Allá por 1910, y siguientes, los periódicos de la época insertaron una serie de decálogos, a semejanza de los Diez Mandamientos, que aconsejaban (¿conminaban?) las directrices convenientes para ser buena hija, buena madre, buena esposa… Por aquello de que cualquier tiempo pasado fue (pon lo que creas conveniente), y a modo de comparación (siempre odiosa), van unos ejemplos:
Decálogo de la hija
I. Ama a tu madre sobre todas las mujeres.
II. No abrigues pensamientos que no pueda conocer tu madre, ni cometas actos que ella no deba ver.
III. Declárate culpable antes que mentir hipócritamente.
IV. Sé en tu casa, la que con amor y alegría desvanezca amarguras y atenúe tristezas.
V. Piensa ser modesta, antes que bella y siempre buena.
VI. Ten convicciones sinceras, fe pura, conocimientos sólidos e inagotable caridad.
VII. Trabaja en el hogar como si no tuvieras el auxilio de tu madre. Obra toda tu vida como si estuviera presente.
VIII. Lucha con paciencia, habla sin encolerizarte, sufre y goza sin extremo y tendrás mucho conseguido para ser feliz.
IX. Acostúmbrate a ver en tu casa la mejor de las residencias y en tus padres los mejores amigos.
X. Trata y quiere a todos, hermanos, deudos y criados como a hijos. No olvides que la que no es buena amiga, no será buena esposa, y que la que no es buena hija no podrá ser nunca buena madre.
Decálogo de la esposa
I. Amarás tu hogar sobre todas las cosas y a tu esposo como a ti misma.
II. No le ocultarás ninguno de tus pensamientos y tratarás de adivinar los suyos.
III. En los conflictos de la vida doméstica, defiende o disculpa a quien tenga razón, pero sin dársela.
IV. Vigila sin espiar, sé activa sin estrépito; ama sin zalamería, y en vez de castigar, perdona.
V. Haz por compartir las grandes penas de tu esposo sin hacerle partícipe de tus nimias contrariedades.
VI. Destruye los celos en cuanto aparezcan en tu corazón con el amor y la confianza.
VII. Quiere a tus padres políticos como una verdadera hija y procura que los tuyos quieran siempre a tu esposo como a un hijo predilecto.
VIII. Jamás permitirás, ni aun en broma, que se desconozca en tu hogar la autoridad conyugal.
IX. Si tienes hijos, esfuérzate porque el padre sea tan querido y respetado como la madre; y si no los tuvieras, esmérate en reemplazar los gorjeos de los niños con incesantes y sanas alegrías.
X. No olvides que para ser feliz haz de regir la casa con economía y prudencia, cuidar de los tuyos con amoroso celo, logrando ver en cada dolor un inevitable reverso de la fugaz dicha humana y en la felicidad una providencial compensación a las mil contrariedades de la vida.
Decálogo de la madre
I. Criarás a tus hijos con la leche de tus pechos, y, de no ser posible, vigilarás atentamente su alimentación.
II. No les destetarás hasta que tengan dientes, señal de que pueden digerir, y aun así no tomará alimentos fuertes.
III. No usarás otros medicamentos que la ciencia te ordene, rechazando toda intrusión de gente ignorante.
IV. Tendrás siempre limpio a tu hijito, no abrumándole con ropas, ni desnudándole imprudentemente.
V. No le obligarás a dormir en vano, ni le alimentarás a todo momento, evitando el alcohol.
VI. Le darás a diario un baño de aire libre y, a ser posible, de agua fresca.
VII. No permitirás que le exciten ni los ruidos ni las luces; evita besuqueos importunos y acostúmbrale a una sensata disciplina.
VIII. Le vacunarás sin pretexto alguno.
IX. No obligarás a tu hijo a realizar esfuerzos materiales ni intelectuales que no estén en consonancia con las energías de su organismo.
X. Le enseñarás a soportar con entereza las penalidades de la vida, a creer en Dios y practicar el lema: Si quieres ser amado, ama.
Decálogo del padre
I. Constituirás una familia con amor, la sostendrás con tu trabajo y la regirás con bondadosa energía.
II. Serás prudente en los negocios, pródigo en enseñanza, celoso en mantener la autoridad materna, tardo en decir, pero irrevocable en tus decisiones.
