jueves, 5 de mayo de 2011

Otros cuatro secarrales

Hice todo lo posible por hallar un hueco. Conseguido el objetivo, tuve la oportunidad de ausentarme unos días. Por varias razones; unas, las más, no vienen al caso y otras, lo mismo sí. Mi cierta animadversión a los fuegos, quizás la primera. Algo del cariño profesado dejé en el comentario del día tres (entrada que había programado previamente). El inciso: a la vuelta compruebo que persisten los comentarios acerca del solar del alcalde. Ignoro si ha habido desmentido, aclaración o lo que proceda. Muy claro debe tenerlo la primera autoridad municipal, pues en el supuesto caso de que continúe el silencio al respecto puede que haya alguna repercusión en esta inminente cita electoral. Si uno cumple fielmente con sus obligaciones fiscales y tributarias, entiende que las autoridades de cualquier rango y categoría deberán predicar con el ejemplo y ser el espejo en el que nos contemplemos los ciudadanos. Para cuando seamos mayores pretendamos equipararnos. Digo yo que es lo menos que podemos exigirles.
Mi cada vez mayor simpatía por la isla de Gran Canaria, en general, y de Las Palmas, en particular, puede que sea o haya sido el segundo motivo de la ausencia. Desde que el ayuntamiento de mi pueblo tuvo la infeliz ocurrencia de homenajear al independentista don José, a un servidor le dio por remar más aún en sentido contrario. Y por el interés que me producen tanto el contenido de sus editoriales como el estado dicotómico de su(s) autor(es) material(es), me dedico a disparar con la Canon a cuanto secarral se cruza en mi camino una vez pongo la pata en Las Nieves, allá por Agaete.
Tanto es así que tenía proyectado cambiar las fotografías ‘históricas’ de la columna izquierda de este blog por otras de la misma o similar echadura. Pues deberé dejarlo para más adelante, porque ahora se impone seguir demostrando que, efectivamente, en la isla redonda que se visualiza perfectamente desde las azoteas de cualquier edificio santacrucero, incluidos los de la Avenida de Buenos Aires, no existen sino lagartos y molleros y ni un mísero paisaje verde que llevarte al hocico (josico, cuando seamos más autóctonos). Hoy, una pincelada de adelanto. ¿La otra? ¡Ah!, una muestra fehaciente de que el menda estuvo. Pues sí, ahí me ven, echando una visual al concejal que interpela en una sesión plenaria en el ayuntamiento capitalino (de allá). El que vale, vale, y el que no, p´a maestro de escuela. Fue una visita al Salón Dorado bien aprovechada. No parece conveniente ni adecuado descubrir al culpable, pero la fotografía donde ‘ambos dos’ posamos ya obra en su poder. Esto de la Internet es el demonio, que diría mi difunta abuela si hubiese tenido la pobre acceso a estos adelantos. A uno que conozco se le quedó chico el Sauzal y a mí El Realejo. Espero que si el alcalde se entera, recuerde viejos ‘lances políticos’ de cuando uno transitaba aún por eso de la ‘cosa pública’. Hasta una vez vino a la romería nuestra.
De Las Palmas me encanta su visión cosmopolita, su mirada abierta hacia la mar, su apertura al torrente de culturas que confluyen en los más variopintos rincones de la ciudad. Y el pasado sábado estaba, en chándal, dando el pateo pertinente por el paseo de Las Canteras, cuando observo gran movimiento allá por el auditorio Alfredo Kraus. Tras las oportunas pesquisas resulta que venía Zapatero. Y allí me metí a escuchar. Bien atento que estuve cuando se dirigieron al público los siguientes oradores: Jerónimo Saavedra, Carolina Darias, José Miguel Pérez y José Luis Rodríguez Zapatero. A mi modesto entender creo que imperó la ecuanimidad en un acto espléndidamente organizado. Nadie me preguntó nada y nada pregunté. Con la misma seguí la caminata desde este extremo de El Rincón hasta el otro de La Puntilla.
Pero si recorres el paseo que bordea la Avenida Marítima te ocurre tres cuartos de  lo mismo. Siempre, yo también, contemplamos ese amplísimo espacio azul que nos rodea y da carácter. Puede ser un bote de vela latina o el ferry de Armas que sale con rumbo a Morrojable. Cualquier excusa es válida. Poco importa que justo al lado varias vías vayan repletas de automóviles en un tráfico bastante denso. Es, como dijo Maximiano Trapero, conseguir el ritmo pausado de otros tiempos en la vertiginosa vida de una ciudad moderna. Él hace referencia a Vegueta, pero yo entiendo extrapolable  a estos otros remansos de paz inmersos en la vorágine y el ajetreo. Y lo crean o no ustedes, estimados ojeadores, he aprendido a mirar con otros ojos gracias a los editoriales aludidos líneas más arriba. Para ello solo es menester ser profundamente crítico.
A tenor de esta última consideración, recomiendo encarecidamente al concejal encargado de tal menester que eche una visual a un batallón de operarios que últimamente ‘pule’ la ciudad. Unos limpian el pavimento de chicles y otros objetos no deseados, otros lijan las protecciones metálicas en las diferentes acercas. Desgraciadamente no se diferencian gran cosa de los que podemos observar en el resto de pueblos y ciudades. Puede que sean los trabajadores contratados por el Servicio Canario de Empleo y la Federación Canaria de Municipios que en todos los pueblos hallamos. Pues qué quieren que les cuente. Uno que está acostumbrado a lijar el balcón de casa, a limpiar la rampa del garaje, a pintar los que haga falta o al arreglo de cualquier desconchado, siente vergüenza al contemplar a estos personajes ‘encantados’ con la situación de paro, y de escuchar sus conversas. Ayer mismo, en la calle Nicolás Estévanez, casi en su confluencia con Las Canteras, uno intentaba quitar la herrumbre con una espátula, mientras los tres restantes se habían erigido en encargados. Y de la cuadrilla de doce que andaba por la ‘desembocadura’ de Olof Palme, quita p´allá. Eso sí, todos bien equipaditos con su chaleco reflectante. Hay ejemplares en esta fauna que ya nacieron ‘parados’. Ni lloraron, tú.
Hasta mañana, que para retomar la actividad ya está bien.

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