No vayas a
pensar cosas raras por el título del presente. Se trata, simplemente, de un
recurso para salir del paso. Y me explico:
Debido a
imponderables que no vienen al caso, me he visto obligado a permanecer casi
inactivo en estos dos últimos meses. Me refiero a la actividad física, tan
necesaria para mantenerte más o menos estirado después del tránsito al estado
jubiloso. Y aquellas caminatas, generosas y kilométricas, se han visto
reducidas a meros paseos, sin grandes agobios y con más paradas de las habituales
para palicar con cuanto conocido te cruces por el camino. Tu cara me suena, tú
no eres de… Y con ello pega hebra la paisana, se te enfría el cuerpo, comienza
a subir la bruma y tienes que recurrir a la mentira piadosa de que tu mujer te
está esperando para ir a ver… ¿O no?
Y este
sendero que observas en la foto (qué raro que en la instantánea no se vislumbre
ningún bicho pateador) me he entretenido en plan de emergencia y contemplativo.
Incluso –motivo de conversa con más de uno– para poner a prueba el grado de
vértigo que se pueda llevar en el cuerpo. Porque no te vayas a pensar que ver a
los tigaigueros allá abajo, casi en picado, da un no sé qué.
Lo cierto es
que la adecuación de este tramo que se inicia en La Madrejuana ha venido a ser
una estupenda válvula de escape. Porque los kilómetros de su recorrido,
perfectamente protegidos de los Seat Panda (vehículo que conoce el trayecto
Icod el Alto-La Azadilla a la perfección y conducido por individuos arrojados y
temerarios), se presta para la contemplación de un paisaje que, aun contando
con el agravante del machaqueo urbano, todavía impone. Que se lo pregunten al
guanche. Cuya popularidad se ha incrementado notablemente pues ahora son muchos
más los visitantes que de soslayo contemplan su elegancia (y otros menesteres)
subido en aquel promontorio. Sigue ostentando el caballero el récord de
fotografías con féminas, bien asidas todas ellas a cierta protuberancia; dicen
que fría, pero se mantiene. Ahí al lado tienes la muestra. Y bien contenta se la vislumbra. También en Internet, a la vista de cualquiera, había, asimismo, un varón en cueros en pose similar a la del Mencey. Ellos sabrán.
No es que me
encante el caminar siempre por el mismo lugar, pero ya se sabe que a falta de
pan buenas son tortas. Así que he utilizado dos alternativas: dejándome algún
alma caritativa allá por el Lomo Márquez, pasado el barranco del Dornajo o
yendo con el fotingo hasta el precitado caserío de La Madrejuana y aparcando en
cualquier recoveco. Con la primera opción, a descender se ha dicho hasta Los
Príncipes. Aunque lo de bajar no es algo uniforme en todo el itinerario. Lo
malo es que una vez concluido el trazado de esta nueva avenida del colesterol,
comienza otra odisea más peligrosa y es la sortear el tráfico, porque la
carretera no tiene siquiera arcén o cuneta, por lo que debes guiarte por la
línea blanca que delimita la calzada (por la traza, que decía una señora en La
Longuera cuando bajaba por El Castillo y hallaba todo lleno de maleza y
hierbajos). Con la segunda, el volteo es más placentero, pero nunca me ha
gustado andar y desandar, ir y volver, máxime cuando el encuentro con los otros
caminantes –saludo incluido– se duplica asimismo.
Quienes mejor
se lo pasan son los lugareños que montaron peculiar chiringuito para jugar al
dominó o las cartas en singular recoveco y con unas magníficas vistas a la
playa de El Socorro y El Guindaste. Ya van por dos mesas. Dentro de poco
trasladan el Casino Taoro (¿o ya no se llama así?). Debe ser que el alisio les
mantiene bien despejada la mente.
Pues sí,
amigos míos, caminen que es saludable. Lo recomiendan los médicos. Debe ser que
nos hay piscinas para todos. Lo mismo mañana escribimos del gobierno. Veremos.
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