martes, 22 de noviembre de 2011

Ya empezamos

Debo, en primer lugar, felicitar la mesura demostrada por Rajoy en las palabras de la noche electoral próxima pasada. Entiendo que las normas de cortesía así lo demandaban. Y ello es de agradecer cuando se hallaba ante sus incondicionales, cual si de un mitin se tratase, con lo de traicionero que ello tiene. El tiempo nos irá indicando si se trataba de un convencimiento o de una mera puesta en escena.
No obstante, de entre la multitud se escucharon voces que ni en la euforia de la victoria pueden ser justificadas. Porque tendríamos que retroceder a los tiempos de Aznar cuando se extendió lo de “Pujol, enano, habla castellano”. Y recordamos que el propio presidente terminó confesando años después que hablaba catalán en la intimidad.
Si en el fragor de la calentura es tremendamente fácil que estos hechos tengan lugar, más complicado y reprobable es que pasados unos días se inicie la campaña de plasmar por escrito pareceres bastante dudosos y que en nada colaboran a la necesaria tranquilidad requerida para superar este periodo que atravesamos.
Cuando, de una parte, sostenemos la madurez de nuestra sociedad a la hora de emitir su voto (yo voy más lejos y mantengo que la figura del interventor y/o apoderado en las mesas electorales es un insulto a la inteligencia del presidente y vocales de la misma), no parece muy lógico, de otra, que todavía estemos con la cantinela del voto cautivo, que en el caso de existir lo estará en todos los espacios del espectro. ¿O acaso un militante o simpatizante del Partido Popular va a votar a Izquierda Unida porque reconoce que su partido ha errado hasta la saciedad? La democracia no es un sistema perfecto, pero cuestionar que los siete millones de votos socialistas se corresponden con los demonios que han disfrutado del “calor de la crisis”, es tanto como pensar (por ello que no quede) que en ese colectivo está Botín y el resto de banqueros, principales beneficiarios de esta debacle económica y financiera.
No he compartido jamás las expresiones que han disparado ciertos políticos acerca de la conveniencia o no de votar a su adversario, pero menos puedo entenderlo en quienes tenemos la obligación de reflexionar antes de teclear. Y grave, al menos así lo entiendo, es sostener que millones de votantes (sumen los que no obtuvo el PP y no atisbo la minoría por parte alguna) estaban bien acomodados y surtidos, porque el uniforme de bombero les protegía de los calores externos.
Corresponde gobernar al PP porque el pueblo así lo ha decidido. Unos seiscientos mil votos más que los obtenidos en 2008 le han concedido una mayoría bien holgada. A pesar de las dieciocho mil interpretaciones que podamos hacer con respecto al resultado del escrutinio, está meridianamente claro que a Mariano Rajoy compete llevar las riendas del país en estos próximos años. Y algo tan normal en el sistema que nos hemos concedido, parece aún quedar algo velado para los que persisten en esgrimir la bandera del Averno.
Aunque no tengo obligación de confesar ciertas intimidades, debo revelar que esta próxima noche no podré dormir tranquilo pues he cometido otra grave falta, otro pecado mortal: no he votado al partido ganador. Como estuve diez días reflexionando en Andalucía occidental, puedo asegurar en mi descargo que traje el voto bien meditado, por lo que no lo considero cautivo. Me pregunto, por último, si los que en Italia votaron mayoritariamente a Berlusconi, concediéndole el beneplácito para formar gobierno, sentirán ahora algún síntoma de culpabilidad al verlo caer de esta manera tan poco ortodoxa.
La última disquisición en forma de cuestiones: ¿Creen, entonces, que hubo 13.759.864 (24.590.557 votantes menos 10.830.693 populares) votos cautivos? Demasiados me parecen. ¿Es mejor, acaso, que no vayan a votar unos diez millones o depositen la papeleta nula o en blanco algo más de dos millones, en total casi trece millones? Sí, consulten los resultados para esa cámara inútil llamada Senado.
Hasta luego.

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