miércoles, 22 de agosto de 2012

Toscal-Longuera, ¿un barrio dormitorio?

En más de una ocasión hemos tenido la oportunidad de referir­nos al hecho que da título a este comentario. El volver, pues, a in­sistir viene determinado por una serie de acontecimientos que in­tentaremos aclarar.
Harto sabido es que el barrio de referencia está constituido por un numeroso grupo poblacional en franco desarrollo. Ello deter­mina una floreciente actividad comercial que implica más de un quebradero de cabeza en cuanto a la organización del tráfico ro­dado.
Aquellos pequeños núcleos de El Toscal y La Longuera han quedado relegados a ser un capítulo más de nuestra pequeña historia. El ritmo trepidante que se imprime en las construccio­nes, la avalancha de nuevos po­bladores, el incremento de ma­trícula en el colegio –hecho no­vedoso, cuando la tónica general es el descenso continuado–, van conformando una especial fi­sonomía en Toscal-Longuera.
Sin embargo, se echa en falta nexos de unión entre los vecinos. Cada cual tira por su lado, y a escapar como se pueda. Un sa­ludo –un mascullar entre dientes en el encuentro en aceras y es­caleras de los edificios– es, tal vez, el único síntoma de esa amistad vecinal.
Ingentes cantidades de perso­nas duermen por estos lares; pocos, muy pocos intentan hacer algo por el progreso y bienestar de la comunidad. El trabajo, los intereses particulares están lejos de estos contornos, sobremane­ra en la vecina ciudad de Puer­to de la Cruz. Nos vamos, poco a poco, sintiendo extranjeros, forasteros en nuestra propia tierra.
Y surgen los problemas, sur­gen las diferencias, muchas ve­ces abismales. Que me asfalten la calle, que me recojan la basu­ra, que las bombillas sean buenas y no se fundan, qué pena que el colegio no tenga comedor para que me atiendan –me cui­den– a los niños durante todo el día, que...
Y todo para dormir en el ba­rrio. ¡Si por la noche todos los gatos son pardos!
Una Asociación de Vecinos sumida en el mayor de los ostra­cismos, hundida –por eso se llama La Barca– en el más pro­fundo hoyo, en el más profundo abismo, que no puede arrancar por la desidia de casi todos, en especial de un numeroso colec­tivo que, bien asentado en el barrio, no ha querido ser partícipe de la vida de la comunidad, y que, incluso, se niega sistemáticamen­te a inscribirse en el padrón mu­nicipal de habitantes de Los Realejos por temor a perder el privi­legio de poseer el carné de las instalaciones del Lago de Mar­tiánez.
Y es que ya nada puede extra­ñarnos cuando existen verdaderos problemas hasta en la realización de las Fiestas.
En los barrios de estos contor­nos –me imagino que en todas partes será igual– la comisión saliente nombra a los miembros de la nueva, la del año siguiente. Único re­quisito para ello, que el nombra­do viva en el entorno. Y llega lo fácil: yo no puedo, estoy dema­siado ocupado, incluso algún ilu­so exclama que no sirve para eso. Otros ni siquiera se dan por alu­didos. Luego, sin embargo, todos harán causa común a la hora de las correspondientes críticas.
De este último apartado, por razones obvias, podría estar es­cribiendo largo y tendido. No obstante, prefiero hacer un lla­mamiento a la responsabilidad de cada cual. De lo contrario habría que hacer una reflexión seria, serena, meditada sobre las actitudes de los cómodos, de los que con ellos no va el invento.
Lo más triste de este caso es que también se estén prestando al juego los propios políticos. Bueno sería recordarles que los hechos se demuestran en todas las facetas, aquí y en el otro lugar. Si también nos quieren demos­trar que el barrio solo sirve para que vengan a descansar sus ilus­tres posaderas, arreglados vamos.
Bueno, creo que sería preferible dejarlo por hoy y esperar acontecimientos. Todos tenemos derecho a recapacitar y rectificar cuando hubiere menester. Si ello así no fuese, tendríamos que insistir, que temas para tratar no faltan. Esperemos que no haya oportunidad para una próxima oca­sión.
Ayer martes acabé cansado de dar unos brochazos en casa. Con el calufo en la azotea y la pintura blanca, y dado que Manolo (el alcalde) no me mandó un peón por dedicarle el post, me eché un rato a ver la etapa de la Vuelta y casi no subo a Valdezcaray. A varios kilómetros de la meta estaba frito. Puede que sean los años, pero no tengo perras para pagar un pintor. ¡Ah!, y aunque bastante raro, no tenía ganas de escribir. Me fui al baúl de los recuerdos y rescaté el texto que acabas de leer. Fue publicado en El Día (cuando no era independentista ni en este pueblo le habíamos roturado una calle a su director-editor-propietario) el 4 de octubre de 1988. Desde ese entonces, veinticuatro años, las fiestas han ido con la proa pa´l marisco. De las de aquel año algo sé. Y un buen grupo de amigos también. Creo que sigue habiendo poca implicación de los habitantes de la zona baja del municipio. Lo que sí me consta es que el cura está haciendo buena labor.
Espero que mañana se me haya pasado la fatiga. Es que el frío se combate con abrigo, pero en estas etapas de la vida ya uno no está en época veraniega para ir descubriendo sus vergüenzas.

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