viernes, 19 de agosto de 2011

De leyes y borracheras

El sociólogo Miguel Guerra ha elevado una propuesta para modificar la actual ley electoral en Canarias, a saber, la Ley 7/2003, de 20 de marzo, de Elecciones al Parlamento de Canarias, y su posterior modificación en la Ley 11/2007, de 18 de abril. Como de todos es sabido, mero ejemplo, las disputas que conlleva la susodicha por aquello de que un voto herreño vale infinitamente más que uno de Tenerife o Gran Canaria, bienvenida sea, en lógica consecuencia, toda oferta como punto de arranque para que comiencen sus señorías a discutir, si a bien lo tienen. Pero me temo que ni por esas. La combinación que el mentado sociólogo argumenta para distribuir los candidatos en dos elencos diferenciados, con lo que tendríamos abierto el abanico o la posibilidad de alcanzar mínimamente esa aparente utopía de las listas abiertas, no pinta mal. Aunque un servidor aconsejaría que se disminuyeran las cantidades que se vienen barajando, porque 75 bocas son demasiadas para la ya depauperada ubre de Teobaldo Power. Si con 60, hasta ahora, solo hemos conseguido que, siendo la mar (que nos une) de generosos, las señoras y los señores diputados alcancen el espléndido calificativo de ‘gandules a más no poder’, chiquito porvenir nos espera con quince más en el dornajo. Pero, insisto para que no me tachen de pesimista, adopten este borrador como elemento de partida e inicien los debates. Lo mismo alcanzan un acuerdo. Hombre, difícil lo vislumbro, aunque arrieros somos.
Belén Allende es la actual presidenta de la Federación Canaria de Islas (Fecai). Y desde tal atalaya ha instado al presidente autonómico, y compañero de viaje (ya saben a quien me refiero), a que procure hacer todo lo posible para “desvestir de duplicidades” al entramado competencial de estas ínsulas. Son –deben ser– los mismos que luego ponen a caer de un burro a Rubalcaba (más conocido ahora por Alfredo) cuando alega que sobran las Diputaciones provinciales. Eso de las competencias es como una golosina; si me va bien, si me conviene, a degustarlas cual chupete al uso; si me va mal, si me cuesta demasiado esfuerzo, amenaza al canto con devolverlas al estamento inmediatamente superior. Tú, sufrido usuario de las maltrechas carreteras, tienes la desgracia de caerte un día dentro de un bache (o socavón). Agarras un cabreo de los que hacen época y vas en busca de tu alcalde porque lo hallas más a mano. Si tienes suerte, lo mismo te indica que la vía de marras es del Cabildo, pues nada debería sorprenderte que apuntara más alto y te señalara la Consejería de Obras Públicas del Gobierno de Canarias. Y menos mal, ya que si fueras onubense y la susodicha tuviera categoría de nacional, acabarías el pleito en
los mismísimos madriles, indignado perdido y no precisamente acampado en la Puerta del Sol.
Como debemos seguir creyendo en aquello de nunca es tarde, puede ser buen instante para que nos alcance del consuelo de que nuestros representantes se hayan dado cuenta, por fin, de que no es que exista duplicidad a la hora de arreglar un simple trámite. Hay asuntos en los que nos podemos hallar en el esperpento de la triple y cuádruple casuística. Nadie quiere, por lo visto, soltar amarras tan fácilmente y el permanecer anclados a sillones y ataderos. Absolutamente todos los cargos públicos quieren ampliar su techo competencial. Deberá ser, comprobados los excelentes resultados, que pretenden con ello demostrar sus altas capacidades de incompetencia. Guarden, pues, la debida compostura no les pase lo que al personaje de la foto, al ínclito actor francés Gérard Depardieu (el célebre Obélix), al que se le subieron los humos a la tête estando subido a muchos pies del suelo, y creyendo el susodicho que los tenía (los pies en el suelo), agarró tremenda polvacera (término autóctono canario que significa borrachera –o cargado como un chucho, que también se menta–, por aplicación metafórica con la acepción de polvareda o nube de polvo y por alusión evidente a la visión nublada del que se jala más de la cuenta) allá arriba, recalco, metido en el cubículo de un artefacto volador, más conocido por el vulgo como avión. Y, en definitiva, dicen los titulares desprendidos que el pobrecito orinó en estado beodo en el pasillo de la aeronave. A lo que tú y yo, escasamente locuaces y de verbo mucho menos florido diríamos lo de se meó todo por las patas pa´bajo. En fin, chiquita tranca cogió el fulano. Me lo quiero imaginar cuando bajó de las alturas, instante en el que se alcanza la apoteosis de los efectos sicodélicos del alcohol. Según debió poner las extremidades inferiores en una superficie más sólida, las excreciones debieron ser aún mayores, y también más consistentes (o sólidas, y valga eso).
A perdonar este final tan escatológico, pero entre esto y leerme las homilías de Pepe Segura, ya ves con lo que me quedé. Disfruten de lo que queda del verano. ¡Ah!, y a mandar.

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