lunes, 16 de mayo de 2011

Eurovisión y Bailes de Magos

Ayer domingo no aparecí por los motivos señalados en el titular de esta entrada. El primero me sumió en un profundo estado de reflexión y el segundo, por razones obvias, en otro de bien merecido descanso. Y es que vivir en una zona que se ha convertido en aparcamiento de los sufridos magos, tiene los lógicos inconvenientes de ruidos, escandaleras y algún que otro trago para ir entrando en ambiente. Lo malo es que cuando el susodicho (ambiente) se caldea unos grados más de la cuenta, la verbena se celebra en los alrededores del vehículo. Y, a ser posible, agarrado a él, por si acaso.
El festival de Eurovisión (ya entendí el porqué enviamos a Chiquilicuatre hace unos años) –que no significa, como pareciera deducirse, la visión del euro que tengan los diferentes países–, es raro. Este año tampoco me senté delante de la tele a observar el desfile de cantantes. Me canso, me aburre y zapeo que es un disgusto. Pero, sin embargo, no me pierdo el proceso posterior de las votaciones. Cada vez me convenzo más de lo poco que sé de geografía; mejor, de lo que se diferencia la actual de aquella que aprendí cuando estaba en la escuela y en el colegio. Ni comparancia, tú. Se desmembró la URSS, y más tarde Yugoslavia, con lo que surgieron un sinfín de países que, para más inri, se votan entre ellos. Parecen clanes. A estas alturas de la vida ignoro si los Urales marcan la división Europa-Asia, si Israel es un estado europeo, o si Portugal piensa que dándonos 12 puntos vamos a cargar con su deuda.
Como la culpa debe ser de Zapatero (para qué buscar a otro), lo mismo procede que cuando entre el siguiente (ya ni me atrevo a decir que sea Rajoy) deba proponerse que participen también Cataluña, Galicia, Euskadi y, si me apuran, Canarias (con lo que se alegraría enormemente don José; o lo mismo no, por considerar que nos corresponde Afrovisión). Lo malo es que nuestro espíritu díscolo y contestatario nos cierre la mollera (un fisco más) hasta tal extremo de que no nos apoyemos (como hacen los caucásicos, balcánicos, nórdicos…), con lo que el resultado seguirá siendo parecido. No obstante, hay que ser positivos y poner por detrás de nosotros a todos los que fueron descartados en las eliminatorias previas. En fin, que me quiten lo bailao. Acuérdense, ya verán como será un éxito en estos próximos meses. ¿Y la que ganó? Ni nos acordaremos de ella. Que se chinchen Ell & Nikki.
Hace un tiempo, cuando era mucho más joven y colaboraba en la prensa insular, escribí unos artículos de los denominados bailes de magos o verbenas carnavaleras de disfraz único, semejante o parecido. Y como los hallé por ahí guardados en mi disco duro (el ordenador tiene propietario), al comprobar que la situación no ha mejorado demasiado (hasta en esto existe similitud con el festival aludido unas líneas más atrás), me parece oportuno y conveniente reproducir unos párrafos:
Con respecto a los que yo denomino ‘bailes del aparcamiento’, escribía hace más o menos una década que “el maletero del coche abierto, la música disco a todo meter y las botellas circulando que daba disgusto. Contabilizar a estos energúmenos, perdón, magos, siempre se torna difícil. Al día siguiente te los encuentras por cualquier sitio, hechos un asquito, pero presumiendo de haber aguantado hasta las tantas. Atrás han quedado las horas de dormir la mona en la acera, sobre las meadas que alguien había dejado antes, perfumando el traje alquilado (o lo mismo en propiedad) y sin ver, ni de lejos, el recinto acotado donde se celebra la movida carnavalera de disfraz cuasi uniforme”. Todo sigue igual. Si funciona, ¿para qué cambiar?
Y como en aquel entonces uno iba a trabajar a tales eventos (palabreja del político), por su pertenencia a uno de los tantos grupos folclóricos:
“Te encuentras cada caso que te pones los pelos como tachas. Uno que excrementa –qué palabreja– en cualquier paraje, se vira para preguntarte la hora –no sé para qué coño le interesa si ya lo tiene todo claro– y sigue con el chorro tieso como si tal cosa. Y con su otra cosa en la mano, por supuesto. Total, si ya él está enchumbado, ignoro para qué se la mantiene. Debe ser la costumbre. Los jardincitos de las urbanizaciones parecían salpicaderos. Emanaban efluvios por todas las raíces del césped. Espero que los calores no lo hayan secado demasiado”. De las mujeres nada puse porque sentía vergüenza. Ahora que la perdí (motivos de edad), no comprendo cómo no agarran más infecciones; ellas tan recatadas a la hora de hacer sus necesidades en cualquier otro lugar y/o circunstancia.
Como se persiste en la coyuntura existencial de si el escenario demanda otro planteamiento, y cada año es tema de debate recurrente, retrocedo (o retrodezco, en plan más mago), y hallo:
“Los bailes de magos requieren profundos estudios, intensos debates y ponernos todos de acuerdo sobre lo que deseamos. En esa dinámica están muchos colectivos. Va a ser tremendamente difícil que se pueda alcanzar el necesario consenso. Porque no es tarea sencilla. Un grupo folclórico no puede subir a un escenario a recrear su quehacer y pretender que los asistentes se pongan a bailar folías o malagueñas a la perfección. Los propios componentes han necesitado muchas sesiones para alcanzar la meta.
Los cambios en los enfoques verbeneros actuales, dirigidos a los mogollones y al espectáculo, pasarían por una ruptura total. Lo malo es pensar si se está dispuesto a correr tremendo riesgo. Otra visión deberá pasar, forzosamente, por no poder aguantar estas avalanchas. Y lo que es peor, un radical cambio de actitudes y posicionamientos. A los que, me temo, no esté dispuesta la juventud. La extrapolación de los antiguos bailes de taifa y candil a los tiempos que corremos, que supondría una reducción drástica del número de asistentes, verdadero encanto y razón de ser de los esperpentos del hoy, no la asumirían, ni de coña, los políticos de rigor. Por arriba de ellos, con toda probabilidad, los propios ediles de cultura, acérrimos defensores de lo nuestro. Ni siquiera los autodenominados nacionalistas, que deberán ser profundos conocedores de nuestras raíces, osarían, me temo, dar el primer paso.
Para bien o para mal, el fenómeno de la transculturación se ha plasmado, una vez más, en tangible realidad. La música y la danza no han podido quedar al margen. Ahora corresponde dilucidar si el camino tomado es o no el correcto. Pero sin rasgarnos las vestiduras. Ya pasaron los tiempos en que tocar la guitarra significaba rasguear sus cuerdas con el dedo índice de la mano derecha. O de la izquierda, los cañotos. Lo de zurdo es un invento moderno. Prueba inequívoca de que el progreso se cuela por todos lados”.
Y si, a casi la mitad de 2011, enlazo estos dos aspectos del comentario de hoy, ¿te imaginas a Paulino tocando el timple el próximo mes de mayo en Azerbaiyán (también lo vislumbro con j), acompañado de Benito Cabrera y Los Sabandeños, representando a nuestro país (canario)…? ¿La solista?: Cristina Tavío, por ejemplo. De fondo: Las Teresitas. Chacho, déjalo estar.

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