El pasado 29
de octubre (sábado), el día después de la presentación de Sodero, nos fuimos
hasta Icod el Alto, porque después de los varios años de espera debidos a la
desidia del equipo de gobierno (Coalición Canaria) en el ayuntamiento realejero,
se inauguraba el Monumento que rinde homenaje a los cochineros, y que se ubica
en el lugar que era demandado por los vecinos (la prueba determinante vino de
la mano de la asistencia al acto): una pequeña y recoleta plazoleta ubicada en
la desembocadura (o nacimiento, según lo mires) de las vías de Lomo Márquez y
El Terrero, lugar de partida (y llegada) de las rutas que estos ‘tratantes de
lechones’ tomaban.
Un servidor también acudió al
acto por motivos familiares. Y observó con detenimiento cuanto allí sucedió,
para dejar plasmadas en este blog unas pinceladas. Y lo hace a modo y manera de
seis décimas –para no perder la costumbre–, en las que, ojalá, haya sido capaz
de sintetizar este noble acontecer.
Después de mucho
esperar
se enciende por fin
la luz,
y se acaba con la
cruz
que supuso el
aguantar
–mejor dicho,
soportar–
varios cambios de
opiniones,
que en busca de
ubicaciones
largo retraso
causaron;
yo no sé cómo
aguantaron
los pobrecitos
lechones.
El sábado
veintinueve,
del mes de octubre
pasado,
quedó por fin emplazado
el monumento que debe
–si nadie de allí lo
mueve–
retratar el
simbolismo
que define al pueblo
mismo:
el cochinero y su
historia,
un recuerdo a su
memoria
y a su gran
protagonismo.
La escultura al
cochinero
se colocó en buen
lugar,
para poder admirar
la obra que con
esmero
propone Paco Palmero.
El mulo, y sus
raposas,
es sin dudar de esas
cosas
que nos traen al
presente
los quehaceres de una
gente
por veredas
peligrosas.
Preciosa fue la
semblanza
que Isidro bien
platicó,
y a todos nos
sorprendió
con el mismo Sancho
Panza.
Paco mostró su
añoranza
con quien fue su
compañera;
luego Esteban
transmitiera
gratitud a la
Comisión,
sin la cual esta
misión
él solo no
consiguiera.
El alcalde recalcó
en que hay que
cooperar,
si queremos alcanzar
lo que la mente trazó.
Y el acto concluyó,
tras descubrir la
figura
–que goza de buena
hechura–,
con un brindis en la
plaza,
donde se habló de la
raza
del cochino y su
andadura.
Por allí estuve
paseando
para dar mi parecer
y en la calle pude
ver
a mucha gente
observando.
A todos ellos voy
dando
–también lo dijo el
alcalde,
y espero no caiga en
balde–
un amigable consejo:
sea de ustedes espejo
y
que el pueblo la respalde.
Reitero las felicitaciones al
pueblo de Icod el Alto e insisto en la necesidad de su cuidado y mantenimiento
por tratarse de una significativa seña de identidad. Procuren dejar un huequito
para que las guaguas que van a El Lance, donde los visitantes se retratan
agarrados a cierto soporte del guanche, también puedan dar vida a esta otra
zona, a este otro cuartel. Enhorabuena a todos.
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