Me tomé un
año sabático futbolero, ¿recuerdan? Pero no la opción de comentar las hazañas
periodísticas relacionadas con ese deporte. Porque no va uno siempre a estar
pendiente del sector (chacho, iba a escribir ganado, menos mal que lo pensé)
político. Las auditorías dan para lo que dan, máxime cuando con tales
revisiones no va a salir a la luz lo que todos, menos los interesados,
deseamos.
La pasada
jornada perdió el Barcelona y ganaron los dos ‘Madriles’. Y esos portentos de
profesionales de la radio y la televisión se enfrascaron en las disputas de
siempre. No solo es el fútbol espectáculo en sí, sino que todo lo que le rodea,
incluidos los periodistas, también.
Voy a
intentar ser objetivo. Bueno, un poco más que los de Marca, Intereconomía, La Sexta, la COPE, la SER, el AS, la Jornada Deportiva
y el Aire Libre (¿o este último ya no existe? Ves, ya estoy traspuesto). Miren
ustedes, Cristiano Ronaldo es un niño mimado que no sabe qué hacer con tantos
millones. Y un bobo tieso, si te apetece. Pero es un deportista nato. Y lo
tienen machacado. Y los árbitros se han ensañado con él y, por extensión, con
el Madrid. Y Mourinho es otro tolete que ya se cansó de España y anda como un
loco buscando que le paguen, y bien, para retornar a Inglaterra con los hijos
de la Gran Bretaña
(ya se me está pegando el ambiente caldeado de los estadios).
A Kaká le
mostraron hace poco una tarjeta amarilla por una acción impropia de un
profesional. ¿Y por qué no había de mostrársele a Piqué por idéntico motivo?
¿Fue falta merecedora de idéntica sanción la zancadilla al jugador de la Real Sociedad? Tan clara como
el agua potable de mi pueblo. Pues a la calle. Y punto pelota.
¿Había que
mostrar, como mínimo, la susodicha del mismo color –si me apuran la roja,
entrada por detrás– a Iniesta? Sin lugar a dudas. ¿Le perdonó el trencilla por
ser quien era? Entiendo que sí. Le pasa a cualquier otro pobre diablo de los
que no anuncian Kalise y se estaría duchando a los quince segundos siguientes a
la comisión del incidente.
Otro circo:
un tal Ballesteros del Levante. Ese ‘armario’, en plan metafórico, que ya jugó
en el Tenerife allá por el siglo pasado. Chiquito ejemplar. Con otros cuantos,
un equipo de rugby al completo.
Y el último
circo: qué desgracia, político otra vez. Vamos con Antonio Castro, ese palmero
que ha ocupado todos los cargos orgánicos y ejecutivos que tú puedas tener
ahora mismo en mente. Y casi con toda seguridad alguno más. Pues se ha
retirado. Al menos esa es la versión oficial. Ya no dirige a los nacionalistas
de la Isla Bonita.
Solo se va a ocupar a llevar estoicamente la presidencia en Teobaldo Power. No,
en la sala villera no, en el parlamento de las ínsulas. Como ha cambiado la
estructura de esa organización, no sé quién va a llevar las voz cantante, si
Guadalupe o Juan Ramón. Para serte sincero, me da lo mismo.
Lo que
pretendía con el argumento del párrafo anterior es demostrarte que la gente no
ocupa cargos para desarrollar labor alguna, sino para engrosar el currículum.
La una es presidenta del Cabildo y el otro, consejero del Gobierno. Y este
último tuvo un problema de salud que lo apartó de la brega una temporada. Pues
estos son los hechos que demuestran que aun estando pachucho se pueden ostentar
veinte o treinta (ir)responsabilidades. De lo que se trata es de intentar
demostrar sus altas (in)capacidades. Esta gente parece no haberle escuchado
nunca a su madre que no se pueden atender tantos calderos a la vez. Así está la
política con tantas chamusquinas. Es de lo más normal. Si vas a coger la
sartén, se te derrama la leche, y si apagas el fuego de esta, la cafetera ya
chingó todos los azulejos de la cocina. Y menos mal que no estábamos con
fritangos.
Lo peor, con
ser lo anterior casi grave, es que los espectadores de los ejercicios
circenses, a saber nosotros mismos, pagamos la entrada religiosamente para
divertirnos con las payasadas. Y nos reímos a mandíbula batiente. Eso sí, algo
menos que los que nos toman el pelo al derecho y al revés. Nos lo merecemos.
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