Lo primero. El
pasado sábado hubo un homenaje a los mayores de mi pueblo y resulta que yo subí
por la Avenida de Canarias y contemplé todo el tenderete en la explanada de lo
que fue el Centro Comercial Realejos y no me paré. Te preguntas qué es lo que
habrá ahí, escuchas música de fondo, pero sigues derechito para casa. Luego te
enteras al par de días, te miras al espejo y te dices: Hombre, yo también tenía
cabida. Menos mal que ese mismo día acudí, ya te lo conté, a otra cuchipanda en
La Marzagana (La Perdoma), donde a lo peor el más viejo era yo, pero lo pasamos
bien.
Esto de la
vejentud ha cambiado bastante. Vas a un viaje de Mundo Senior y hallas al
personal derechito como una vela. No es que se valgan por sí mismo, es que
parecen voladores: corren, bailan, cantan, se divierten y comen… ¡vaya si
comen! Y lo mismo se quejan porque creen escasa aquella enorme cantidad de
comida que ponen en los hoteles. Menos mal que son los menos esos quejones y
exigentes, que si no se estallan –con perdón– el estado del bienestar ese en un
santiamén.
Lo segundo.
Casimiro Curbelo tiene convocada una rueda de prensa para dentro de un ratito.
Va a comunicar con toda seguridad que no se presenta al Senado, que renuncia.
Si no me hubiese adelantado manifestando mi opinión de esa Cámara inútil, dado
mi cariño a la Isla Colombina, lo mismo me estaría ahora postulando para que me
“boten”. Lo dicho: me lo pierdo todo. Con lo bien que me vendría ese
complemento a la pensión. Porque deberá ser compatible, ¿no? Hombre, Pepe
Segura me lleva unos buenos cuantos. Y la nueva plataforma de las izquierdas
tinerfeñas va a presentar a Manolo Marrero, que por lo pronto es maestro (como
yo), periodista –de título– (como yo) y jubilado (como yo). Entonces, ¿puedo o
no puedo? El principal inconveniente lo atisbo en los nietos. Esos renacuajos
te atan más que el carajo. Aunque, pensándolo bien, tampoco serían tan largas
las ausencias. Ahí ven ustedes a los dirigentes de las diferentes formaciones
políticas: van a las sesiones plenarias y luego a mitinear (chacho, pensé que
me lo acababa de inventar y sí aparece en la vigésima tercera edición del DRAE)
el resto de días. O puedo, asimismo, aprovechando los descuentos en los vuelos,
llevármelos a la capital y darnos una montadita en una lancha de El Retiro.
¡Uf!, qué dura es la vida parlamentaria.
Y lo tercero. Han caído
muchísimos rayos en estas últimas horas. Tantos que nos hemos olvidado por unas
horas de los seísmos herreños. Y no me quiero poner en el pellejo de un piñero,
durmiendo con un ojo abierto, cuando escuchó semejantes estampidos. Con el
miedo en el cuerpo por los dichosos temblores, es como para saltar de la cama y
abrir a correr hasta San Andrés. Algunos de esos chispazos han causado más de
un disgusto en forma de conatos y pequeños incendios. Dicen los entendidos que
lo normal es que estos hechos sucedan sobre el mar. Lo malo es que ya no
sabemos a ciencia cierta qué y qué no entra dentro de los cálculos de esa
normalidad.
A un servidor
le queda pena el no haber aprendido a obtener instantáneas gráficas de esos
fogonazos. No sé si es tanto por falta de información o por falta de valentía.
Porque si los flases están lejos, vale, pero si es sobre tu cabeza, los
estampidos imponen respeto. Y ya me lo señalaban mis padres: un respetito es
muy bonito. Admiro sobremanera, no obstante, esas fotografías que aparecen en
los diferentes medios de comunicación tras el paso de una tormenta. Pero no me
satisface el salir chamuscado y trasquilado por curioso.
En resumen,
me lo pierdo casi todo. Y lo malo del particular es que se me está haciendo
tarde. Voy a tener que cargarme las pilas. Son tantas las ocupaciones para
cuando me jubile… Y la jaula del pájaro hecha un asquito. Y los recipientes de
las tortugas, ni te cuento.
Hasta mañana.
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