Cómo somos
los españoles para darle la vuelta a la tortilla. Es nuestra especialidad. Se
practica en todo lugar y condición. Y si por un casual derivas en la cosa
pública, el entrenamiento precedente te vale para armar un discurso que te
permite ver blanco y negro al unísono. Es increíble. Para el común de los
mortales. Para ellos, no.
Como Paulino
Rivero es un artista en esto de la política (años y ejercicio ha tenido),
utiliza para su propio beneficio (político) cuanta oportunidad se le brinda. Y
se ha agarrado al controvertido tema de las prospecciones para adueñarse del
pensamiento del resto de las fuerzas políticas (excepto el PP, obviamente) y de
todos los colectivos habidos y por haber. Él, cual capitán Araña, los embarca,
procurando no mojarse demasiado. Y, además, canta: al Uruguay, guay, guay, yo
me voy…
Pero le salió
un duro competidor. El señor Soria, no corto ni perezoso, entiende que todo
aquel que no se manifestó este pasado fin de semana, comulga con sus ideas
extractoras y repsolianas. Con lo que
la balanza se inclina hacia su platillo por una mayoría aplastante. Tanto es
así que yo mismo, que he hecho público mi parecer en contra del contenido de
este Real Decreto, y que no acudí a corear eslogan alguno porque ya quedé
escaldado en 2002 cuando la de las torres de alta tensión en Vilaflor, he
pasado a formar parte de la tropa soriana. Según el ministro, claro.
Son tan
livianos, a la par que tan cínicos, que se creen a pie juntillas que aquellos
que no nos dedicamos a la política (por mil y un motivos diferentes), no
sabemos agarrar una sartén y darle a la susodicha el volteo pertinente sin que
se nos quede pegada al techo de la cocina.
Algo parecido
pudimos contemplar la noche del pasado domingo con respecto a las elecciones
andaluzas. La dulce derrota socialista nos ofreció un cuadro de los más
esperpéntico: profundamente cariacontecidos los dirigentes populares (Arenas a
la cabeza) mientras anunciaban que por vez primera en aquellas tierras se había
producido el hecho histórico de ganar las elecciones autonómicas, y sonrisas de
oreja a oreja en las filas socialistas
(Griñán 'à la tête') tras haber bajado la friolera de nueve diputados y otros
tantos puntos porcentuales. Es el mundo al revés, pero nada importa pues ya
somos (son) capaces de caminar con el cerebro a ras del suelo (debe ser que lo
utilizan poco).
Luego los
mandamases nacionales no se le quedaron a la zaga. Casi llora Cospedal,
mientras a Valenciano solo le faltaba soltar una carcajada. A la par que la primera
minimizaba (o lo intentaba) el no haber alcanzado lo que todas las encuestas
vaticinaban (la mayoría absoluta), la segunda proclamaba el evidente deterioro
y pronunciado declive del gobierno del PP apenas cien días después de su toma
de posesión. Al tiempo, mucho más comedidos, los únicos que tenían motivos para
saltar de alegría: Izquierda Unida que dobló el número de representantes en la
cámara andaluza. Bien haría el PSOE en reflexionar en profundidad acerca del
porqué la fuga de votos hacia su izquierda y/o quedarse en casa más de
seiscientos mil electores.
Ayer lunes se
reunieron todos (por separado, por supuesto), hicieron las lecturas
(interesadas) de rigor, y quedaron contentos y felices. Se sintieron
legitimados (o se legitimaron a sí mismos) para seguir en el machito unos años
más… De aquí no se va nadie, de aquí no se baja nadie. Arenas lo intentará, por
quinta vez, en 2016; Griñán, único barón reconocido en el conglomerado, se
atreverá a mostrarle las barbas a Rubalcaba (por aquello de la renovación); y Valderas, tras haber alcanzado cotas de poder, exigirá programa, programa y
programa. O a lo peor me equivoco.
¿Qué
necesidad? Eso mismo digo yo, qué necesidad. Hasta mañana.
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