martes, 27 de marzo de 2012

La vuelta de la tortilla

Cómo somos los españoles para darle la vuelta a la tortilla. Es nuestra especialidad. Se practica en todo lugar y condición. Y si por un casual derivas en la cosa pública, el entrenamiento precedente te vale para armar un discurso que te permite ver blanco y negro al unísono. Es increíble. Para el común de los mortales. Para ellos, no.
Como Paulino Rivero es un artista en esto de la política (años y ejercicio ha tenido), utiliza para su propio beneficio (político) cuanta oportunidad se le brinda. Y se ha agarrado al controvertido tema de las prospecciones para adueñarse del pensamiento del resto de las fuerzas políticas (excepto el PP, obviamente) y de todos los colectivos habidos y por haber. Él, cual capitán Araña, los embarca, procurando no mojarse demasiado. Y, además, canta: al Uruguay, guay, guay, yo me voy…
Pero le salió un duro competidor. El señor Soria, no corto ni perezoso, entiende que todo aquel que no se manifestó este pasado fin de semana, comulga con sus ideas extractoras y repsolianas. Con lo que la balanza se inclina hacia su platillo por una mayoría aplastante. Tanto es así que yo mismo, que he hecho público mi parecer en contra del contenido de este Real Decreto, y que no acudí a corear eslogan alguno porque ya quedé escaldado en 2002 cuando la de las torres de alta tensión en Vilaflor, he pasado a formar parte de la tropa soriana. Según el ministro, claro.
Son tan livianos, a la par que tan cínicos, que se creen a pie juntillas que aquellos que no nos dedicamos a la política (por mil y un motivos diferentes), no sabemos agarrar una sartén y darle a la susodicha el volteo pertinente sin que se nos quede pegada al techo de la cocina.
Algo parecido pudimos contemplar la noche del pasado domingo con respecto a las elecciones andaluzas. La dulce derrota socialista nos ofreció un cuadro de los más esperpéntico: profundamente cariacontecidos los dirigentes populares (Arenas a la cabeza) mientras anunciaban que por vez primera en aquellas tierras se había producido el hecho histórico de ganar las elecciones autonómicas, y sonrisas de oreja  a oreja en las filas socialistas (Griñán 'à la tête') tras haber bajado la friolera de nueve diputados y otros tantos puntos porcentuales. Es el mundo al revés, pero nada importa pues ya somos (son) capaces de caminar con el cerebro a ras del suelo (debe ser que lo utilizan poco).
Luego los mandamases nacionales no se le quedaron a la zaga. Casi llora Cospedal, mientras a Valenciano solo le faltaba soltar una carcajada. A la par que la primera minimizaba (o lo intentaba) el no haber alcanzado lo que todas las encuestas vaticinaban (la mayoría absoluta), la segunda proclamaba el evidente deterioro y pronunciado declive del gobierno del PP apenas cien días después de su toma de posesión. Al tiempo, mucho más comedidos, los únicos que tenían motivos para saltar de alegría: Izquierda Unida que dobló el número de representantes en la cámara andaluza. Bien haría el PSOE en reflexionar en profundidad acerca del porqué la fuga de votos hacia su izquierda y/o quedarse en casa más de seiscientos mil electores.
Ayer lunes se reunieron todos (por separado, por supuesto), hicieron las lecturas (interesadas) de rigor, y quedaron contentos y felices. Se sintieron legitimados (o se legitimaron a sí mismos) para seguir en el machito unos años más… De aquí no se va nadie, de aquí no se baja nadie. Arenas lo intentará, por quinta vez, en 2016; Griñán, único barón reconocido en el conglomerado, se atreverá a mostrarle las barbas a Rubalcaba (por aquello de la renovación); y Valderas, tras haber alcanzado cotas de poder, exigirá programa, programa y programa. O a lo peor me equivoco.
¿Qué necesidad? Eso mismo digo yo, qué necesidad. Hasta mañana.

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