Desde hace buena
purriada (no me digas que no la has
escuchado) de años no juego a la
Lotería en Navidad. Bueno, ni en cualquier otro sorteo de los
muchos que existen repartidos por al año. Dicho (escrito) así, de sopetón, sin
anestesia, puede dar lugar, en esa primera impresión, que voy de farol, que soy
uno más de los que nunca pierden, que se las arreglan para tener siempre
idéntica respuesta: lo jugado. Y si por un casual perteneces a un colectivo (asociación
vecinal, ampas, grupo folclórico, banda de música, cofradía, equipo deportivo…),
mejor que en el segundo semestre del año (periodo de ventas de la susodicha) te
pegues un tiro de leche en polvo y te mueras de blanco. Porque cuando acabas
con la hoja (o dos, o tres) que te correspondió, tienes en tu poder otros
tantos décimos que te han endilgado aquellos a los que acudiste a vender los
tuyos. Pero es raro que encuentres, una vez efectuado el sorteo, a alguien que
te diga claramente que perdió doscientos o trescientos euros. No, o ganaron o,
lo antes expresado, lo jugado, que significa que ni ganó ni perdió. Como cuando
alegamos que no estamos ni gordos ni flacos, que no somos ni altos ni bajos. Y
así.
El párrafo
anterior solo guarda un pequeño secreto, una mínima mentirijilla. Cuatro
profesionales de la docencia (dos jubilados, uno a punto y otra algo –o un
mucho– más joven) decidimos años atrás –bastantes– comprar un décimo cada uno.
A repartir. Y el pasado 22 de diciembre, uno de los cuatro fue premiado con 100
euros. Ese que ves en la ilustración, por si hay algún desconfiado que piense
que voy de farol. Cometimos la
imprudencia de volver a tentar la suerte en El Niño y nos gastamos 20 euros en
la compra correspondiente. Con lo que nos quedaron 80 porque ya se sabe que
segundas partes nunca fueron buenas.
Y hete aquí
que ayer (de ahí la tardanza de esta entrada) por la noche nos fuimos al
pertinente guachinche a dar buena cuenta del premio. En Santa Úrsula fue la
cita. No señalo el lugar porque me he percatado de que no me pagan la
publicidad y uno puede ser bueno hasta los justos límites pero sin pasarse. Por
lo tanto estoy en condiciones de comunicarte que Pancho, Ángel, Lali y un
servidor estuvieron anoche mandándose
unos ‘bisteles’, unas garbanzas, unas papas fritas, unos vasos de vino… Ños,
hasta el pan estaba bueno. Le dijimos al colesterol, al ácido úrico y a todos
esos otros aspectos inherentes a los años allí congregados (no va por ti, Lali),
que hacíamos un alto en el camino, y junto al papeo una conversa de no te
menees.
De lo
relacionado con la profesión, rara avis, poco, escaso. Pero de limpieza, una
exageración. En la que la política se lleva la palma. Y los dos grandes
partidos nacionales no quedaron librados de los comentarios. Aunque los
millones suizos del señor Bárcenas, ese que ahora no conocen en el PP a pesar
de que llegó a ser su tesorero, se llevaron, y con creces, un especial
minutaje.
Esta mañana
escucho –dentro de un rato me pondré a leer la prensa– por la radio que El
Mundo ha publicado una sustanciosa crónica de cómo don Luis manejaba las
cuentas y cómo altos dirigentes populares se llenaban los bolsillos con unos
extras negros (qué sexual suena). Pero Cospedal no sabía nada. Y Mariano, raro
en él, permanece en silencio. Seguro que al ver la foto del que operaba con los
números, soltará la guinda del gallego: Esta cara me suena, pero no caigo.
Esta mañana
también me despertó la barredora del ayuntamiento. Por cierto, por qué no las
fabricarán más silenciosas. Y pensé cuántas nos harían falta para acabar con
esta bazofia. Porque estamos alcanzado unos extremos muy peligrosos. Como los
políticos se limitan a reflejar los esquemas de las sociedades del momento,
mucho estamos haciendo mal. De ahí que me ratifique en planteamientos
esgrimidos en este mismo blog desde tiempos inmemoriales: refundación de los
partidos, no; al menos no antes de refundirlos, pero a tantos grados que calcine
la escoria, que no deje siquiera las cenizas.
Voy a leer, a
informarme. Y dejemos de una vez de escudarnos en qué hacemos, porque de ello se
han agarrado estos sinvergüenzas para meter las dos manos. Nuestro pasotismo le
ha concedido carta de naturaleza a tantísimo golfo. Sería cuestión, además, que
esa pléyade de políticos honrados diera un paso al frente y dejara, asimismo,
de encubrir tanta porquería.
Bueno, estimados
amigos de la tertulia y de la lotería: seguiremos en otro momento.
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