No sé en qué
demonios estaría pensando Mariano Rajoy cuando manifestó que las operaciones en
efectivo tendrían el límite de 2500 euros. Parece que aclaró que la medida se
aplicaría en las transacciones entre profesionales. Con lo que me quedé mucho
más aliviado. Es decir, puedo continuar con la manía de llevar en el bolsillo
una buena cantidad de billetes y monedas que me permitan acometer aquellos
gastos, superfluos o no, que a uno le surgen en cualquier esquina. Pero no soy
yo solo, no te vayas a creer. Hay otro aficionado (acepción de no profesional)
llamado José Manuel Soria que, al igual que otros muchos ciudadanos de a pie,
suele pagar los cortados con los corrientes Bin
Laden (500 euros de nada) y deja la vuelta como propina a los camareros de
turno. Jolines, agüita cuando nos manejemos con petrodólares repsolianos.
Como debido a
los permanentes recortes me he visto obligado a restringir los viajes al
extranjero, siento no poder darles el parecer de las gentes que habitan esos
parajes que se vislumbran allende Los Pirineos. Pero por informaciones
recibidas de fuentes dignas de todo crédito –que uno presume de tener amigos
hasta en el infierno–, me llegan comentarios de que no estamos saliendo muy
bien parados. Y no es por la sencilla, y manida, razón de que Zapatero dejó el
territorio patrio hecho un erial, sino porque no atisban –nosotros tampoco– que
el recambio haya sido el adecuado. Máxime cuando sus reiteradas actuaciones
–incluyan las espantadas a través de la M-30
rumbo a la salida trasera– vienen a ratificar la inconsistencia de unos
supuestos líderes que, para mayor escarnio, realizan declaraciones que deben
ser desmentidas al día siguiente porque es conveniente seguir practicando lo de
somos una piña (ajada, madura y pocha).
Por ambientes
más cercanos, debo comentarles que vino una tal Pilar Eyre a firmar libros. Y
en un descanso de tal quehacer, y a preguntas de los plumillas, respondió la
buena señora que “una mujer normal no aguantaría al rey”. Y la frasecita tiene
su enjundia. Se refería, claro, a doña Sofía, la abuela del chaval que usa
armas de fuego con 13 años apenas, y suegra de un exjugador de balonmano que
sigue, por lo que se oye y lee, metiendo tal extremidad en deportes de riesgo
bien diferente. A un realejero, cuyos únicos vínculos monárquicos se remontan a
la época que colaboraba con cierto periódico tinerfeño, ahora dado al
independentismo y a poner a caer de un burro a Paulino y Ángela, bajo el lema
‘Desde La Corona’, se le ocurren varias preguntas:
¿No es normal
la reina de España? En caso de respuesta afirmativa, ¿deviene su anormalidad
por el extremo super de la escala por
la que se rigen los tests de inteligencia, o acaso por el de la banda
contraria, a saber, sub. ¿Se intenta
equiparar la figura del Borbón con la de un ser de vida casquivana, parodiando
a Camilo José Cela? ¿La capacidad de aguante, que se trasluce de las palabras
de la escritora, se debe a una excelsa prueba de amor a un mero ejercicio de
conveniencia?
Me bastan de
muestra, aunque, como expreso en el título, hay más, podrían haber muchas más. Porque
la autora de ‘La soledad de la Reina’ ha venido soltando muchas más lindezas.
¿Para promocionar la publicación? Por supuesto, pero habrá medido muy mucho el
alcance de sus dardos no sea que le caiga arriba toda la tropa, que por lo se
comprueba se prepara desde bien temprana edad en los entresijos de los
disparos.
En fin,
amigos, ya es viernes (y 13). Mañana sábado, al tiempo de que se cumple el
centenario del hundimiento del Titanic (del correíllo La Palma ya han escrito
otros), y si por un casual no me asomo a esta ventana, por lo del fin de
semana, tengan todos Salud y República.
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