martes, 10 de abril de 2012

Sendero de emergencia

No vayas a pensar cosas raras por el título del presente. Se trata, simplemente, de un recurso para salir del paso. Y me explico:
Debido a imponderables que no vienen al caso, me he visto obligado a permanecer casi inactivo en estos dos últimos meses. Me refiero a la actividad física, tan necesaria para mantenerte más o menos estirado después del tránsito al estado jubiloso. Y aquellas caminatas, generosas y kilométricas, se han visto reducidas a meros paseos, sin grandes agobios y con más paradas de las habituales para palicar con cuanto conocido te cruces por el camino. Tu cara me suena, tú no eres de… Y con ello pega hebra la paisana, se te enfría el cuerpo, comienza a subir la bruma y tienes que recurrir a la mentira piadosa de que tu mujer te está esperando para ir a ver… ¿O no?
Y este sendero que observas en la foto (qué raro que en la instantánea no se vislumbre ningún bicho pateador) me he entretenido en plan de emergencia y contemplativo. Incluso –motivo de conversa con más de uno– para poner a prueba el grado de vértigo que se pueda llevar en el cuerpo. Porque no te vayas a pensar que ver a los tigaigueros allá abajo, casi en picado, da un no sé qué.
Lo cierto es que la adecuación de este tramo que se inicia en La Madrejuana ha venido a ser una estupenda válvula de escape. Porque los kilómetros de su recorrido, perfectamente protegidos de los Seat Panda (vehículo que conoce el trayecto Icod el Alto-La Azadilla a la perfección y conducido por individuos arrojados y temerarios), se presta para la contemplación de un paisaje que, aun contando con el agravante del machaqueo urbano, todavía impone. Que se lo pregunten al guanche. Cuya popularidad se ha incrementado notablemente pues ahora son muchos más los visitantes que de soslayo contemplan su elegancia (y otros menesteres) subido en aquel promontorio. Sigue ostentando el caballero el récord de fotografías con féminas, bien asidas todas ellas a cierta protuberancia; dicen que fría, pero se mantiene. Ahí al lado tienes la muestra. Y bien contenta se la vislumbra. También en Internet, a la vista de cualquiera, había, asimismo, un varón en cueros en pose similar a la del Mencey. Ellos sabrán.
No es que me encante el caminar siempre por el mismo lugar, pero ya se sabe que a falta de pan buenas son tortas. Así que he utilizado dos alternativas: dejándome algún alma caritativa allá por el Lomo Márquez, pasado el barranco del Dornajo o yendo con el fotingo hasta el precitado caserío de La Madrejuana y aparcando en cualquier recoveco. Con la primera opción, a descender se ha dicho hasta Los Príncipes. Aunque lo de bajar no es algo uniforme en todo el itinerario. Lo malo es que una vez concluido el trazado de esta nueva avenida del colesterol, comienza otra odisea más peligrosa y es la sortear el tráfico, porque la carretera no tiene siquiera arcén o cuneta, por lo que debes guiarte por la línea blanca que delimita la calzada (por la traza, que decía una señora en La Longuera cuando bajaba por El Castillo y hallaba todo lleno de maleza y hierbajos). Con la segunda, el volteo es más placentero, pero nunca me ha gustado andar y desandar, ir y volver, máxime cuando el encuentro con los otros caminantes –saludo incluido– se duplica asimismo.
Quienes mejor se lo pasan son los lugareños que montaron peculiar chiringuito para jugar al dominó o las cartas en singular recoveco y con unas magníficas vistas a la playa de El Socorro y El Guindaste. Ya van por dos mesas. Dentro de poco trasladan el Casino Taoro (¿o ya no se llama así?). Debe ser que el alisio les mantiene bien despejada la mente.
Pues sí, amigos míos, caminen que es saludable. Lo recomiendan los médicos. Debe ser que nos hay piscinas para todos. Lo mismo mañana escribimos del gobierno. Veremos.

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