Llevo toda mi
vida (algo más de 60 años) escuchando la misma canción acerca de la
potenciación del Norte tinerfeño y del desarrollo de Puerto de la Cruz como motor de la
economía en esta parte de la isla. Y uno de los aspectos más socorridos ha
sido, desde siempre, la tan necesaria preparación (en idiomas) que nos abra las
puertas en ese sector.
Todo se nos
ha ido en discutir, en poner a caldo de gallina a la zona metropolitana y al
Sur y en dejar pasar el tiempo observando cómo esos puestos de trabajo, para
los que supuestamente nos estábamos formando, eran ocupados por otros más
avispados que no perdieron la oportunidad que se les brindaba con
disquisiciones de baja estofa. Y a la par, ese Sur antes mentado y otras islas
supieron sacar provecho de sus potencialidades y no solo salieron adelante sino
que fueron ‘condenando’ a la otrora Ciudad Turística a un progresivo olvido. Se
durmieron los hoteleros en los laureles pensando que el maná seguiría cayendo
cual don divino y, en consecuencia, hemos llegado a la situación actual, en la
que si no fuera Loro Parque y los viejos del Imserso, otros muchos
establecimientos hubiesen echado el cierre.
Se ha
pretendido vender que el futuro estaba en el puerto. Sí, el puerto del Puerto,
la panacea, ese singular El Dorado que volvería a llenar las depauperadas
arcas. Pero no queríamos solo una zona que fuera capaz de dinamizar un comercio
que languidece a pasos agigantados. No, era necesario una construcción en la
que barcos de gran porte pusieran la estampa de esplendor requerida. Y
discutimos como cachanchanes, y nos manifestamos en procesión a lo Virgen del
Carmen. Pasaban los años y Puerto de la
Cruz empeoraba. Los advenedizos se pusieron al frente y
lanzaron consignas enardecidas para movilizar a la tropa. Colgamos en Internet
y circuló por las redes sociales, junto a fotografías de los barcos de Yeoward,
sesudos estudios de todo lo que exportábamos hacia lejanas tierras en años idos.
Pero en la vorágine no hubo mente sensata que sembrara unos gramos de cordura
para señalar que esta realidad no es aquella realidad. Y se nos fue, como casi
siempre, el fuelle por la boca. Quien más gritaba, a ser posible con
espumarajos, se creyó en la posesión de la verdad suprema. Y la plebe aplaudía
furibunda…
Estamos ahora
en otro escenario. Alguien ha querido poner los pies en la tierra y se ha dado
cuenta de que no podemos seguir haciendo polígonos industriales sin salidas
para los camiones, hospitales sin carreteras de acceso e instalaciones
portuarias a las que no pueden llegar, o salir, las guaguas con tanto turista
imaginario. Porque esta isla no se puede agrandar. Y no podemos seguir
vendiendo chiringuitos, como cuando hace unos años iba cada pueblo a Fitur a
ofertar su playa, su monumento o su volador; su ombligo, en definitiva.
Creo que
Carlos Alonso, vicepresidente del Cabildo de Tenerife, ha venido a poner
sensatez en esta locura desatada. Y ha puesto el dedo en la llaga de lo que el
Puerto necesita ya. Pero los mismos que alegan no tener un duro para sostener
la antena por la que transmiten sus soflamas (es un símil), siguen erre que
erre en el vano intento de vestir a San Telmo con ropajes ajenos. Y mientras,
hombro por hombro, y la casa sin barrer… Seguiremos en corto espacio de tiempo.
La pescadilla seguirá mordiéndose la cola. Y la cola (o el rabo) será bastante
larga. Rondaremos 2020 (bien poco falta) y no habremos alcanzado la punta del
muelle.
Si tú o yo,
ciudadanos de a pie, sostuviéramos que el solape de competencias entre las
diferentes administraciones públicas no solo causa sonrojo sino despilfarro,
tendría al menos la justificación de que no hemos sido capaces de concienciar a
quienes disponen de poder decisorio para que pongan freno a tales desatinos.
Pero si lo escuchas de la boca de otro vicepresidente cabildero, Aurelio Abreu,
te dan ganas de espetarle aquello de qué vas tú. Y fue en una tertulia de las
pocas teles locales que van quedando. Como Jesús, es decir, un servidor,
siempre le achacó estas salidas a Wladimiro (hay que hacer, pero yo no estoy),
debe señalarle a quien fuera alcalde de Buenavista, y para más inri, actual senador,
que si no se le cae la cara de vergüenza ante tales manifestaciones. Dices que
no tiene razón de ser una Dirección General de Deportes en la Comunidad Autónoma,
porque ese particular está transferido a Cabildos y ayuntamientos. Y algo
parecido aludiste a los Servicios Sociales. ¿Y no cogobierna tu partido con
Paulino? ¿A qué jugamos, Yeyo? Lo del PSOE no tiene remedio. Entre todos lo
mataron y él solito se murió.
Y en el Norte
acabamos. Con lo que aludí al final de mi comentario de ayer. Que algunos,
erróneamente, adjudicaron a otra emisora de radio. Que no es conmutativa, salvo
un apéndice. En fin… Los partidos políticos tendrían que hacer ver a sus
militantes que no todos valen para todo. Y que no todos pueden ser alcaldes.
Hay buenísimos presidentes de asociaciones vecinales, que luego han pasado a
ser pésimos concejales. Tampoco eres periodista porque te regalen una
alcachofa, o porque te saques una foto con una bolígrafo y un cacho de papel en
la mano. Claro, como cualquier botija verde es tertuli-ano, todos nos sentimos
capacitados para meter la pata. Y cuanto más konda (que sí, que está bien) la
meta, mejor que mejor. Yo también lo escuché, estimado Manolo (alcalde de mi
pueblo y presidente insular del PP), y con estos mimbres no se puede dignificar
la política. Y no me meto en la falta de preparación, que también (para que no
me tachen de clasista), sino en la falta de educación. Jamás había escuchado a
un alcalde poner a caer de un burro a su propia población. Ni atreverse a
clasificar a las mujeres de San Juan en dos grupos: señoras y no señoras.
Explícalo mejor, Tomás, porque ahí estarán también familiares de miembros de tu
propio grupo de gobierno. Y cuida tu vocabulario, de no ser tarde ya. Cuando
estaba haciendo el periodo de prácticas (de la milicia universitaria), un
teniente coronel sostenía que el silbar era de gente ruin, soez y plebeya. Si
te llega a oír ayer (nada diferente a lo que se estila en otros foros) no sé
qué hubiera añadido. Lo mismo se atreve con algunos ripios, estilo de estas
cuartetas de la ignominia:
Un alcalde en Radio
Konda
pone a caldo un
pueblo entero;
no es debate, es
trapisonda,
una desgracia,
ramblero.
‘Señoras’ y ‘no
señoras’
son los grupos que Tomás
ve en San Juan a
todas horas,
¿y qué piensan los
demás?
Le pregunto a Marco
Antonio
si en su familia hay
mujeres,
a ver en dónde
demonio
engloba a queridos
seres.
Jamás he visto un
edil
con tan baja
catadura;
y al periodista al
pil pil:
¿Profesional? Ni la
hechura.
Yo opino, tú vociferas, él bufa, nosotros… Hasta mañana.
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