Mariano lo
había citado en La Moncloa
bien tempranito. Para ello le había hecho llegar un coche oficial de
Presidencia que a las siete menos cuarto de la mañana se hallaba debidamente
aparcado en Ferraz, número 70,
a la espera de que Alfredo bajara de su despacho.
Mientras, el conductor, con la gorra calada hasta las cejas y ligeramente
inclinada hacia la derecha, sintonizaba la única emisora de radio que tenía
programada el Audi blindado: Intereconomía.
Apenas habían
transcurrido cuatro minutos y veintisiete segundos, dos corpulentos mozalbetes
se sitúan a la entrada del edificio, giran la parte superior del cuerpo humano
y hacen un barrido visual de los contornos. El que parece más avispado baja la
cabeza y algo debió musitar al disimulado pinganillo, porque instantes después
hace acto de presencia el Secretario General Socialista, con un maletín
azabache y una cara de preocupación bien
patente. Tras él, otros dos ‘armarios’ cubrían su retaguardia, cuando en
realidad con medio bastaba.
Una vez bien
depositadas sus ilustres posaderas en el mullido asiento trasero, tras el
buenos días de rigor, arranca el vehículo, seguido a distancia prudencial por
un discreto Peugeot 206 en el que no sé cómo demonios se acomodaron los cuatro
guardaespaldas. Lo que demuestra que se trata de un buen fotingo y lo deberé
tener en cuenta para cuando me saque la Primitiva.
Sin hechos
dignos de mención –el tráfico madrileño, bastante fluido–, llega Rubalcaba a
los dominios de Rajoy, quien le espera con su sonrisa característica en el
tercer escalón del acceso al palacio presidencial. Cuando se saludan, el líder
socialista (¿?) le advierte que tiene una cagada de pájaro en la pernera
derecha de su impecable pantalón.
–¡Coño!,
gracias Rubi; es que antes estuve dando el desayuno a unos mirlos huérfanos que
tengo al fondo del jardín. Parece que la mirla se marchó con la Merkel tras su última
visita.
–¿Y qué? No
me tengas más en vilo. ¿Para qué me quieres? Mira que a las diez y ocho (que no
dieciocho) tengo que verme con el Pere…
–Nada, hombre,
vamos a echarnos un cortado y hablamos unos minutos, que yo también debo
encargarle a Sori…
–¿A Josito?
–No, a ese
no, que luego va y suelta que nos estamos reuniendo en secreto y nos pone a la
altura de Cardona…
–¿Cardona?
–Déjalo, ya
te lo contaré en otro momento. Me refiero a Soraya.
–Dos, por
favor, señaló el presi al ordenanza que le servía el café en la taza que
contenía la cantidad exacta de leche que en cada toma el jefe demandaba.
–A mí tres,
que ya bastante amargura tengo desde que me levanto, sugirió el dirigente del
PSOE (¿?).
–¿Un purito?
–Jolines,
Marianín, que fui velocista en mis años gloriosos de juventud, cuando éramos
barbilampiños. ¿Te acuerdas? Pero nos estamos yendo, ¿cuál es el asunto?
–Alfredín,
perdona que sea explícito, pero estamos jodidos. Ambos vamos bajando a tal
velocidad que o nos ponen una colchoneta de las de salto de pértiga o nos pegamos una hostia de o carallo vintenove.
–¿Y qué me
propones o en qué te puedo ser útil? Tú sabes que con tal de salvar a España, soy
capaz de agarrarme a un clavo caliente.
–Deja, deja,
ya bastante quemados estamos como para que pongas esos ejemplos. Mira, voy a ir
al grano. En las próximas elecciones, y no te olvides que las convoca el menda,
yo no voy a ganar, pero tú te vas a pegar un estampido más grande que el de
Nadal en Wimbledon.
–¿Y?
–Jolines,
estás más torpe que yo, y según el CIS eso es grave. Hagamos pactos.
Demostremos al pueblo que en los momentos difíciles somos capaces, por el bien
de la comunidad, de remar conjuntamente…
–No sigas,
por favor. Ese cariño que me demuestras no lo siento ni en mi partido desde que
José Luis me dejó a los mandos de la nave…
–Al grano.
Sabes que no me gusta estar con rodeos. Y no pongas esa cara de asombro.
Hagamos pactos, que eso se lleva. Yo los practico con Aznar, Bárcenas y otros
varios centenares y me va, vaya que me va, si parezco Julio Iglesias.
–Sigo sin
terminar de cogerte…
–Cállate,
habla bajito, que puede estar Soria escuchando y…
–¿Entonces?
–Ya es
público y notorio nuestro acuerdo…
–Pantomima,
Mariano.
–Da igual.
Vamos a Europa de la mano y sellemos el compromiso para 2015. Según las
encuestas, el bipartidismo hace aguas, pero tendremos asegurado al menos el 50%
del Congreso si formamos gobierno los otrora partidos mayoritarios.
–O sea que
desde ahora rubricamos nuestra alianza…
–¿Otra vez?
Aquí no uses esa terminología.
–Pero yo no
te puedo asegurar nada, porque los míos andan revueltos y lo mismo no llego.
–Bueno,
planteado queda. La próxima semana volveremos a hablar con más detenimiento e
intentamos concretar. Te dejo que Soria me está esperando. A ver qué
‘mariconada’ me va a contar ahora.
–Hasta luego,
Mariano. Pero de fraguar, que el pacto sea generoso. Debo colocar a los
descontentos. Ya sabes cómo funciona esto.
–Vale, vale,
ya estudiaremos los detalles. Hasta el sábado.
–De acuerdo,
entonces. Buenos días.
Un alicaído,
cabizbajo y meditabundo (triste, melancólico, abatido, desanimado, decaído,
desalentado, descorazonado, aplanado…) Alfredo Pérez Rubalcaba se dirige hacia
el coche. Uno de los mayordomos de palacio tuvo que guiarlo hasta la puerta
porque se iba derechito para el cuarto de baño…
–¡Qué día
(otro) me espera!
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