No lo transito mucho, pero ello no es óbice para que no seamos capaces de reconocer que ha sido todo un éxito. Me refiero al sendero que se ha habilitado en la carretera de Icod el Alto, aprovechando las obras de ensanche y contención de los desprendimientos que se realizaron hace ya bastantes meses. Soy consciente de que ni siquiera el titular de esta entrada es original, pero la vista del Valle y de toda la costa norte tinerfeña tiene en este lugar un asentamiento privilegiado. Creo que Humboldt no llegó a esta costado. Desde la Madrejuana hasta el cuartel de El Dornajo (recuérdese la división del extenso núcleo poblacional en los clásicos siete cuarteles: lo puedes hallar en la abandonada página web del ayuntamiento de Los Realejos, que volverá a estar operativa después del próximo mes de mayo), un singular recorrido hace las delicias de cientos de caminantes que cada día lo cruzan en ambos sentidos. Es la mejor medicina que han encontrado los médicos para tener a sus pacientes entretenidos. Sabiendo, además, que no hay tantas piscinas en la isla como para asumir la avalancha de los demandantes colesterolianos.
Lo gratificante del singular paseo viene dado por el tapiz natural que hallas prácticamente a tus pies en cada uno de los metros que lo conforman. En un primer plano, Los Realejos, ese ocho de los caminos, esa rosa de los vientos, que puedes contemplar desde las lindes con el pinar hasta la misma orilla de la mar. La fotografía que adjunto, aunque tomada desde un poco más alto (alrededores del mirador de La Corona), puede dar buena muestra de la panorámica divisada. La majestuosidad del paisaje queda patente en cada recoveco del camino. Ahí abajo, a tus pies, Tigaiga duerme al socaire del macizo. Y en El Socorro las olas rompen bravas para que el surfero pueda cabalgarlas orgulloso. Y hacia El Guindaste, un triángulo semejante a la silueta de la isla de Tenerife, se pinta de verde con las plataneras. Algo que se dibuja a la perfección desde El Lance, unos metros más allá de la célebre mole del Mencey Bentor, donde unos paisanos se reúnen cada tarde para echar unas partidas de dominó al arrullo de la fresca brisa del alisio.
Del guanche nada voy a contarte que ya no sepas. Imagen más fotografiada en esta parte del mundo occidental para solaz y regocijo de las foráneas que quieren llevarse, cual tesoro maravilloso, la instantánea de la susodicha trepando para intentar alcanzar cierto apéndice que, a tenor de los entendidos, todavía no alcanza las dimensiones que proporcionalmente debería corresponderle. Con ella (la foto), y con la otra ella (no lo digo), cuando retornen a sus tierras de origen, manifestarán orgullosas que tienen todas sus vanidades cubiertas. Expresión que asimismo utilizó Ángela Mena recientemente para solaz y regocijo (mil excusas por la reiteración) de don Paulino Rivero, el que tiene Canarias en su cabeza. Ni imaginarme quisiera lo que expresaría el gran Pepe Monagas (aspirinas por tortillas) ante tamaña ocurrencia de su señora esposa. Pero debe estarlas sacando (de su cabeza), porque las islas empiezan a ver la luz al final del túnel. Expresión que frecuenta de manera harto significativa cada vez que le ponen una alcachofa delante, algo que se sucederá normalmente ocho o diez veces al día de aquí a mayo próximo. Y cada vez que la escucho me planteo siempre lo mismo: para ser túnel deberá tener una luz a su final, de lo contrario sería una cueva, una galería, un pozo o una madriguera de conejos de acceso único.
A los realejeros bien poco puedo recomendarles. Pero a quienes nos visitan y van expresamente hasta el Mirador de El Lance, sugerirles que dejen el coche al menos media hora debidamente aparcado y recorran el sendero mentado siquiera hasta que el reloj les marque los quince minutos reglamentarios para que con el cuarto de hora de vuelta, hagan la insinuada pateada.
Mi recomendación tiene una base científica: andando este sendero es cuando se inspira Wladimiro para su escrito dominical en la prensa. Luego, tras la oxigenación conveniente y la puesta en claro de sus ideas, se traslada a los altos de San José de la Rambla para echarse las perras de vino con Manolo Reyes. Cuando finaliza la función, casi no tiene necesidad de encender el ordenador. ¡Ah!, como el consejero no volverá a las aulas universitarias –Santiago creo que sí–, porque piensa jubilarse –salvo que Ricardo le exija un nuevo sacrificio–, me acordé de lo que se escribió de Moreno (fue uña y carne de Fraga en Adeje): “podría estar tranquilamente dando clases”. Me dio un ataque de risa que casi me meo todo. El que plasmó esa frase no ha pisado un aula en su vida (ni en bajada). Y no se le ha pasado por la cabeza establecer la correspondiente comparación con la ‘sufrida’ vida de un político.
Bueno, lo dicho: echen unos pasos por donde les dejo indicado. No se arrepentirán. Y me lo agradecerán.
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