No tardó
Manolo Domínguez en darle tremenda cachetada, a través de Facebook, a los
‘salvadores crusanteros’. ¿O va con z? Aclaración filológica al canto. No me
extraña que ante tanta ingenuidad se frote las manos. Así se las ponían a
Felipe II, ¿no? Pues… lo dicho. Tendremos que volver otro día con las perlas
que han dejado esparcidas por el intrincado mundo de las redes. Cuánto juego
brindan. Pero vamos con lo arriba titulado.
Leo por ahí
que los vecinos de La Perdoma
están en pie de guerra (metafóricamente escribiendo) por unas antenas de
telefonía móvil. Particular que se ha venido sucediendo en los últimos años y
en muy diferentes lugares. Recuerden que también hubo movida en Los Realejos,
en los aledaños del estadio de fútbol Los Príncipes y a escasos metros de mi
casa.
No es, por
tanto, la primera ocasión que me asomo a este blog para comentar este
controvertido asunto. Pero deseo fervientemente que sea la última. Sería buen
augurio. Sabemos que las opiniones acerca de las radiaciones emitidas difieren
según la óptica y conveniencia de cada cual. Y con respecto a las posibles
consecuencias de las mismas, de haberlas, no conozco estudio que avale tal o
cual teoría. Porque los efectos cancerígenos que la mayoría de los que
protestan esgrimen, no se han podido demostrar con base científica y de manera
rigurosa.
Los afectados
en el barrio villero aludido han planteado en varias ocasiones su reclamación
ante el Consistorio, sin que las respuestas habidas hayan disipado sus dudas.
Argumentan que otros ayuntamientos han sido más diligentes, máxime cuando casi
todas estas instalaciones carecen de la preceptiva licencia municipal. Único
argumento al que han podido agarrarse los municipios para desmantelar tales
artilugios allí donde los gobernantes han decidido canalizar las peticiones de
los afectados.
Quiero pensar
que los alquileres que pagan las operadoras a los propietarios de terrenos y
viviendas en las que se ubican los elementos radiantes sean bastante jugosos.
Porque jamás he vislumbrado entre los que ponen el grito en el cielo a los que
perciben la asignación mensual que se haya estipulado en el contrato. Ahora
bien, y para que la balanza no se me desnivele, me encantaría que estas
plataformas reivindicativas me señalasen cuántos de sus miembros pueden gritar
bien alto lo que yo: “Tendría la misma cobertura si deciden acabar con todas”.
Todos
queremos disfrutar de los avances tecnológicos, pero no estamos dispuestos a
pagar sus servidumbres. Me temo que simultanear ambas facetas va a ser
imposible. Por tal motivo, intuyo que no se es demasiado consecuente cuando se
monta una algarabía de estas características, mientras en el bolsillo permanece
oculto el objeto de la controversia. Que incluso juega malas pasadas en
momentos inoportunos por no haber sido precavido y dejarlo inoperativo antes de
la reunión. Y todos lo captaron.
Tengo
entendido que en otros países no existe tanta fiebre adictiva. Allende nuestras
fronteras el uso del móvil es mucho más racional que los excesos contemplados
en el territorio patrio. Las escenas de astracanada y greguería pueden ser
observadas sin que sea necesario fijar demasiado la atención. Te cuento una
última en un recinto hospitalario no muy lejano. Circulan dos personas por un
pasillo, ambas con el enganche auditivo, se columbran, se saludan (besos de
rigor), intercambian breves pareceres, suyos y de sus familiares más allegados,
y todo eso sin soltar el ‘cacharrito’ y, lo más difícil, sin dejar desatendida
la conversación que cada cual traía antes del encuentro. No, no es que estemos
locos, estamos como cabras majoreras jartas
de papeles verdes.
A las ‘Veinte
preguntas y ninguna solución’ que constituye el argumentario, según la
información periodística a la que hemos tenido acceso, me atrevería con la
vigésimo primera: ¿Cuántos de los demandantes no tienen móvil? O quizás esta
otra: ¿Cuántos de ustedes estarían dispuestos a desengancharse? Como el que
deja de fumar, vamos. Porque parece que no se ha inventado nada todavía que
sustituya a esas antiestéticas antenas. Lo más, las esconden en recipientes que
mirándolos bien puede que sea peor el remedio que la enfermedad.
Invito a los
buenos amigos perdomeros a que den un paso más y propongan que el barrio sea un
territorio fuera de cobertura, sin contaminaciones, virgen como antaño; donde
podamos pasear sin que ninguna onda electromagnética venga a darte en las
narices; que volvamos a encontrarnos por las calles y nos paremos a platicar un
fisco, sin agobios, sin prisas; que retomemos –entiendo que se ha perdido– el
sano concepto de vecindad, aquel en que las puertas estaban abiertas de par en
par y se podía escuchar aquello de “sigue pa´dentro”…
A esta sí me
sumo. La otra, una más para salir del paso, quedar bien hacia fuera y bien poco
más. Sin extrañarme de que haya quejas posteriores (si retiran las antenas)
porque se entrecorten las conversaciones.
Concluyo con
una duda razonable. Si se colocan las antenas en lugares más alejados de los
núcleos urbanos, se deberán asentar en terrenos agrícolas, por ejemplo. Si
alegamos que son nocivas para la salud de las personas (de afuera hacia
adentro), ¿no lo serán, asimismo, para la viña, las papas, los aguacates y
todos esos productos de la tierra que nos enfermarán luego desde adentro hacia
afuera?
En fin, me
voy un rato a FB por si hay más guindas. Los alumnos de los IES (con mis
excusas a los de los colegios) tienen más fundamento. Hasta mañana.
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