Los medios de
comunicación marcan pautas realmente raras. Convierten en acontecimiento
aquello que pueda producir rentabilidad en términos de audiencia o lectores, y
soslayan hechos de manera alarmante según sea el país de procedencia. Poco
importa lo que está ocurriendo en Siria, donde la masacre adquiere tintes de
alarma mundial (los fundamentalismos religiosos conducen a desgracias tales,
alegarán como descargo), que haya habido un terrible terremoto en Irán (que se
fastidien, ya están acostumbrados), mientras el desmayo de la Pantoja o las bombas de
Boston sí merecen trato preferente. Se me indicará que son las ópticas, la
conveniente selección ante la avalancha informativa o cualquier otro motivo. Y
soy consciente de que no es nada fácil. Pero se les ve demasiado el plumero.
Dejo a un
lado el tinglado electoral venezolano, con un gobierno español decantado por
Capriles y un Maduro advirtiéndole que se meta en sus asuntos. Me pregunto para
qué tanto observador internacional si luego caemos en estas tentaciones.
¿Pucheros? Me quedo con el canario, pero los hay en todas partes, y cógelo como
te venga en gana.
Paso de
puntillas por la singular Isabel, a la que jamás le dio lipotimia alguna cuando
ponía la mano para que Julián se la llenara de billetes antes de meterlos en la
lavadora. País de picaresca y golfería. Que sigan cayendo, aunque dos años se
me antojan escasos. Debe ser que la justicia consideró que tenía ‘actuaciones’
pendientes (Hoy quiero confesarme y Se me enamora el alma).
Lo del alma y
la confesión me vinieron como anillo al dedo. Como casi todos estamos de
acuerdo en que es necesaria una reforma constitucional (hay tantos aspectos a
debatir que lo mismo sale otra bien diferente), lo del estado laico clama al
cielo (lo pongo en minúscula por si acaso). Porque ya está bien tener que
aguantar las declaraciones de Rouco Varela. ¿Pero que se cree el señor
cardenal? Preséntese a unas elecciones y cuando ostente un cargo político haga
las propuestas que estime oportunas. Y en el foro en que se debatan, a quien
Dios se la diere, San Pedro se la bendiga. Aquí he sido más respetuoso. El
mismo que le demando a su Eminencia (creo que ese es el tratamiento correcto).
Aunque también pude haber escrito lo que le espetó Nicolás a García-Margallo:
métase en sus asuntos, que ya mencioné antes.
Y no es lo
peor el que el susodicho pretenda marcar las pautas por las que debe regirse
este país, sino que tan pronto abre la boca, la mayoría popular pisa el
acelerador para complacerle en sus peticiones. Le preocupa a Antonio María (ya
voy entrando en confianzas, las mismas que él se atribuye para meter la nariz
donde no lo llaman) que no existe aún un anteproyecto que acabe de una vez con
esa aberración del aborto. La mujer no está para eso. Su misión en la vida es
parir: creced y multiplicaos. Y ya está. A cuidar chicos. Cuídate de que no te
violen, por ejemplo, aunque ante tal ‘crimen’ te queda el consuelo de la
maternidad y eso siempre es bonito. Se le importa un pimiento las miserias, los
desahucios, el paro, los abusos. Son los religiosos del palo y tentetieso, los
de las confesiones perversas, los arrimados a la erótica del poder y los que de
venir aquel Jesucristo retratado en los libros que yo estudié, lo volverían a
crucificar por la vía rápida, mediante juicio sumarísimo y sin la pantomima de
Poncio Pilatos. Falsos y arrogantes. Dedíquense a practicar la humildad y a
ponerse del lado de los desvalidos e infelices, de aquellos que no tienen nada
y las pasan canutas mientras ustedes hacen ostentación reiterada de riqueza y
buen vivir.
Menos mal que
mientras estos lumbreras, estos monarcas absolutistas encubiertos se dedican a
marcar pautas y directrices a un
ministro de justicia que se limita a justificarse alegando que a él tampoco le
gustan determinadas leyes, en vez de sentenciar bien a las claras ‘lo que usted
diga, don Antonio’, una pléyade de honrosas excepciones, que se traduce en un
colectivo entusiasta de curas jóvenes, demuestra cada día en sus parroquias
todo lo contrario. Una cosa es colaborar con los gobiernos, en los diferentes
ámbitos, legalmente establecidos, y otra bien diferente el querer imponer
criterios religiosos a una gestión que debe estar por arriba de condiciones.
Siendo estas, además, y para mayor escarnio, del tipo de ‘esto es así, y
punto’. Qué raros dictados del alma cuando chocan con las más elementales
reglas del sentido común.
A don Antonio
María, / si de ministro estuviese, /con respeto le diría / que su misión
ejerciese / sin que mezcle la creencia / con aspectos terrenales, / no es cosa
de mayor ciencia / siempre que esté en sus cabales.
Cuídense, que
se comenta que va a haber un incremento notable de las temperaturas. No se
expongan demasiado, como algún cardenal, que se quedan rojos como tomates.
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