jueves, 25 de abril de 2013

Se puede pasar

“¿Quiere usted saber, lector amigo, que fue lo primerito que procuré indagar el día que se me metió en los cascos la idea de hacerme Maestro? Pues se lo diré a usted en dos palabras: los derechos que iba a obtener.
Las cosas al revés, ¿verdad? Pues parece lógico que al decidirse por una profesión lo primero que se debe mirar es las obligaciones que se van a contraer, y en virtud de ellas las recompensas que se tiene derecho a reclamar. Pero yo no señor. De los deberes no me acordé en aquellos momentos. Se lo confieso a usted con toda franqueza. Y me parece que es achaque este muy español. Primero los derechos, después los deberes.
Luego de estar en posesión del título de Maestro elemental –díjele a un amigo Maestro–, hacer oposiciones e ingresar en el escalafón, ¿qué sueldo tengo derecho a percibir?
–Mil pesetitas –me contestó con aplomo el interrogado.
–¿Y hasta cuántas más puedo llegar si Dios me da vida? –le añadí.
–¡Ah! –repuso entusiasmado el amigo –puede Vd. llegar por ascenso hasta cuatro mil pesetas.
–¡Cuatro mil pesetas! –exclamé en arrebato de alegría.
–Si, señor, cuatro mil pesetas puede Vd. llegar a ganar si va Vd. mandando Maestros para el otro barrio hasta dar acceso a la primera categoría, que es la meta del Magisterio.
Con la misma franqueza que le indiqué al principio le digo a Vd., lector, que se me hizo la boca agua y estuve un rato como transportado en un éxtasis de delirio febril, contemplando cuatro montones de a mil pesetas, constantes y sonantes, ganaditas por mí en un año de labor escolar. Y tal vez en ese éxtasis hubiera permanecido no sé hasta cuando si no me hubiera sacado de él un recuerdo ingrato, que ya comienza a echar por tierra todos mis cálculos: el haber nacido en el año sesenta y seis.
Pero así y todo, aunque desistiendo –como el pretendiente de doña Leonor– de prolongar mi carrera hasta llegar a la categoría de cuatro mil pesetas, eché mano a los libros y púseme a estudiar como un desesperado, fija la atención en mis mil pesetas de ingreso y en mis ascensos, que a mi me parecía que se habían de verificar con una rapidez de relámpago.
Excuso decirle a Vd. que recibí la mar de desengaños durante el curso de mis estudios, porque a veces trataba de recordar lo que había estudiado el día anterior, y lo que se me venía a la memoria era la figura del número seis repetido. Y después se me ponía un martilleo dentro de la caja craneana que no cesaba de repetir: 66, 66...
Pero de cualquier manera, dando tumbos acá y allá, híceme, más bien dicho, hiciéronme Maestro elemental este mismo año, que para bien sea. Y aquí me tiene Vd. en perspectiva de destino y estudiando siempre como un adolescente para ingresar si puedo en cuanto haya oposiciones. ¡Qué diablo! Todavía puedo trabajar veinte años más si no me entra antes algún calambre de esos de los que no se repone uno nunca.
Pero ahora estoy notando unas discusiones y unas cosas que no me hacen maldita gracia, y supongo que lo mismo les pasará a todos los Maestros chiquitos. Refiérome a la versión que se está propagando de que los Maestros elementales no podemos pasar de 1.100 pesetas.
¿Habrase visto? ¿Quién se lo dijo a los compañeros que tal piensan? ¿En virtud de que disposición no pueden pasar de mil cien pesetas los Maestros elementales? Y si existiera, alguna ley que así lo determinase, ¿sería justa esa ley? ¿No habría entonces que combatirla hasta echarla abajo? ¿No desempeña el Maestro elemental, en lo que a labor escolar se refiere, las mismas funciones que el Maestro superior? ¿Por qué entonces se está haciendo atmósfera para ver de estancarle en la ínfima categoría de 1.100 pesetas?
Que el Maestro elemental no pueda desempeñar Auxiliarías de Normales, Direcciones de graduadas e Inspecciones de primera enseñanza se explica muy bien, tanto por razones que no hace falta enumerar como porque alguna ventaja ha de tener el Maestro superior sobre el elemental; pero pretender reducirlo a los comienzos de la carrera, ahora que se empiezan a iluminar los horizontes del Magisterio, y máxime habiéndose cerrado ya la puerta del grado elemental, eso ni tiene explicación ni es legal hasta hoy ni mucho menos es ni puede ser justo.
Algunos compañeros de la Península han escrito en la prensa profesional pidiendo una ley aclaratoria, ¿pero qué aclaración quieren? ¿No es bastante con que haya Maestros elementales que anden ya por las categorías de 1.100 para arriba, y con no existir ninguna ley vigente que explícita ni implícitamente prohíba al Maestro elemental el acceso a todas las categorías.
Algunos pretenderán ver en ciertos reales decretos una prohibición implícita de dicho Maestro a las categorías superiores, pero ello no es más que el fruto de interpretaciones erróneas. En cuanto al particular se refiere, el Maestro elemental goza hoy de los mismos derechos que el Maestro superior, y de creer es que siga en posesión de los mismos, puesto que el Estado no va a ser un Dios para unos y un diablo para otros”.
Lo firma un tal Tinguaro (Manuel García Pérez) en Los Naranjeros (Tacoronte) y que publicado en Eco del Magisterio Canario, periódico de instrucción pública y órgano de la asociación provincial del magisterio de primera enseñanza (La Laguna, 22-noviembre-1914, páginas 2 a 4), apareció con idéntico titular al que en este post dejo reseñado.
De este hombre (también fecundo colaborador periodístico), de José Galán y de Clara Eugenia Yanes, maestra de Buenavista durante 44 años, habría que publicar algo. ¿A quién le sobra dinero? No, por favor, no te molestes. Gracias.

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