En la quietud
de la noche solo se escuchaban los susurros del canario:
–¿Cuántos
tienes?
–Cállate ya.
Te dije esta mañana que tres, pero el clásico hormigueo me indica que viene el
cuarto. Será el último, seguro.
–¿Y tienen
calor suficiente?
–Como sigas
molestando con tus interrupciones, ya me dirás.
–Es nuestra
primera puesta. ¿No me notas nervioso?
–Y pesado.
Con lo que la
canaria dio por concluido el diálogo.
Eran los
amores de los tortolitos. Ella dormía ahora plácidamente en el recoleto nido
que habían construido durante al menos tres semanas de intensas jornadas de
trabajo. Él, en una rama a no más distancia de dos alas extendidas, no podía
pegar ojo. La escena irradiaba ternura. La plácida primavera engendraba, una
vez más…
El ruido
debió escucharse a varias millas mar adentro allá por el Faro de Orchilla. El
estampido de la cabeza contra el suelo sonó como cuando se caía el caldero más
grande del rústico locero en el caserón de La Gorvorana. Ángela dio
un brinco y quedó de pie al lado de la alfombra sin saber qué hacer.
–¿Qué pasó, cariño,
te hiciste daño?
Pau se
incorporaba muy lentamente. Sacudía la testa todavía algo confuso. Se palpaba
el parietal derecho, costado hacia el que, aparentemente, salió disparado.
Mostraba aún los efectos del tremendo leñazo y la zumbadera en la oreja
(derecha) le recordaba el discurso de los pajaritos enamorados. Intentó ponerse
en pie, pero el órgano de Corti lo dejaba peligrosamente escorado (hacia la
derecha).
–Chacha, vaya
impacto más terrorífico.
–Yo me empeño
en canarizar mi léxico y tú, en
cambio, cada día me sorprendes. Don Pepito te tiene sorbido el seso.
–Chacha, vaya
impacto más terrorífico.
–Eso ya me lo
dijiste antes. ¿Tú estás bien, Pau?
–Ños, yo creo
que estaba soñando con la sensibilidad del que está enamorado y cuida
pajaritos.
–Ya te di mi
opinión al respecto. Me pareció una cursilería que no venía a cuento. En vez de
establecer una línea argumental en torno a lo nuestro (el canario), te enrollas
con una sociedad más humana, más sensible. Con la que está cayendo. Hasta
Ricardo se rascaba la nariz.
–Ya coño, me
voy a acostar otro fisco, más que sea
(para impresionar a la mujer) hasta las seis; me silba este oído (tocándose el
derecho), que parece que estoy en Chipude escuchando los alegatos de Isidro
Ortiz.
–Descansa
–sentenció Mena–. Mañana daré orden para que pongan de nuevo la baranda, como
en nuestro lecho sauzalero.
Y en la
quietud de la noche, una vez más, solo se escucharon hasta casi el amanecer los
ronquidos presidenciales.
Cuando el sol
hacía su aparición en el horizonte, allá donde se signaba la silueta del Roque
Nublo, el coche oficial, a los mandos del conductor de siempre, se dirigía a la
sede gubernamental. En el sillón de atrás, la secretaria recordaba a su jefe el
contenido de la agenda. Este parecía más inquieto que en días precedentes. Daba
la impresión de que no prestaba demasiada atención a lo que, solícitamente, se
le indicaba.
–¿Le ocurre
algo, señor presidente?
–Anoche tuve
un sueño y hoy no me levanté muy católico (nacionalista).
–¿Pero es
grave?
–No,
gravísimo. Fíjese usted que no estoy seguro de si mañana seguirá en su puesto,
si tendré vehículo y conductor a mi disposición, si cobraremos a final de mes,
si no tendré que reducir de nuevo las consejerías, si no sería conveniente cerrar
la Universidad
de La Laguna
(y pensó en El Día), si suprimir los ayuntamientos de Tacoronte y La Matanza para anexionarlos
al de Mariano, si decirle a Concepción que compre acciones en Binter, si…
–Presidente,
¿usted me escucha?
Pau, sentado
a la izquierda de su secretaria, miraba fijamente la línea blanca que
delimitaba los carriles de la calzada.
La secre,
absorta en sus papeles, tuvo tiempo, no obstante, de girar la cabeza y creyó
observar un ligero cardenal en la oreja derecha. Y cayó en la cuenta del
despertar no muy católico.
Para sus
adentros, Pau hacía cuentas (hoy tocaba debatir los presupuestos) y creía haber
matado dos pájaros de un tiro (que no se enteren los expositores de tal
expresión). La entrada del blog y la frase comodín del día se condensarán en un
escueto titular: un impacto terrorífico. Tiembla, Rajoy, apostemos por más
Canarias y menos España. Cuando Willy eche la peli de Cubillo…
–Me satisface
verlo más contento, presidente. Buen síntoma para comenzar el día. Recuerde que
viene José Miguel a desayunar…
Mientras
esperaba a que le abrieran la puerta, Pau, sintiendo algún extraño escozor, se
palpó, disimuladamente, el pabellón auditivo externo (derecho). Y se le antojó
que estaba hinchado.
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