Antes de comentar lo que me ronda por el magín, permítanme el inciso de rigor. Vaya susto me llevé ayer con el titular de cierto periódico editado en Tenerife, pero sucursal canariona, a decir de los que entienden de esto mucho más que un realejero juntaletras. Venía a decir que “El Cristo rinde homenaje a Los Sabandeños y la Sifónica ”. Así mismito, tú. ¿La Orquesta Sifónica ?, me pregunté. Y fui al diccionario, inveterada costumbre. En las diferentes acepciones de sifón siempre hallé lo de gas carbónico, agua carbónica, gases… Y todos sabemos lo que son gases. Y los hemos sufrido en más de una ocasión. Y una orquesta está formada por un montón de músicos. Y eso deben ser muchos gases. Y todos soplando… ¿Lo vas cogiendo? En estas condiciones atmosféricas, ya me dirán si el Cristo no rinde homenaje. Y acaba por bajarse de donde tú sabes y darse un garbeo por La Manzanilla hasta que se pase el tufo. Quita, quita, cruz, perro maldito.

En estos últimos días se ha vuelto a reavivar la polémica en torno a las galerías abandonadas, pero que siguen con sus accesos abiertos a cualquier hijo de vecino. Y como ya aconteció lo que aconteció en Los Silos hace unos años, el Cabildo tinerfeño, tarde como siempre, quiere poner coto al desaguisado y normalizar la situación. Nada que objetar, más bien todo lo contrario. Nunca es tarde si la dicha es buena (y todas sus variantes eróticas que no voy a reproducir). Pero el Seprona ya ha dejado caer que vigilará muy estrechamente el que el Cabildo cumpla con sus obligaciones y clausure todos los accesos y entradas de las galerías que no están en explotación. Me imagino que estas declaraciones han sido realizadas con la mejor intención. Como también quiero pensarlo de las que efectúa el Consejero Insular de Medio Ambiente. Pero se te queda el cuerpo medio chungo, porque da la impresión de que están jugando al “y tú más”, algo a lo que nos tienen habituados los dos partidos políticos con mayor representación en el espectro nacional.
Mis padres insistían en que con las cosas de comer no se juega. Pero como hemos atravesado una época de abundancia (de cultura urbana, que diría Wladimiro), nos hemos habituado a entretenernos con cualquier cosa y hacemos, como parodia Manolo Vieira, mosaicos con lentejas, garbanzos, judías y fideos. Los responsables de la cosa pública parecen no percatarse de que gobernar es algo más, mucho más, que realizar declaraciones del bien quedar, de las buenas intenciones y del dejar para mañana lo que podrían haber hecho hoy. Alegan, en más de las oportunidades, que se ven desbordados. Y cuando eso ocurre, que no digo que no, es porque están atendiendo otros calderos innecesarios o porque realmente el asunto se excede de sus capacidades. En ambos casos sobra el político. Cuando un equipo de fútbol no funciona, ya sabemos cuál es la solución: búsqueda inmediata de otro entrenador. El sentido común nos indica que la mediocridad se ha ido asentando en lugares en los que ni por asomo su culo merece estar. Y como la caradura alcanza cotas inimaginables, estiman que el hilvanar cuatro vocablos en un discurso tan facilón como vacuo es mérito suficiente para el apoltronamiento, cuando no enriquecimiento.
¿Estará en ese catálogo de galerías peligrosas la que contiene en su final la Cueva del mármol aludida días atrás? Qué dilema.
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