El pasado sábado estuve bastante rato en La Longuera. Allí viví un buen puñado de diciembres y allí sigo teniendo más de un familiar. Estaba lloviendo. No mucho, pero continuado. Y toda la calzada desde La Puntilla hasta donde llamábamos el fondo de El Toscal, casi en los linderos con Puerto de la Cruz, a la altura de El Barranquillo, está de pena. Puede que me señalen que con la obra programada, todo este particular quede solventado. Pero es que llevamos muchos años con estas miserias. Desde que caen cuatro gotas, el transitar el barrio se vuelve poco menos que imposible. Cierto es que dicha travesía pertenece a la carretera insular de Las Dehesas (creo que la TF 1323) y que, por lo tanto, la competencia es del cabildo. Pero estimamos los ciudadanos que para algo hemos ido a votar y elegido a nuestros concejales, no solo para que a fin de mes vayan a la correspondiente entidad bancaria para comprobar si le hemos abonado un sustancioso estipendio. Y si de algo ha pecado este grupo de CC que nos gobierna, es el de no haber sido capaz de solicitar de otros organismos el que se actúe en Los Realejos. O dicho de otra manera, Oswaldo sigue pagando la boutade de la lluvia de millones que prometió allá en 2003, año en el que dejamos de ser indecentes, saliendo de Guatemala para entrar en ‘Guatepeor’.
Luego recorrí una vez más la variante y sigo empeñado en que no aguanta una lluvia de fundamento. Ya me soplaron el viernes en Punta Brava que el charco por la zona de la depuradora y rotonda frente al terrero de luchas es de cierta importancia. Esperemos a que caigan unos lindos aguaceros para comprobar qué nos indican los técnicos. Como aún no esta inaugurada la obra, lo mismo se hace un modificado y se incrementan unos millones apenas para intentar buscar una salida a las aguas pluviales.
Dejo a un lado el tiempo y te cuento que escuché una conversa en la acera, tras la cual sigo pensando que a pesar de la crisis sigue habiendo gente fantasma. En apenas unos minutos un sujeto contaba sus peripecias para montar un negocio en la zona. Con marcado acento no canario y al más puro estilo de lo que por estos lares denominamos curritos (un amigo asturiano diría ‘tonto del culo’), alquiló salones comerciales desde San Juan de la Rambla hasta Santa Úrsula. Pero la palma se la llevó la calle principal del barrio al que hoy hacemos referencia. Puede que se haya sacado la primitiva o puede que se hubiese estado echando el gas mucho mayor que el orificio por el que habría de salir a la atmósfera. Más bien creo que era esto último. No me extraña lo más mínimo que la apertura y cierre de ciertos locales se sucedan en tan cortos periodos. Ya se sabe, una cosa es soplar y otra bien distinta hacer botellas. Y si hay algo que cabrea a cualquier nativo (sitúate en el lugar del mundo que prefieras, no necesariamente en Canarias) es que venga el sobrado de turno a demostrar habilidades en los negocios. Y el protagonista de mi situación debía haberse codeado con Florentino Pérez, porque Ambrosio Jiménez, Antonio Plasencia e Ignacio González se le quedaban muy cortos. Como diría aquel alumno de años idos, casi me “gomito” todo encima, maestro.
Puede que mi convecina Luisa Salazar tenga la pretensión de ser concejala de obras en el próximo mandato. Deben celebrarse aún las elecciones, pero las reiteradas visitas con el alcalde, y las fotografías en el blog de Radio Realejos (la web municipal sigue haciendo más aguas que el Callejón de Los Cuartos), pretenden indicarnos algo. Mientras tanto se ha desbloqueado la situación urbanística que estaba pendiente en el barrio y ya se han iniciado las obras para la construcción del campo de fútbol Antonio Yeoward. Que corren a cargo de la empresa urbanizadora de aquella zona de El Monturrio, pero que ya el alcalde y la concejala aludida acudieron prestos, raudos y veloces para la instantánea de rigor. Y sin casco, dando un mal ejemplo impresionante. Tanto aquí como en Las Llanadas (obra del Cabildo). Pero de igual manera que las obras de Zapatero valieron para pasear con la guagua de San Vicente, estas pueden valer de promoción para ese mayo inmediato.
Tras la visita a Toscal-Longuera regresé por El Castillo. En la desembocadura (y nunca mejor dicho) del antes mencionado Callejón de los Cuartos, el ‘tolete’ de agua no era ni normal. Apenas caían unas gotas. Seguí por Los Barros y a la altura de la Asociación de Vecinos Cañaveral de La Carrera, las máquinas indicaban que por allí se intenta canalizar el barranco que hace algo más de un año provocó tremendo disgusto. Y tampoco debió quedar de manera satisfactoria la zona del nuevo parque de San Agustín, porque los charcos siguen poniendo una nota pintoresca. Repito, eso ocurrió el sábado por la mañana. Llovió sí, pero de manera comedida. Cuando lo haga de manera torrencial, acudirán Paulino, Melchior y compañía. Todos en manga de camisa y con la guataca al hombro. Como recientemente en Arrecife (Lanzarote). Donde en cierta tele (no la de Willy, por supuesto) pudimos escuchar cómo un señor les cantaba las cuarenta a voz en grito diciéndole (al presidente) que para qué coño había ido tres días después y cómo no apareció nadie cuando estaban sacando agua, mierda y lodo de las viviendas y salones.
Cuando llegué a casa descargué toda la rabia contenida ante el pobre ordenador. Menos mal que no me contestó ni se quejó. Lo mismo le hubiera dado un buen moquete. El mismo que se merecen ciertos politiquillos que mandan a poner los quitamiedos después que dos o tres coches hayan hecho turismo ladera abajo. O lo mismo que he comentado en otras ocasiones cuando cierto camión mató una gallina y luego se detuvo haciendo el clásico ruido de los frenos de aire. A lo que el paisano que contempló la escena le espetó: sí, primero la matas y después la ‘jucias’.
Hasta luego. Y cuidado con la lluvia.
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