Redacto estas
líneas el 25 de diciembre. Es decir, ayer (para ti que me lees ahora). Y ayer
fue Navidad. Tras una Nochebuena pasada por agua –bendita sea–, pudo celebrarse,
con atraso, en Tigaiga su tradicional Belén Viviente, que ya cumple su
cuadragésima edición. Me alegro, es un atractivo más. Y que se venda, falta nos
hace.
Siempre he
procurado guardar el máximo respeto a todo tipo de actos religiosos y allá cada
cual con sus creencias y convicciones. No es el caso de las opiniones en
sentido contrario –la de los católicos apostólicos y romanos, fundamentalmente–
hacia quienes, como es mi caso, la
Navidad ha perdido todo su sentido original y la han enfocado
a un consumismo brutal. Al que la inmensa mayoría de la sociedad se ha prestado
gustosamente y no se duda lo más mínimo a la hora de brindar, invocando
principios éticos y morales, ante una mesa bien surtida mientras el hambre, la
miseria y las penurias campan a sus anchas (y a sus largas). Eso, demagogo.
No entiendo
los lamentos andaluces cuando una procesión de Semana Santa debe ser suspendida
ante las inclemencias meteorológicas. Por ello no comprendí la expresión
utilizada en un comunicado del ayuntamiento realejero (“La
lluvia fastidia las ilusiones de todos los que luchan por una tradición”), ante
la suspensión del acto programado en Tigaiga. Creo que nos estamos cargando de
una sobredosis de inmodestia, cinismo y falsedad. Y me molesta más cuando lo
hacen amparados en aquellos en los que dicen creer y que deberán ser, en todo
caso, los que nos brindan generosas y abundantes lluvias. Para que en el
próximo verano no tengan que recordarnos mediante megafonía que seamos
comedidos en el uso del líquido elemento porque los depósitos se hallan vacíos.
O la religiosidad nos vuelve ciegos o, lo que sería aún peor, pretendemos poner
una venda a los que dicen adorar.
La lluvia no fastidia, aunque no lo haga al gusto de todos.
No solo vienen bien por las razones consabidas, sino que pone a prueba las
infraestructuras municipales. Y sería conveniente reconocer que no se hacen las
cosas bien. Desde tiempos inmemoriales. Cuando uno contempla cómo sale el agua
en una alcantarilla situada en la plaza Mencey Bencomo, justo a la entrada del
pueblo, y cómo se pone, una vez más, la zona de Los Barros (qué nombre más apropiado),
habrá que concluir que algo se debe estar haciendo mal. Y en vez de lamentarnos
porque hubo que aplazar el nacimiento, mejor nos convendría intentar buscar una
solución para, como decían nuestros mayores, cuando caen cuatro gotas. No
aprendemos de los errores y nos quejamos por lo más nimio, mientras que las
cuestiones trascendentales son aparcadas una y otra vez.
Son tantos los ejemplos que podrían citarse, que ya bien
podrían los diferentes grupos políticos –con el de gobierno al frente– a no andar
con remiendos, disculpas y fotos en Facebook, sino a trabajar con visión de
futuro, teniendo en cuenta que la naturaleza de vez en cuando nos sorprende y
nos pone a prueba.
Pero no (acuérdense de lo que escribo en esta Navidad de
2012), ya comprobarán como en un tiempo volverá a llover sobre mojado. Desde
aquella riada del barranco de San Felipe al final de la década de los sesenta
del siglo pasado (por no remontarme al triste aluvión de noviembre de 1826),
hasta este palo del pasado lunes, muchos aguaceros han caído. Y bastantes
destrozos hemos tenido que soportar. Pero convendrán conmigo que bien poco
hemos aprendido. Vivimos el día a día y no planificamos. Estamos más pendientes
de lo superfluo, de lo que me pueda brindar de manera inmediata un puñado de
votos, que de preocuparnos por la seguridad de un municipio de cuarenta mil
habitantes (el mío, aunque se puede hacer extensible a la mayoría). Y Los
Realejos cuenta con un superjefe de seguridad (lo de súper va por el sueldo,
porque la valía aún no la ha demostrado con hechos). Cuya ausencia –lo mismo no
la notaríamos– significaría la presencia en las calles de al menos dos policías
más. Y que conste que uno se ha callado hasta ahora el malestar existente en la
plantilla con el ‘marrón’ que les ha caído, por respeto a los muchos amigos que
uno tiene en ese colectivo.
Alegrémonos, pues, de que haya vuelto a llover (qué pena lo
de la Balsa de La
Cruz Santa) y encomienden sus oraciones
(los creyentes) para que esta bendición nos sorprenda con más frecuencia. Que
tiempo para fiestas y actos de diversa índole siempre habrá a lo largo del año.
Y que esa misma fe les ilumine para saber diferenciar lo trascendente de lo que
no lo es. Si unas lluvias torrenciales nos cogen un día desprevenidos y nos
mandan a freír chuchangas, de bien poco nos valdrán esos otros aspectos menos
mundanos.
Ahora mismo los sectarios ya me están condenado. Es la nítida
diferencia entre los unos y los otros. Yo soy creyente y practicante. Me parece
bien; y yo ateo y enfermero. ¿Tú, ateo?, y una mierda. No le des más vueltas,
ese es el respeto de allá para acá. Que llueva, que llueva…
No hay comentarios:
Publicar un comentario