jueves, 28 de junio de 2012

La calina

Si vas al diccionario de la lengua española (DRAE) que, como su propio nombre indica (Calero dixit), es el diccionario oficial de la RAE (Real Academia Española) a buscar el vocablo por el que se menta esta dichosa polvareda (polvacera en autóctono), a saber, calima, te remite a calina, que es como lo decían mis padres y mis abuelos, pero que con las modernidades todo cambia (o cambea, que dirían los ancestros).
Y nos indica el susodicho diccionario que el término procede del latín calĭgo, -igĭnis, oscuridad) y viene a significar “accidente atmosférico que enturbia el aire y suele producirse por vapores de agua”. Y en cuanto columbré lo de agua, quedeme patidifuso –es decir, prácticamente asfixiado– y fuime ipso facto a la wikipedia (dominio absoluto de los avances tecnológicos, menos eso de las etiquetas en feisbuc) y hallé: “La calina o calima es un fenómeno meteorológico consistente en la presencia en la atmósfera de partículas muy pequeñas de polvo, cenizas, arcilla o arena en suspensión. Su origen está en las partículas de vapor de agua con partículas de sales procedentes de las aguas marinas y puede deberse a las tormentas de arena, fenómeno frecuente en los países del Mediterráneo, en las Islas Canarias y otras zonas”.
Puede que me esté poniendo viejo –¡vaya descubrimiento!– pero me parece que estos tiempos se reproducen ahora con mayor frecuencia que cuando yo era mucho más joven. Lo mismo es que la población ha aumentado de forma exponencial y hay mucha más gente transitando por esas arenas saharianas. Y ya se sabe, se levanta un polvo que por poco viento que corra hacia estas latitudes tragamos tierra que es un disgusto. Aunque, ahora que recuerdo, también se produce en otros territorios. En febrero de 2004 estuve en Mallorca y había toneladas de partículas en los coches aparcados en las calles.
Las consecuencias de estas invasiones polvorientas son padecidas por todos los que habitamos en Canarias. Ni siquiera El Hierro se libra de la avalancha. Y aparte de los sofocos, el mal humor, la desgana, la apatía y todo eso, vienen las enfermedades añadidas. De las que los afectados por problemas cardiorrespiratorios se llevan la palma. Los pobres asmáticos, por ejemplo, las pasan canutas. Lo peor es que nos coincide esta plaga con las propuestas ministeriales por las que van a suprimir bastantes cientos de medicamentos de la lista de ‘los que da el seguro’. Algo así como 456.
Rajoy y su equipo han pensado que es la traca final de su política de recortes. Primero nos adelgazan hasta el extremo de dejarnos anoréxicos perdidos. Ya estamos casi concluyendo esa etapa. Luego nos ponen en cuarentena, debidamente separados por grupos según el aguante, y pasadas unas semanas llegaremos a la conclusión de que tienen razón los populares: ¿para qué medicamentos si ya estamos todos tiesos? Y cuando en unos días suban los tipos del IVA –aquí el IGIC– y alcancemos el súmmun del disparate al no poder salir de casa para ir a la venta, más razón para la supresión de productos innecesarios.
Eso sí, son muy generosos al incluir este párrafo: Excluir un fármaco de la financiación pública no significa que no se pueda prescribir en el contexto del Sistema Nacional de Salud. Los prescriptores pueden y deben seguir recetándolos cuando lo juzguen necesario, si bien deben saber que los pacientes tendrán que satisfacer la totalidad de su precio en el acto de dispensación. Te quedó claro, ¿no? Pues siento comunicarte que de nada nos vale la aclaración porque como tampoco tendremos un euro en el bolsillo, ya bastante quemados están los farmacéuticos como para que vayas a pedirle fiado.
Hace bien el PP en suprimir medicinas que se utilizan en tratamientos antidiarreicos y de hemorroides. Con almorranas se ha vivido toda la vida y hemos echado mano de remedios caseros para aliviar el escozor (como poner el culo en una tubería de agua fría). Así que déjense de pamplinas. Como medida ejemplar los diputados van a celebrar las sesiones de pie. Así circulará más el aire, no calentarán tanto la silla y refrigerarán los bajos con un simple movimiento de piernas. Eso será solo en los instantes en los que hay debate televisado y palican los cabezas de serie. Con el resto, ya sabes, todos en la cafetería. O en el baño, porque ellos si suelen sufrir algunos cólicos repentinos y necesitan evacuaciones de vientre líquidas y frecuentes (dar del cuerpo con retortiños).
Así que el régimen que nos han impuesto no debe ser considerado, en modo alguno, dañino. Más bien todo lo contrario. Incluso ahorraremos los pateos porque el payo nos habrá desaparecido y podremos lucir esqueleto en las playas. Yo no sé por qué Mariano se empeña –y mira que el hombre habla siempre claro– en añadir la coletilla de que son medidas duras, dolorosas. Si debemos estarle agradecidos por haber sido capaz de suprimirnos un sinfín de preocupaciones.
Lo que ya no tengo tan claro es si los afectados por problemas respiratorios, que se agudizan con esta calina, van a ser capaces de soportar sus males sin recurrir al dictamen de los galenos para un tratamiento adecuado. El asma (enfermedad de los bronquios, caracterizada por accesos ordinariamente nocturnos e infebriles, con respiración difícil y anhelosa, tos, expectoración escasa y espumosa, y estertores sibilantes), como sufrimiento crónico, tampoco ha merecido mayor consideración por la señora Ana Mato, quien haciendo honor a su apellido se ha propuesto acabar con las listas de espera. Y aquí en las islas tiene un colaborador de lujo: la calina (o calima, que tanto monta).
Mientras los gobernantes alegan que se suprimen del concierto medicamentos obsoletos, los farmacéuticos entienden que se causa un grave perjuicio a los ancianos. No quisiera pensar que estos lo manifiestan porque son sus principales clientes ni que aquellos estimen que ya han vivido bastante. ¿Qué quieres que haga, que me cruce de brazos y me ponga a aplaudir con las orejas? Pues va a ser que no.

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