Seguimos con el repaso a las primeras
colaboraciones en la emisora municipal de Los Realejos. Insisto, del año 2000.
No hemos mejorado gran cosa a pesar de que el lema ‘Por el cambio’ es el
preferido por los políticos. Decíamos de nuestra juventud los siguiente:
“Muchas han sido las conversaciones al
respecto. En el lugar de trabajo, en el hogar y en cualquier rincón del pueblo.
Y las conclusiones no difieren mucho. Pero permítanme el consabido inciso para
matizar qué podemos entender por juventud. Porque los esquemas tradicionales se
rompen con pasmosa facilidad. Y no es lo mismo hablar de un joven de veinte y
tantos que de uno de quince. La otrora diferencia generacional ya no funciona.
El cambio radical, drástico, se produce en un intervalo mucho más corto de
tiempo. Y uno que ha tenido la oportunidad de ver pasar por las aulas
muchísimos chicos y chicas, se sorprende cuando uno de veintidós dice haberse
marchado del mogollón del muelle portuense porque los niñatos que están ahora
en el colegio no saben divertirse. Esos que califica de niñatos sólo son 6
años más chicos que él.
Es demasiado fácil, pero muy recurrente, el
echar culpas a la sociedad. Así, en general. Con lo cual diluimos
responsabilidades paternas de falta de diálogo o de no haber sido capaces de
atajar la cosa a su debido tiempo. Cuando no echar pestes de la escuela como
causante de todas las desgracias habidas y por haber. Cuando uno circula con su
coche a las tantas de la madrugada y comprueba cómo niños y niñas hacen autoestop
para bajar al Puerto, convendrá en que algo está fallando. Cuando niños y niñas
se arrastran en los días de carnaval, en los mal denominados bailes de mago,
por cualquier esquina y duermen las intoxicaciones etílicas –qué generosos
somos con el vocabulario– en el banco de la plaza, algo debe estar fallando.
La pérdida de valores, la cultura de la noche,
la ley del nulo esfuerzo, la ausencia de deberes, el tómalo porque yo no lo
tuve, alcanza extremos alarmantes. Chicos y chicas que con diez y pocos años
beben como cosacos y presumen de borrachos conocidos, que no alcohólicos
anónimos, se suceden en infinidad de ocasiones. Pero, lo que es peor, lo
pasamos a considerar como algo normal. Cuando una mocita de apenas quince años
limpia su traje de maga en una acera llena de meadas y vomitaduras, mientras el
acompañante procede a echar la segunda, tercera o cuarta ración de porquería,
algo deberá estar fallando. Cuando el disparate de la cogorza hace subir a otra
jovencita de la edad de la anterior a lo alto del chiringuito para deleitarnos
con sus movimientos sensuales, estaremos de acuerdo que no entra dentro de los
cálculos de la lógica de la normalidad.
Pero como lo normal es lo anormal, debemos, en
lógica consecuencia, convenir, que el edificio se desmorona, sin que albañiles
y maestros pongamos los remiendos. Y como uno viene a Radio Realejos a expresar
libremente su opinión a través del semanal comentario, hoy creo sentirme
obligado a manifestar que hemos sido los padres los que hemos perdido nuestro
rol. Y al hacer dejación de nuestro compromiso, hemos logrado alcanzar estos
fangos. La pregunta seria: ¿Hasta qué
punto estamos dispuestos a seguir enfangándonos?
Son tantos los ejemplos que podrían citarse,
que podríamos enumerar un extenso catálogo. Pero, a buen seguro, no nos
sorprenderíamos. La pena que como educador siento es que esos mismos chicos y
chicas, que en sus momentos lúcidos en el transcurso de una clase, realizan
duras críticas contra la sociedad de consumo en la que estamos inmersos, caen
en ella con pasmosa frecuencia. Abocados por un entorno de facilidad y
permisividad. Porque los adultos nos hemos sido capaces de hacerles ver que no
es esa la realidad. Que ese mundo ficticio que se crean en fiestas y fines de
semana, se les derrumbará y los aplastará inexorablemente. No busquemos, pues,
culpables, más allá de nuestras narices. El principio de autoridad se ha
desmoronado y sólo nos queda el recurso de que los críos del ahora sean más
cuerdos que nosotros en ese mañana inmediato. Porque los ciclos de la historia
deberán jugar a nuestro favor.
No quiero entrar en disquisiciones de las
relaciones padres-maestros porque podría pecar de poca objetividad. Sólo dejar
constancia de que cada vez son más frecuentes los casos de los que acuden a los
centros a lamentarse profundamente porque han perdido el control de pupilos
comprendidos en edades que rayan los jardines de infancia. No, eso no es
normal. Ojalá que no sólo sea todo esto síntoma de que me estoy poniendo viejo,
porque ni siquiera me vale de consuelo. Y los que llevamos muchos trienios
lidiando con chicos estamos realmente preocupados. Son muchas las veces que nos
preguntamos cómo no ocurren más cosas raras todavía.
Me alegra, no obstante, contemplar muchos
jóvenes que en diferentes colectivos realizan grandes empresas. Pero muchas
veces les cerramos el camino. Para que acaben en el bar de la esquina. O en
otros sitios. Luego manifestaremos que han perdido la cabeza. Cuestión sería
que nosotros comenzáramos a buscar la nuestra”.
Sin más añadidos.
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