Tras unos
días de intenso calor, que parece va remitiendo, y que no supuso hándicap alguno
para que el catalán Agusti Roc subiera de El Socorro a la cima de El Teide en
el mismo tiempo en que yo llego de Los Rodeos a Barcelona (cada uno en el medio
de transporte que estima menester), te cuento un par de cosillas de las que uno
se entera metiendo la nariz aquí y allá.
Lo primero
que me llamó la atención fue el que hayan tenido que dispensar tratamiento
psicológico a los osos pandas que habitan la zona china en la que hubo un
fuerte terremoto hace unos días. Y me pregunto si no nos estaremos pasando con
determinados modismos. Cuando yo estaba en la escuela, el maestro resolvía la
mayoría de conflictos y problemas con un buen cogotazo. Medicina que probé en más
de una ocasión y aquí estoy para contarlo. Receta que, igualmente, puso en
práctica un compañero alférez médico en Hoya Fría ante el supuesto ataque de
ansiedad de un recluta. Y escribo supuesto porque al afectado se le quitó la
llantina a una velocidad de vértigo. No creo que el optalidón de aquella época
hubiera causado una cura tan rápida.
Ya sé que más
de uno ya me está calificando de manera generosa. Pero me consuelo pensando que
habrá algunos más que piensan, como yo, que hay mucha bobería en la sociedad
actual. Y surge el psicólogo como la panacea de todos los quebrantos. ¿O no?
Como antes
dije que un par, vamos con la segunda. Los medios de comunicación se hicieron
eco de la denuncia que realizó el portavoz (no sé si titular o suplente) de
Coalición Canaria en el ayuntamiento realejero, José María González de Chaves,
acerca de la lamentable situación en la que se halla la Casona de La Gorvorana. Pretendió
esta formación política esconder a Oswaldo Amaro, anterior alcalde durante dos
mandatos, amén de otros tantos como concejal, pero les salió el tiro por la
culata. No tardó ni quince segundos Adolfo González y Pérez-Siverio para
saltarle a la yugular (es un símil), recordándole que echara la vista atrás por
si atisbaba en el periodo de ocho años cómo algunos de sus compañeros
‘habitaban’ dependencias conocidas en un edificio de la Avenida de Canarias.
Sería
conveniente señalar algo al respecto. E intentaré dejar a un lado razones de
tipo sentimental y centrarme en dictados de la razón. Si mal no recuerdo la Casona pasó a ser propiedad
municipal allá por 2001, merced a un convenio con los propietarios de la finca.
El ayuntamiento se quedaba con las ruinas (sumen la zona de la ermita, El
Bosque –que se han cargado asimismo– y el espacio, costado este de la casa,
donde hoy se encuentra el parque) y, a cambio, se declaraba suelo urbanizable
todo lo que fueron extensas plataneras, y que un servidor regaba en los
periodos vacacionales del Colegio San Agustín. ¡Ay, si escribiera mis memorias!
Cuando José
Vicente, alcalde en ese tiempo, dio a conocer la buena nueva, le indiqué si
tenía un saco de billetes de quinientos euros escondido para poder acometer la
reforma del inmueble. Sí, esos que ahora Rubalcaba quiere eliminar para que
aflore el dinero negro, como cuando redujo la velocidad en las autopistas a 110
para acabar con los accidentes. El señor González Hernández, más preocupado en
esa última etapa de su mandato en empatar su retirada con la jubilación docente,
no prestó la más mínima atención. Mientras por un lado se urbanizaba, por el
otro se desmoronaba.
De 2003 a 2011 gobernó CC. Y
Amaro se limitó a mirar al cielo por si caían los millones prometidos.
Mientras, en La Gorvorana,
el mirador, el tejado del ‘cuarto de la paja' –la que se comían los animales, por
si acaso– la azotea del noreste, la tronja… también se caían a cachos. Pero
olvidan los gobernantes actuales que deben asumir idéntica cuota de
responsabilidad por el pacto habido en el primer mandato de Oswaldo. No creo
que estés olvidado, Manolo, y hayas dejado a Adolfo emitir un comunicado en el
que obvia estos cuatro años. El PSOE permanece en silencio porque sabe
igualmente que CC solo gobernó en solitario el último periodo de su segunda
etapa consistorial. Cuando mandó para el coño, perdón, cuando mandó para el
otrora empaquetado de La
Gorvorana –la construcción que se cargó todo el patio y la
entrada de piedra natural (¿alguien dio los permisos?)– el monumento de la
discordia, ese que ahora luce, sin agua (la condenada crisis), en el polígono
industrial.
La Casona ya no tienen
solución. Es imposible. Se levantarán voces y habrá quejas y lamentos, pero no
hay, ni habrá, dinero para remendarla. Está abocada a su desaparición. Que me
temo sea de la manera más trágica, como en tantos lugares y épocas pretéritas
ha ocurrido. En estos momentos ni siquiera la iniciativa privada será capaz del
acondicionamiento para su explotación. No me preguntes de qué. Se me agotaron
las ideas y los posibles.
Los que
fueron sus últimos propietarios, como el responsable de estas líneas, habitaron
aquellas dependencias. Si en aquellos primeros años posteriores a la firma del
convenio urbanístico se hubiesen puesto a vivir en la propiedad algunas
familias, como se llegó a proponer, al menos se habría mantenido y las visitas
indeseables, incluyendo pintores y fogueteros, no fueran protagonistas de
nuestra historia.
A esperar el
desenlace, no queda otra. Ojalá no tenga la oportunidad de contemplarlo. Lo
mismo no sería capaz de controlarme.
Muy didáctico. Si señor.
ResponderEliminarEn la vida real, amigo Jesús, el psicólogo para el agresor, el agredido que se las resuelva por su cuenta. De eso se un poco.
ResponderEliminarEn cuanto a la Casona, que vamos a decir... Los que como tú que vivieron en ella y los que la visitábamos asiduamente, recordaremos las anécdotas vividas. Posiblemente los demás... ni asunto.
Gracias por hacernos ameno el día a día.