Parece que se
avecina una buena. Porque hasta aquellos que abogaban por el cambio urgente en
las políticas económicas y financieras en este país, pidiéndonos el voto para
el Partido Popular, comienzan a matizar aquello que dijeron –o escribieron–
antes del 20-N. Menos mal que a estas alturas de la vida somos muchos
–demasiados– los que estamos, afortunadamente curados en salud.
En nada,
parece, ha cambiado la actitud laxa de Mariano Rajoy, a pesar de su victoria
electoral (de nada valen los consuelos de quienes alegan que no ha ganado sino
que perdió el contrario, como si el resultado no fuera igual de válido). Y
puede que sea eso lo que comienza a incomodar a los que estimaban que el 21 iba
a quedar todo arreglado. Los vaticinios no son nada halagüeños y ahora que corresponde
gobernar, flaco favor hacemos a la ciudadanía con idéntica táctica a cuando se
estaba en la oposición, es decir, permanecer de brazos cruzados a la espera de
que caiga sola la breva.
Ojalá lo que
me ronda el magín sea solamente un destello fugaz, un prejuicio
malintencionado. Si las futuras actuaciones –esperamos pacientemente que
acontezcan– pasan por escudarse en lo mal arado que dejó Zapatero el campo,
aviados vamos. Se nos vendió que unos nuevos bueyes iban a tirar del carro, del
arado y de cuanta maquinaria fuera preciso para que España volviera a la senda
del progreso, a disminuir en cuatro años el número de parados en tres millones
y medio, en suprimir cuanto de superfluo existiese en las administraciones
públicas y unas dieciocho mil propuestas más y que se hallan debidamente
especificadas en un programa electoral que llevaba dibujada una gaviota en la
portada.
Cuando desde
Cataluña se levantan voces, se lanzan propuestas y se envían mensajes directos
de por donde pueden ir los tiros, ya atisbamos que los que anteayer se
opusieron a la famosa batería de recortes (que también me afectaron), hoy ya se
muestran favorables a los mismos. Estamos en el estadio primigenio del sí, pero
con matices. Ese que se inicia con la cantinela de proponer la supresión de lo
superfluo, aun a sabiendas de que con tal concepto jamás nos pondremos de
acuerdo. Puesto que lo que yo considere no necesario, puede que sea
trascendente para ti. ¿Está de más esa parafernalia de las Diputaciones con
atribuciones que se solapan con las de ayuntamientos o comunidades autónomas?
Casi todos entendemos que sí, pero Rajoy –no olviden que va a ser el jefe– ya
dijo que nones. ¿Qué es, pues, innecesario? ¡Ah!
Las
percepciones que afloran acerca de solidaridad, lucha contra la desigualdad,
apoyo a los que realmente lo están pasando mal… no hacen prever un feliz
desenlace. Demasiados elementos hay en juego que gozan de una aleatoriedad tal
que difícilmente vamos a encontrar un punto de unión que aglutine el
maremágnum. Ahí tienen, y tómenlo como mero ejemplo, al concejal santacrucero
Corrales, con declaraciones, mociones, proposiciones –y manda ones– que de llevarse a la práctica
supondría la transformación social más radical habida en toda la historia, pero
que chocan con su negativa (abstención, pero a los efectos prácticos es lo
mismo) a la solicitud de Sí se puede en la que se pedía la congelación a toda
subida de sueldos de los políticos. Efectivamente, todo perfecto mientras no me
toquen el bolsillo. En ello Viciana es también experto. ¿A qué jugamos pues?
Somos más falsos que una moneda de cinco euros.
Menos mal,
algo es algo, que tras las reuniones del día de ayer (con sindicatos y
patronal, todos minúsculos), Rajoy va a proponer a Iñaki Urdangarin para
Ministro de Economía y Hacienda, pues, según diversas fuentes dignas y
merecedoras de todo el ‘crédito’, sabe manejar con gran habilidad los resortes,
muelles, espirales, ballestas y ‘flejes’…
Aquí,
compadre, el que no corre, vuela. Hasta mañana, que ya hemos comenzado diciembre.
A la vuelta de la esquina, la lotería. Y después, todo organizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario