Ayer fui a
caminar por la mañana. Y me sentí raro. Debo decir que no estoy acostumbrado a
transitar a horas tan tempraneras. Tengo miedo de que algún militante del PP me
columbre y llegue a la conclusión de que un cuerpo tan serrano como el mío
todavía está en perfectas condiciones de currar unos cuantos abriles más. Y
como el próximo hachazo será a las pensiones, me hallo en un dilema. Si estoy
trabajando tanto o más que antes…
Me puse el
pequeño receptor en el bolsillo de la camisa –le tengo dicho a mi mujer que las
compre con tal artilugio; pues sí, las compra ella y siempre acierta, ¿qué
pasa?–, y lo primero que escuché fue al señor director de seguridad y
emergencias –lo del nombre tan largo es para cobrar más– de mi pueblo que respondía
a unas preguntas del amigo Pedro Rodríguez en la Cadena Ser. Y entre las
respuestas, el que acudieron al baile de magos del pasado fin de semana algo
más de veintidós mil personas.
Con qué
alegría se cuenta al alza cuando interesa y con qué desfachatez a la baja
cuando de una huelga o manifestación se trata, por ejemplo. Siento no tener a
mano el estudio que realizó en cierta ocasión el amigo Evaristo, aparejador de
profesión. Porque estos medidores de nuevo cuño son capaces de meter en un metro
cuadrado a tres parejas de baile de un grupo folclórico y les sobra espacio
para trazar las figuras de la malagueña. Como el chiste de los cincuenta mil
chinos que juegan al fútbol en una cabina telefónica. Y muy mucho debería
cuidarse el señor Marrón en este tipo de afirmaciones cuando aún no ha tenido
tiempo para elaborar el famoso plan para el que fue contratado. Hasta ahora
solo se le ha visto llevarse las medallas en cuanto ‘evento’ se haya organizado
en el pueblo, sin que se reconozca el mérito de los que verdaderamente dan el
callo. Y si quieren vuelvo a escribir que con lo que le pagan bien podría haber
un par de policías más. Que no acudirían a teles y radios, pero pondrían orden,
mero ejemplo, en la Avenida
de Canarias, y evitar aquel ‘marrón’ permanente con que nos encontramos al
bajar por la susodicha.
Y a
continuación, los desconchados. Primero, La Gorvorana, lugar y
casona del que todos hablamos y escribimos en esta rabiosa actualidad. Y el que
más conoce del tema, el amigo Germán, permanece en prudente silencio. Siete mil
son los euros destinados a frenar el incontenible avance de la acción de los
desaprensivos (humanos) y desaprensivas (palomas). Poco me parece. Yo viví allí
unos veinte años. Y, por favor, no sigan martillando (o martilleando, que tanto
monta) nuestros oídos con los frescos de Bonnín, porque si Consuelo (quien
también habitara en la zona donde se halla el corredor y que contemplara al
joven pintor enfrascado en la faena de poner unos gramos de alegría en los
dinteles de las puertas que daban acceso a otras dependencias) levantara la
cabeza, se mandaría tremenda carcajada con lo de cubrirlos para protegerlos. Un
poco tarde, ¿no? Y perdón, tanto los que ya no están como los que aún
respiramos, por atribuirme el sentir de todos los que nos cobijamos entre aquellas
gruesas paredes.
Algunas
tardes, pocas, me echo a andar por el sendero de la carretera de Icod el Alto.
Es precioso y las vistas, de ensueño. Pero los desniveles me matan. Como lo
puede hacer cualquier día de estos las planchas metálicas que están sueltas y
que requieren, urgentemente, unos puntos de soldadura. A los que por allí
pasean les debe importar bien poco qué organismo es el competente para el
remiendo. Pero la acción a acometer no aguanta mayor demora. Y como observo a
muchas personas mayores (yo casi estoy en ello) que lo utilizan, tome las
medidas correctoras el ayuntamiento antes de que aparezca uno en las casas
consistoriales con una extremidad inferior (qué fino) afectada por algún
desperfecto.
En la
caminata que te señalé en el primer párrafo, la de ayer, crucé el punte de La Higuerita, ese paso peatonal por el que salvas la
autopista del Norte a la altura del barrio que vive a caballo entre Puerto de la Cruz y Los Realejos. No te lo
recomiendo. Y si tienes unas milésimas apenas de vértigo, te lo prohíbo. Ya lo
he comentado en ocasiones anteriores, pero es que también se ha perdido la
pintura que te señala el extremo de los escalones, esa negra o roja que se pone
en el borde para que calcules el salto de cada paso. Es inconveniente añadido
al ‘fondo transparente’. Para qué contarte más. Cuestión sería de que el
ayuntamiento invitara al presidente del Parlamento –creo que en aquella época
en que se construyó la pasarela era consejero de Obras Públicas– y lo tuviera
cruzando durante al menos una hora. Si lo resiste, que lo dejen como está. De
lo contrario… me temo que, asimismo, se quede como está. Total, si se cae un
rebenque como yo, ya estoy amortizado y una carga menos para la caja (de las
pensiones). [La foto es algo antigua, pero me vale].
Cuando
regresé y me volví a enganchar en FB, me entero de que el alcalde de SJR había
hecho otras jugosas y entretenidas declaraciones en las que puso a caldo de
gallina a todos aquellos que no lo votaron, es decir, al 90% de los rambleros.
Y aunque todos sabemos cómo son –tan poco explícitos– los comentarios en dicha
red social, deduje que solo podía haber ocurrido en cierto medio de
comunicación, a este paso, estimados mandatarios, cada vez menos social. El
interés informativo que suscita el pueblo aludido raya el “descándalo”, término
acuñado por un ex en la correspondiente versión televisiva. Cincuenta visitas
más. Hasta dentro de un ratito.
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