Deberé incluirme en la relación correspondiente. Porque la estancia posnavideña en La Gomera no me permitió, desgraciadamente, dar las pateadas acostumbradas. Uno de esos denominados accidentes domésticos lo imposibilitó. Por lo que el coche fue el principal protagonista. Y así, ya me dirán.
Hemos arrancado 2012 y al menos tenemos, según cálculos mayas, hasta el 21 de diciembre para intentar bajar esos kilos de más. Después de esa fecha, maldita falta que nos va a hacer. El organismo que administra los sorteos en España piensa muy seriamente cambiar la fecha de este próximo Gordo. De tal suerte, que nos caiga(n) todo(s) junto(s) y nos espachurre(n) de una vez.
Como cada uno de nosotros tienen su particular librito en esto de recuperar la línea de atraque perdida, no faltan los doctos consejos que, “desinteresadamente”, nos guían por esos procelosos caminos del pasar hambre. Los expertos de Nutrición Center (NC) –no confundir con el grupito de Román Rodríguez– advierten del peligro en el que nos sumergimos cada uno de enero (o mejor el dos), del riesgo evidente para la salud y del temido efecto yo-yo (que también, aunque no lo creas, puede traducirse por efecto tú-tú; si creías que te ibas a escapar, espera sentado). En suma, te va entrando una alegría en el cuerpo con tanto nuevo decálogo, que te pones a comer como un desaforado y mandas para cierto sitio a Moisés y a todos los que con él subieron al Sinaí para intercambiar opiniones con uno que hablaba detrás de una zarza que ardía sin consumirse. Y ahí comenzó todo: el dichoso arbusto (aquí lo llamamos zarzal) no quemaba las calorías. Luego mezclaron la nutrición con las creencias religiosas, rompieron las tablas, casi se cargan las pirámides, enviaron plagas, las vacas enflaquecieron… En fin, lo mismo que ahora, pero en versión papiro.
Tenemos que comer muchas frutas drenantes (palabra que, por cierto, no está en el diccionario) y que si me abuela la oyera me mandaba a echarme un higo de pico. Esto será así hasta que a cualquier lumbrera se le ocurra proponer echarnos de vez en cuando, a modo de aperitivo, un buen cacho de esponja que nos absorba todos los líquidos retenidos. Y ojito con la flora intestinal. Ya mi mujer me puso una bolsita de ‘nitro azul’ (sí, el mismo que utiliza ella para las plantas) junto a las pastillas de la presión, del colesterol, del azúcar, de la próstata… (sí, hombre, las cinco de desayuno, almuerzo y cena). Y pensó bien, si las helechas del patio están frondosas que da gusto verlas, la vegetación de los intestinos (ambos, delgado y grueso) tiene que agradecer una buena abonada (ya el estiércol lo llevan incorporado, sobre todo en el tramo más cercano a la desembocadura).
Me quedo con lo de no mostrar demasiadas prisas en perder esos kilos incrementados. Aparte de la catástrofe anunciada para este final de año, el nuevo presidente el gobierno nacional, en un virtuoso arranque de saber agarrar el toro por los cuernos y aun tragándose hasta las páginas en blanco de su programa electoral, nos presenta las medidas adecuadas, correctas, precisas, idóneas para una dieta equilibrada. Eso sí, con calma, de una manera sosegada, tranquila, sin aspavientos. Como un buen plato de pulpos (a la gallega).
Un servidor, incluido, como señalé al inicio, en ese porcentaje del 68%, que nos lanzamos alegremente a caminar por esos mundos, a romper tenis (calzado deportivo) y a sudar sin ton ni son, va esperar unas semanas más hasta que desde la Dirección General de Costes de Personal y Pensiones Públicas, dependiente del Ministerio de Economía y Hacienda, se me comunique la actualización económica de mi pensión de Clases Pasivas para este ejercicio de 2012. Se juega en ello parte importante de mi futuro ¿político? Como los unos y los otros me sugieren que queda mucho por hacer, lo mismo sigo siendo válido para cualquier bobería. ¿Tú crees, de verdad, que puedo hacerlo peor que cualquiera de estos de primera línea?
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