miércoles, 25 de mayo de 2011

De maestro en La Longuera

Ejerce ya Alfredo Mederos como maestro en La Longuera –en la actualidad populoso barrio realejero, anexado a El Toscal y otros núcleos–, pero en esos años, zona eminentemente agrícola y cuyos habitantes debían ser, en casi su totalidad, medianeros en las enormes fincas, algo que fue característico hasta la década de los sesenta-setenta, ya que un servidor fue otro hijo más de uno de ellos.
Relatemos el curioso devenir de una solicitud al Cabildo tinerfeño y de la que se hizo eco la prensa del momento. En Gaceta de Tenerife (21 de julio de 1922, página 2), en la información  referente al Cabildo Insular, bajo el título Pro enseñanza:
“El  maestro de la Escuela Normal de la Longuera, en Realejo alto, ha presentado una instancia solicitando una cantidad para premiar a tres padres entre los que más se han distinguido mandando sus hijos a la Escuela”.
En la edición del siguiente día (Gaceta de Tenerife, 22 de julio de 1922, página 2): Del Cabildo Insular. Sesión de la Permanente. Instancias desestimadas:
“Léese una instancia del maestro de la escuela nacional de La Longuera, del Realejo alto, solicitando una cantidad para premiar a tres padres entre los que más se han distinguido mandando sus hijos a la escuela. La Permanente acordó desestimar la instancia, porque de acceder a la petición tendría que darse al acuerdo carácter general”.
Esta negativa da lugar a un excelente comentario del director del periódico, Adolfo Febles Mora (firmado bajo el seudónimo de ‘Perales’) en Gaceta de Tenerife, del 23 de julio de 1922, página 1:
“Comentemos. El Cabildo ha hecho mal, muy mal.
Nos hemos complacido, más de una vez, en proclamar que el Cabildo Insular de Tenerife es una Corporación que sabe cumplir sus deberes con una actividad, un celo y un acierto altamente beneficiosos para los múltiples intereses de la isla que representa. Porque era de justicia, en esas ocasiones hemos elogiado y hemos aplaudido; que nada hay que deshonre más al noble sacerdocio periodístico que el dejarse dominar por la pasión, hasta el punto de que ésta le ponga una venda para que no perciba las claras luminosidades de la verdad.
Y haciendo alarde de esa misma justicia e imparcialidad, trazamos las presentes líneas, para decirle a la Comisión Permanente de nuestro Cabildo Insular –sin eufemismos hipócritas de ninguna clase– que ha sido un acuerdo desdichadísimo, falto de una verdadera comprensión del trascendental alcance que tiene en Tenerife el problema del analfabetismo, el que adoptara en la sesión de anteayer, desestimando una razonada instancia del maestro de la escuela nacional de La Longuera, en el pueblo del Realejo alto. Recordémosle al lector, lo que pedia al Cabildo ese educador de la niñez, al que ni de nombre conozco, para al que no vacilo en considerarlo digno de todas las públicas alabanzas. Ese maestro pedía que el Cabildo destinara una cantidad para premiar a tres padres, entre los que más se han distinguido mandando sus hijos a la Escuela de La Longuera.
¿Han visto ustedes desatino semejante? ¿Cómo es posible que ese dignísimo maestro se haya atrevido a solicitar una tan escandalosa gollería? ¿Pedir que se premie a los padres que muestran un celo ejemplar en procurar que sus hijos asistan asiduamente a la escuela? ¡Bah! Ese maestro es un idealista peligroso –en este país del analfabetismo en crescendo–, al que hay que volver a la realidad con un acuerdo que no le dejen ganas de seguir tomando en serio las cuestiones de enseñanza. Poco más o menos supongo que se discurriría así en la sesión de la Permanente del Cabildo puesto que se adaptó el acuerdo de desestimar la referida instancia –¡y aquí viene el fundamento aplastante!– «porque de acceder a la petición tendría que darse al acuerdo carácter general».
