El Campo fue
un periódico propagandístico del arbolado y de las prácticas agrícolas, editado
por don Antonio Lugo de manera altruista y que salía de los talleres de la Imprenta Orotava,
sita en calle Carrera, 24.
Del señor
Lugo escribió Tinguaro (Manuel García Pérez), maestro tacorontero y fecundo
colaborador periodístico:
Porque ese es el único lucro particular que
dicho señor pretende, al dar a luz su simpático periódico El Campo. Y ese
lucro, ese interés singularísimo, lo obtendrá seguramente el señor Lugo y
Massieu. No habrá nadie que pueda arrebatárselo.
El Campo merece de todas las personas cultas
una acogida cariñosísima, y su fundador los plácemes más sinceros.
Dichoso el que puede dedicar parte de su
tiempo y su dinero a cosas de tanta importancia y que tanto subliman el alma.
En el número
52, de 01 de marzo de 1929, en las páginas 21 a 32, hallamos:
A
continuación tenemos sumo gusto en publicar íntegro el notable discurso
pronunciado en dicho acto por el culto maestro nacional e inspirado poeta don José
Galán Hernández, alma del festival y uno de los más entusiastas defensores del
arbolado del Magisterio canario, al que alentamos sinceramente para que
continúe laborando en pro de tan noble causa.
«Hoy celebra
el pueblo de Fasnia una de las fiestas que son más demostrativas del afán de
progreso y cultura que preocupa a todos los países: afán de adelantos, de
innovaciones, de inquietudes por un porvenir, que sean, al mismo tiempo,
arrepentimiento por las equivocaciones pasadas y promesa de realizaciones para
el futuro.
Esta fiesta
presenta, además de las características propias, las de ser la primera de esta
clase que se celebra en este pueblo, y las de verse honrada con la asistencia
del señor delegado gubernativo y de los señores ingenieros agrónomos así como
con la del señor inspector de Primera Enseñanza, a todos los que atentamente
saludo.
Igualmente
hago extensiva mi salutación a las autoridades locales y al vecindario en
general, que, con su asistencia y cooperación al acto, dan la nota de brillantez
y civismo, demostrando que se han compenetrado de la capital importancia de
esta fiesta, a la que todos debemos coadyuvar con nuestras fuerzas y aptitudes,
como amantes del progreso, como ciudadanos y como españoles.
A los
compañeros maestros nacionales nada he de decir, pues de sobra saben que
cuentan con mi saludo y afección, que compañerismo obliga; y en cuanto al acto,
menos; igualmente que yo, están persuadidos de que al cooperar a esta fiesta no
hacemos más que cumplir con una obligación moral y material; pues aparte de ser
un acto recomendado por una sabia disposición legal, y, por lo tanto, que
establece un mandato para todos los funcionarios, para nosotros, para los que
nos honramos con tener a nuestro cargo una misión tan elevadísima y difícil como
es la de educar e instruir a los niños, la de preparar al ciudadano del mañana
para que entre rebosante de entusiasmos, de energías y conocimientos por la
puerta de la sociedad futura, constituye esta fiesta algo nuestro, algo
completamente ligado a nuestros desvelos profesionales sintetizando: algo
comprendido en las materias de enseñanza, en el terreno pedagógico.
Y a los
niños, a esos ciudadanos en formación, esperanza de la sociedad actual, a ellos
es a quien debería de dirigirme en mi disertación, que por ellos es por quien
se hace esta fiesta, principalmente; pero al revestir el acto un carácter
distinto del puramente escolar, forzosamente se han de usar términos, se han de
exponer conceptos e ideas que no están al alcance de las inteligencias infantiles.
Por eso, si la Fiesta del Árbol se celebra
una vez al año, las autoridades locales, con la cooperación de los maestros
nacionales y de otras personas que generosamente se presten a ayudar, deben organizar
a menudo fiestas en pequeño, paseos, excursiones, conferencias de carácter
esencialmente infantil, exclusivamente escolar.
En esas
pequeñas fiestas, pueden darse sencillas conferencias a los niños sobre la
utilidad del arbolado, o hacerse excursiones a regiones donde abunden los
árboles y allí, prácticamente, darles explicaciones, o visitar los lugares
donde los niños han plantado arbolitos, para que se encariñen con ellos, para
que los amen como obra suya que son. Esto, aparte de las enseñanzas de
arboricultura que se pueden aprovechar, al hacer experimentos, limpiando,
podando o injertando los mismos árboles que plantaron.
La Fiesta del Árbol va ya
imponiéndose hasta en los pueblos más apartados, en los más refractarios hasta
hoy a las leyes y corrientes del progreso universal. Precisamente en esos
pueblos, en los que la cultura no ha llegado al grado que debiera llegar, es donde
más falta hace esta cruzada en pro del arbolado; en donde las corrientes del
progreso en todas sus manifestaciones han marcado las huellas de su paso
bienhechor, no es tan necesaria la celebración de esta fiesta: que la cultura
lleva en sí el convencimiento de la necesidad de defender al árbol, por conveniencia,
por estética y hasta si se quiere, por romanticismo, que no todo ha de ser
guiado por el materialismo grosero...
(continuará)
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