domingo, 1 de mayo de 2011

La Gomera en el recuerdo (24)

En Eco del Comercio (periódico literario, de noticias e intereses materiales, editado en Santa Cruz de Tenerife), del 16 de abril de 1864, año XIV, número 1214, página 1, encontramos la siguiente nota aclaratoria:
“Retiramos con gusto los trabajos que teníamos preparados, para empezar á publicar la serie de artículos con que nos favorece uno de nuestros suscritores, como resultado de las observaciones que hace en: Una escursion por la isla de la Gomera”.
Y nosotros hacemos lo mismo con la transcripción de las cuatro entregas que aparecen en los días que también se señalan, siendo la primera en este ejemplar ya indicado en el párrafo anterior. Para todos los que visitan la isla en la actualidad, amén de sus propios habitantes, creo que constituye una magnífica lección de geografía e historia, o mejor, según explicaba Unamuno, de intrahistoria. Nos ha extrañado sobremanera la enorme cantidad de faltas de ortografía. Es obvio que ignoramos si debidas al autor del texto o a que las galeradas de aquella época tipográfica no eran siquiera revisadas. Vamos con la primera:
“Cuando la prensa isleña con un celo, y constancia que la honran altamente, se ocupa de todo aquello que en grande ó pequeña escala puede traer un bien a la Provincia, cuando á un [ilegible] se debe, ya el establecimiento,  ya la reforma de obras y empresas que tanto han mejorado la condición, poco envidiosa, en que se encontraba el archipiélago no hace muchos años; cuando está en la conciencia de todos los canarios el que para ella no existen mas glorias ni mas aspiraciones que proporcionar un bien al pais, sea cualquiera el punto donde aquél recaiga, causa estrañeza observar lo poco que se ha ocupado respecto de la pobre isla de la Gomera, tan llena de imperiosas necesidades.
¿Qué causa, qué poderosos motivos han podido influir en semejante conducta? Presumimos adivinarlos, y ésto es precisamente lo que nos mueve á tomar hoy la pluma, por cuanto á la par que satisfacemos las exijencias de muchos de nuestros amigos, es nuestra creencia, que si tenemos la fortuna de acertar, esa ilustrada prensa,  hasta hoy un tanto apartada del asunto que tratamos, acabará por identificarse con nuestras indicaciones, y entonces, con sus bien cortadas plumas, terminará con la perfección que nosotros no podemos, el cuadro que nos proponemos bosquejar ganando así estraordinariamente la causa de los gomeros.
Séase por la poca entidad comercial de la isla; séase por que sus producciones, tan trabajadas por postes y fletes muy subidos no ofrecen aliciente bastante al especulador lo cual hace que no sea frecuentada de forasteros; ya dependa de la resignación de estos habitantes; ya de la natural negligencia de los isleños, acaso mas marcada en los gomeros; ó por efecto, en fin, de la desconfianza que abriguen de ser atendidos, caso que se resolviesen á hacer patentes sus desventuras, es lo cierto, á nuestro juicio, que generalmente hablando, son desconocidas, por completo, las dolorosas circunstancias á que se ven reducidos, por falta de algunas mejoras, urgentísimas y de una utilidad incalculable para la isla, á la vez que de un costo insignificante para el Erario público y [ilegible] al mismo.
Esta ignorancia del mal ha traido necesariamente el silencio que lamentamos con la franqueza que nos es propia, emitimos nuestra creencia, y cumplimos con nuestros humanitarios sentimientos, dando á conocer, siquiera sea en una forma imperfecta, el estado en que se encuentra la isla.
Nuestras autoridades lo que desean es el bienestar de sus administrados y solo dos causas pueden privarles de la satisfacción de proporcionárselos: recursos pecuniarios de qué poder disponer, y falta de conocimiento del mal, evidentemente justificado. Abrigamos fundadas esperanzas de que nuestras seguras indicaciones atenuarán la primera; y en cuanto á la segunda, escojemos de expreso éste medio de esponer nuestra situación como el mas eficaz á nuestros deseos. Lo que públicamente sé consigna y no es contrariado, mas que justificado está.
Entremos, pues, en materia.
DESEMBARCADERO DE LA VILLA DE SAN SEBASTIAN
No tenemos nececidad de internamos mucho en la isla, para encontrar materia, y no de escaso interés, de que ocuparnos. El angosto valle donde está situada la población desemboca hacia la parte S. E. de la isla, y forma una rada de 500 metros poco más ó menos que está abrigada de los vientos N. E. hasta el S. O. por el norte. La montaña del N.E. que es muy elevada y casi perpendicular por la parte del mar, y sobre la cual existe una gran esplanada llamada el llano de la Villa, se interna en el agua mas que su vecina proporcionando cómodo y seguro abrigo, respecto á los vientos ya citados, para buques de todos portes.
Exenta toda la playa del mas insignificante arrecife, encuéntranse tan solo unos peñazcos á la flor del agua, inmediatamente seguidos a la fortaleza «Los Remedios» que está construida á los [ilegible] cual en mas de la mitad de su circunferencia se sirve de murallas; pero de éstos peñazcos, que no todos son naturales de aquel sitio, sino que muchos provienen de los frecuentes desprendimientos de la montaña, no puede hacerse uso para el embarco y desembarco, ya por que el agua los cubre casi siempre, ya por que existen otros debajo de ella que no permiten en el estado en que hoy se encuentran, acercar la
lancha lo bastante á lograr dicho fin. Hecha, á grandes rasgos, esta descripción de la rada, que nos conviene colocar en este lugar para nuestros fines ulteriores, veamos les procedimientos por que indispensablemente tienen que pasar tanto las personas como los efectos.
Si, lo que no es común, la mar está picada, nuestra narración no tiene lugar: en dias tales, solo el patrón y los marineros podrán desembarcar, merced á la práctica que tienen adquirida.
El tiempo, pues, ha de ser, cuando menos, regular. La lancha permanece á una respetable distancia de la rivera, y hombres de todos calibres, esto es, robustos y endebles, arremangados sus pantalones todo lo mas posible, toman en los hombros al pobre viajero para zarandearlo durante la travesía de cien metros, quizá, que dista la lancha de las piedras que están juntas al castillo y en las cuales se toman ó echan los pasajeros y la carga.
Si aun en nuestros propios pies, y en buen terreno nos agitamos con violencia, cuando sentamos mal un pié, imajínense aquellos de nuestros lectores que no hayan pasado por estos trances del desembarcadero de la Villa, el mal estar que se apoderará del aerostático viajero, desde el instante y á medida que va viendo desaparecer los pies y las piernas de su conductor bajo las olas del mar, máxime si este pertenece á los de CALIBRE endeble, y no le ocurrió en su niñez aprender á nadar. Lo confesamos: si esta operación es de desembarco [ilegible]; extraordinariamente por el mal estado en que nos ha dejado el mareo y las demás molestias del viaje, y si es de embarque no sufrimos ni un ápice menos, por cuanto con nuestra cabeza fresca, nos esplicamos con la mayor claridad y precisión lo fácil que es, cuando menos, llevar un gran susto con un baño general. No hace muchos dias que la correspondencia no pudo despacharse al público hasta el siguiente de su recibo en la Estafeta, por que se fué al agua el patrón que la traia (y no se olvide que ya hemos concedido á estos Sres. marinos una supremacía muy grande sobre los que no lo son) y hubo necesidad de tenderla al sol para que se secase”.
Continuaremos en una próxima ocasión con la segunda de estas entregas de quien el periódico citado solo identifica como uno de sus suscriptores. Hasta entonces.

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