comprobar, y sufrir, la falta de información sindical al respecto. Si teníamos suerte, lo mismo nos sorprendía algún liberado con el clásico panfleto que colocaba disimuladamente en el tablón de anuncios ubicado al efecto. Luego, tal y como llegó –a la escondida–, desaparecía. A veces –pocas– disfrutamos de  tremenda fortuna, por qué no decirlo, y en el tiempo de recreo asistía alguien a marcar las directrices. Y daba pena vernos salir de la sala de profesores con una cara de no haberte enterado de nada y más confuso de lo que podías estar antes de ser ‘debidamente informado’.
En las primeras que participamos ocurría el curioso dato de tener que estar presente en el centro. Luego vinieron los servicios mínimos. Que los sindicatos siempre consideraban abusivos. Ya daban por hecho de que los alumnos no acudirían y entendían que los sufridos profes iban a perder un día sin hacer nada. Como si eso no fuera lo que pretende la protesta. Pues ahora, con esta de ayer, a la que se ha ido por los reiterados vaivenes gubernamentales, las fuerzas sindicales han rizado el rizo.
Ha pasado el 29-S y todos –absolutamente todos– han ganado. Y esgrimen argumentos; incluso el mismo vale para los dos bandos. Cuando he alcanzado un estadio de la existencia en el que la mayoría de hechos se me importan una higa (esta huelga, por ejemplo; ya lo dije ayer), entiendo que el desprestigio de tanto dirigente sindical, que no da un palo al agua y vive a costa de los que cotizamos a la hacienda pública, se halla en el extremo más bajo de cualquier escala que se quiera utilizar de ‘baremo medidor’. Con una desvergüenza que raya el esperpento. Lo que era abusivo hasta anteayer, se trastocó en grave riesgo ayer mismo. Si los niños van al colegio lo estarán (en peligro), porque los servicios mínimos no garantizan ni la seguridad ni la atención. Además, la educación no es un servicio esencial. Sí, lo señalan los propios sindicatos. Lumbreras, si no es esencial, ¿para qué protestar si falta un maestro en tal o cual centro? Que se queden en casa con los abuelos. Y al que no tenga, que lo cuiden los liberados sindicales. De tal suerte pueden ir haciendo prácticas.
Ustedes, representantes del sector educativo de UGT, CCOO y resto de la tropa, que califican de auténtico “disparate” y ejercicio de “falta de rigor” estos servicios mínimos, se quejan al mismo tiempo por estimarlos abusivos –todos– y entender que se pretende dar la sensación de normalidad. ¿En qué quedamos? Aclárense.
Lo de los posibles piquetes en el servicio de transporte escolar es de libro. Máxime cuando se denuncia la campaña mediática empresarial para que los empleados no secunden la huelga. Lo verdaderamente triste es que en esas comparecencias ante los medios de comunicación, en las que se sueltan tanta cantidad de sandeces, donde se defiende una postura y la contraria sin el más mínimo rubor, no haya un periodista, uno solo, que sea capaz de alzar la voz para siquiera decirles que lo que es blanco no puede ser negro.
Una huelga general no es una jornada para llevar a los niños a los colegios, ha sentenciado el ilustrado de turno. Ni el Día de San Isidro, ni el Miércoles de Ceniza, ni el Jueves Santo, ni el día en que conmemoramos el nacimiento del Cid Campeador. ¿En qué quedamos entonces? Porque, a renglón seguido –ya que estamos en temas educativos–, se quejan, asimismo, de la mucha atención hacia la etapa infantil –no obligatoria–, con lo que uno se queda a dos velas. Sean consecuentes. “Los liberados sindicales también sufrirán descuento de su sueldo al ejercer su derecho a huelga”, aclaró un tal Arteaga, que no debe ser mi amigo Manolo. Menos mal, pues ya cobran, y bien, por no trabajar el resto de días, 364, según ustedes, unos 200, según yo (hasta 366, si es bisiesto, sagradas e intocables vacaciones).
Con tales antecedentes, el hablar del éxito de la huelga en el sector educativo se denomina ‘cinismo’, y hacerlo en el sector del comercio, porque cerraron las tiendas, se llama ‘miedo’. Me encantó que los porcentajes de participación sean establecidos por un simple sondeo, método con el que se alcanza el 99% de fiabilidad. Cuando puedan, pásenme la ficha técnica.
Un periódico, menos mal, se ha hecho eco de la ‘historia’ de Fundescan, triste acontecimiento en el que, supuestamente, hay de por medio un delito de apropiación indebida de los fondos de esa fundación y del que más de un sindicalista liberado, que ayer ondeó la banderita y se colocó detrás de la pancarta, deberá responder ante la querella criminal admitida a trámite. De este hecho parece que UGT no quiere hablar. No sabe, no contesta.
El pretender justificar la incapacidad negociadora a costa del esfuerzo de los trabajadores me parece, cuando menos, una desvergüenza. Y en una negociación no vale escudarse en que la culpa siempre es del otro. También le cabrea a un servidor que le hayan congelado la pensión, porque yo sí había cumplido con mi periodo de cotización. Les soy sincero, señores sindicalistas, la ineptitud de los políticos parece haberse contagiado en otros gremios. Hasta mañana, que ya es octubre, e iremos todos a trabajar menos los liberados sindicales que vuelven a disfrutar de un bien merecido descanso tras una jornada agotadora. A lo peor se trillaron un montón.

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