¿Para qué?
Más leyes, ¿para qué? ¿Vamos a terminar, acaso, con una norma para cada uno de
los supuestos delictivos que puedan plantearse en esta país? Y como la
picaresca va siempre unos kilómetros por delante, tendremos que inventar un
parlamento ad hoc que se dedique única y exclusivamente a tales menesteres. Con
lo que la posibilidad de que se sumen nuevos casos a este despropósito
putrefacto aumentará de manera harto significativa.
El
entretenimiento sube enteros cada día. Los políticos insisten en jugar al
despiste, al centrocampismo puro y duro, mientras los ciudadanos ya lo tomamos
a chirigota. Lo malo es que el carnaval no es lo que era. Lo mismo en Cádiz nos
sorprenden porque posibles temas para sus letras no les van a faltar. Las
murgas de aquí hace tiempo que entraron en franco retroceso. Las subvenciones
en blanco han tenido la culpa.
Cuando
dirigentes del PSOE fueron condenados por el denominado ‘Caso Filesa’, pensamos
que habría un punto de inflexión en las maneras de hacer política. El tiempo ha
venido a demostrar que no. Y como la redacción de más textos legales no va a
solucionar nada, no queda otra que ese noventa y tantos por ciento bien largo
de políticos honrados, dé un giro radical al timón de la nave para que en el
bandazo se pueda soltar ese lastre. Y que los jueces se dediquen a realizar su
trabajo y que no es otro que poner la ecuanimidad tan necesaria en esta época
convulsa y disparatada.
Lo actuales
dirigentes de la mayoría de formaciones no se hallan capacitados para enderezar
el rumbo. Y de nada valdrán las componendas –llámalas como te venga en gana–
porque carecen de la legitimidad necesaria. Y su credibilidad, bajo sospecha
permanente, está bajo mínimos. No legislen más. No pacten nada. Lárguense.
Porque ni el Circo del Sol lo borda mejor.
Es tal el
hastío que sentimos aquellos que alguna vez nos acercamos a la ‘cosa pública’,
que vamos a finalizar por sentirnos avergonzados de haber dado ese paso. Y como
la sociedad, esa que los puso ahí, ha alcanzado también muchos gramos de locura
en un mimetismo difícilmente explicable, en una reciprocidad de lo más absurdo,
el puzzle se encuentra en una tesitura de complicada resolución.
Esta batalla,
por no mentar guerra, tiene que ganarse de abajo arriba. Y son muchos los
estamentos que deben implicarse. Hay que soltar amarras de pesebres en los que
muchos estómagos agradecidos tragan lo que les echen. Y que no se recatan en
presumir de que si subieran unos peldaños, reproducirían idénticos esquemas de
comportamiento.
No, no
pretendo ser mejor que nadie ni impartir lecciones de ética, moral y buenas
costumbres, pero la administración de los dineros ajenos debe ser exquisita. Y
la imagen actual no es nada halagüeña. Con el agravante añadido de que los
procesos judiciales se eternizan, lo que permite a los golfos campar a sus
anchas y quedar impunes ante los hechos demostrados. No existen
responsabilidades de ningún tipo. El verbo dimitir va a ser suprimido por la
RAE. Se oxidó del todo. Anquilosadito está.
No me vale el
consuelo de que la condición humana es así. Como si con ello se pudiera
justificar el todo vale. Y cada nueva propuesta de los felizmente apoltronados
solo viene a demostrar lo rancio y lo cutre. Ahí está doña Esperanza Aguirre
lanzando la posibilidad de tener una especie de fiscalía anticorrupción dentro
de los propios partidos y constituida por independientes de reconocida
solvencia. Lo que vienen a demostrar el reconocimiento implícito de que la
golfería es moneda de cambio e ingrediente indispensable del potaje.
Los periodistas
tienen ahora que demostrar su valía. Y desengancharse de una vez. Porque los
sigue habiendo que olvidan cuál es su verdadero cometido y se erigen en
defensores a ultranza de la mano que les da de comer. Ante este acontecer en el
que se halla inmerso el Partido Popular, algunos vuelven al pasado para
justificar tales procederes con el antes mentado caso Filesa. Que ya fue
juzgado, sentenciado y expiado. Se pierde la razón y las ansias de ir en
vanguardia. Denigran el periodismo y se convierten en marionetas. Emulan las
mismas maneras que dicen criticar.
¿Pacto
anticorrupción? No es menester, no valdría de gran cosa. Mientras no se echen a
un lado los demasiados bergantes aupados, se lo pasarían por el arco del
triunfo. ¿Más leyes? Si no sabemos qué hacer con la ya existentes, para qué más
gasto. ¿Cuánta gente hay en la cárcel por apoderarse de algo que tenía dueño?
¿Y en qué se diferencia un político que es sorprendido con la mano en la lata
de gofio? En que está protegido por una mano divina. Y que los que tienen la
obligación de mandarlo al trullo, le echan la misma mano con la que encierran
al pobre desgraciado que no lleva etiqueta adherida, salvoconducto (licencia,
permiso, autorización, venia, aprobación, pasaporte, aval, visado…).
¿La solución?
Rebelión dentro de las propias organizaciones. No al estilo esperanzador
madrileño de a río revuelto. ¿Argumentos? Sobran. Reitero que una proporción
mayoritaria, como mínimo de 90
a 10. No obstante, qué quieren que les diga o cuente: no
atisbo movimientos, intuyo demasiado conformismo. ¿Todos iguales? Espero que
no. Pero me temo que sí.
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