Vamos por partes, como dicen los oradores latosos. Cuando todos hemos convenido en que una de las principales causas de que el analfabetismo tome cada día más vergonzoso incremento en nuestro país, es la inculta indiferencia conque los padres –¡parece mentira que en pleno siglo XX haya padres que olviden y descuiden esa sagrada misión civilizadora!– miran el que sus hijos se instruyan y eduquen, esa instancia del maestro de La Longuera ha debido ser inmediatamente atendida con la mayor esplendidez que los recursos del Cabildo permitiera. Y debió haberse hecho algo más. Debió darse al acuerdo un carácter general, para estimular a los padres tinerfeños a hacerse dignos también de premio por su celo en enviar sus hijos a la escuela, de donde han de salir aptos para convertirse  el día de mañana en hombres de sanas ideas, con un claro concepto del patriotismo y de ciudadanía.
¡Qué deplorable efecto está llamado a causar entre los maestros de escuela y entre las clases modestas de nuestra isla ese acuerdo del Cabildo! Porque los maestros se verán desalentados en sus iniciativas a favor de la enseñanza; y los padres de familia que tienen la desgracia de no comprender los peligros del analfabetismo, sacarán inconscientemente la consecuencia de que eso de la instrucción de sus hijos no será cosa tan esencialísima, cuando nuestro Cabildo Insular niega unas míseras pesetas para premiar a los que proponía el maestro de La Longuera y a cuantos otros aquellos lo merecieran en lo sucesivo en los distintos pueblos de la isla.
Si es verdad que Tenerife le debe a su Cabildo Insular grandes y positivos beneficios de índole material ¿por qué también esta digna Corporación no ha de marchar aquí a la cabeza de las entidades oficiales y particulares que tienen la obligación de estar atentísimas a las necesidades de la enseñanza y a extirpar de raíz el bochorno del analfabetismo? Y ya que nuevamente me he visto impelido a tratar del analfabetismo –la actualidad tinerfeña que más requiere el estudio y la solución de los verdaderos amantes del progreso cultural de nuestro pueblo–, con nada mejor podría poner término a estas líneas; que transcribiendo el siguiente bando que los alcaldes del partido judicial de Manresa han ordenado se fije a las puertas de las escuelas y casas consistoriales:
«Asistencia a las escuelas. La primera enseñanza es obligatoria para todos los ciudadanos. Los padres mandarán a sus hijos a la escuela desde los seis a los doce años.
La falta de asistencia será castigada por los alcaldes con multas: de 5, 10 y 20 pesetas al padre o tutor; Las faltas accidentales de asistencia no justificadas serán corregidas con multas de 60 céntimos, impuestas al padre o tutor. (Ley de 23 de Junio de 1909)
Los padres que, no enviando a sus hijos a la escuela, les privan de instrucción necesaria, no tendrán derecho a esperar los auxilios filiales durante la vejez.
La irregular asistencia de algunos niños a la escuela perjudica su ordenada marcha; por esto todos los padres han de estar interesados en que los hijos de los otros no cometan faltas.»
Si todos los alcaldes de Tenerife cumplieran de igual modo los preceptos legislativos sobre obligatoriedad de la enseñanza, se habría dado un gran paso en nuestra isla para disminuir el número de analfabetos.
Y nadie más llamado a dar el ejemplo en ese sentido que el Cabildo Insular de Tenerife, por ser, precisamente, la Corporación de nuestra isla que realiza una fecunda y plausible actuación en pro de los intereses públicos. ¡Qué patriótico y oportuno seria, por parte del Cabildo, una noble rectificación del acuerdo que adoptara la Permanente de la Corporación insular, al denegar la petición del maestro de La Longuera!... Esa rectificación no iría en desprestigio de nadie, y, en cambio, habría de reportar un innegable avance en la urgente obra de combatir el analfabetismo. PERALES”.
Continuaremos, porque la instancia en cuestión aún daría lugar a un precioso –y comprometido– remitido del maestro. Hasta la próxima.

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