III. Tendrás para tu esposa inacabable apoyo moral, buscando en ella consuelos, sin desoír su consejo.
IV. Destruirás todo error doméstico, toda preocupación, todo desorden en cuanto apareciese en el hogar.
V. Tratarás de que exista siempre un superávit en los afectos y en los intereses.
VI. Haz entre los tuyos que tus hijos vean en ti, cuando niño, una fuerza que ampara; cuando adolescentes, una inteligencia que enseña; cuando hombres, un amigo que aconseja.
VII. No cometerás nunca la torpeza de presentar en oposición o lucha el poder materno con el paterno.
VIII. Trata de que tus hijos conozcan siquiera el camino de la escuela de la desgracia y sepan sobrellevar con virilidad los males y las maldades de la vida.
IX. Estudiarás detenidamente las aptitudes de tu hijo; no le harás comprender que puede ser más que tú; ponle silenciosamente en camino de serlo.
X. Cuidarás sea robusto de cuerpo como sano de inteligencia. Hazle bueno antes de hacerle sabio.
Decálogo de la caridad
I. Enseña a tus hijos a ser piadosos antes de ser caritativos. Sólo así podrán hacer la limosna por amor a Dios, no por amor a sí mismos.
II. Acostúmbrales a diferenciar bien la lástima del desprecio.
III. Vale más la mitad de la merienda de un niño dada a otro pobre, que una moneda de oro que le arrojase aquél desde un balcón.
IV. No amenaces jamás a tus hijos con abandonarles con los “chicos de la calle”. Muéstrales el medio de evitar su triste suerte.
V. Si tu hijo da espontáneamente un beso a un niño pobre, no detengas su noble impulso; piensa que el que ama, casi siempre es amado.
VI. Haz entender a los tuyos que nada se pierde en la naturaleza, lo mismo en lo material que en lo moral.
VII. Si fueres rico y quisieras que llamaran a tu hijo “amo”, haz que trate como “hermanos” a sus inferiores.
VIII. Si eres pobre, procura que tus hijos soporten virilmente la desgracia para mejor encaminarles por la vía de la prosperidad.
IX. Llevarás a tus hijos a visitar un Asilo de Huérfanos o un Hospital por lo menos una vez dentro del año.
X. Cuando contribuyas a una obra de caridad, haz de suerte que en tu hogar no vean en esa acción un hecho extraordinario y penoso, sino una gratísima costumbre de toda la vida.
Los diez mandamientos de las madres
I. Amarás a tu hijo sobre todas las cosas y desde que lo concibas no te ocuparás más que de él.
II. Jurarás no hacer caso a nadie más que al médico, a cuyo consejo recurrirás antes, en el parto y después del parto.
III. Santificarás tu augusta misión de madre, no haciendo vida de sport, automóvil, soirée ni bailes, evitando impresiones fuertes y no trabajando en los dos últimos meses del embarazo.
IV. Honrarás a tu hijo y te honrarás a ti misma dándole el pecho. De no serte posible, vigilando por ti misma la lactancia sea con nodriza o con biberón.
V. No matarás a tu hijo sobrecargándole de ropa, poniéndole gorros y fajos que le asfixien y lo sacarás al aire libre y bañarás a 36º desde que nazca.
VI. No consentirás que nadie más que el médico se mezcle en cuanto concierne a la alimentación y en caso necesario a la medicación del niño, ni lo dejarás nunca solo en manos de niñeras.
VII. No hurtarás al niño bajo ningún pretexto, el cuidado de los ojos, la limpieza de la cabeza, la vacunación a los tres meses o antes si hay viruela y el peso y talla cada quince días, porque todas estas cosas son sus bienes.
VIII. No levantarás al niño de su cuna donde debe dormir solo, porque tú puedes ahogarlo en tu cama.
IX. No desearás que tu hijo engorde por exceso de alimentación, porque son muchos los que mueren ahítos y muy pocos los que sucumben de hambre.
X. No codiciarás cariños excesivos, ni golosinas, ni besos de personas extrañas para tu hijo, porque no le favorecen y pueden serle perjudiciales.
Tras la lectura –si has llegado hasta esta línea–, convendrás con un servidor que todos somos pecadores, porque no creo sea menester preguntarte: ¿cuántos preceptos has incumplido? ¿Yo?, ni te cuento. Hasta después.
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