Llevan
sermoneándonos, sobre todo (que no sobretodo) los del PP, bastantes años. Esa
melodía monocorde que nos ha zumbado los oídos y cuya letra, en las cuatro
frases estereotipadas, siempre contenía la tan odiada ‘crisis’. Y en todo ese
tiempo, mucho más de un lustro, siempre fueron los ciudadanos no dedicados a la
política los que sufrían los embates de los viernes. Se llevaron la palma los
funcionarios, pero no se quedaron atrás los miembros de ese conglomerado
importante llamado clase media. Quedaban excluidos del sacrificio los que ya lo
pasaban mal en épocas de bonanza y los que estaban por arriba del bien y del
mal. Entre estos últimos, banqueros y políticos.
Hace unos
instantes apenas doña Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno y
chica para todo, ha creído conveniente declarar solemnemente que “ha llegado la
hora del sacrificio de los políticos”. O lo que es lo mismo, ha reconocido
públicamente que hasta ahora mismo han venido haciendo lo que les ha salido del
forro, explotando la crisis y, lo que es peor, viviendo de la crisis.
Hemos
elaborado un plan (como los de Paulino) por el que pasaremos la pelota al resto
de instituciones públicas, y como ellos, obviamente, nos van a contestar que ‘y
una mierda’, todo seguirá igual, pero hemos hecho el paripé ante una sociedad
de gilipollas y sumisos borreguitos.
Tras el
anuncio –con risas a mandíbula batiente de la susodicha y don Cristóbal, el de
los tics faciales– del pasado viernes, una vez concluida la reunión del Consejo
de Ministros, han reunido a los suyos, les han entregado el tocho –que nadie
leerá, porque no hay bicho viviente que se meta eso entre pecho y espalda– y
absolutamente todos pensaron por lo bajini: Qué lista nuestra jefa, de cara a
la galería hemos quedado de pe de la eme, pero no pretenderá que nuestros
hijos, allegados y parientes más cercanos pasen por el difícil trance de los
brutales ajustes (recortes) que ha soportado el populacho. Claro que no.
Además, cada Autonomía, cada Diputación, cada Cabildo (también había canarios
en el cónclave), cada Ayuntamiento, en consonancia con sus propias normas de
funcionamiento, se pasarán las recomendaciones por el arco del triunfo y
bendito sea el cambio para que todo siga igual. Y lo han cuantificado, que es
buena fórmula de llamarnos imbéciles con la cantidad que están despilfarrando.
¡Ay!,
Sorayita, cuánto te queremos, cuánto apreciamos esa sonrisa burlona con la que
entras a la sala de prensa, cuánto estimamos esos piropos que lanzas a Montoro
cuando le susurras que jamás equivoca sus apreciaciones numéricas. Ahora que lo
tienen todo copado (hasta el Tribunal Constitucional), nos vienes con estas
montadas. Quién te va a creer, angelito. Además, un lego como yo se atreve a
vaticinar que ese paquete (bien les gusta la palabreja) de medidas no va a
suprimir cargo alguno político (llámalo concejal, consejero o como prefieras),
ni todo ese conglomerado que se han montado en cualquier consistorio, por muy
pequeño que sea. No los tiros no van por ahí. Con la pretendida reforma de las
administraciones solo conseguirán incrementar la lista del paro, porque la
obsesión se llama ataque funcionarial. No contentos con los hachazos sus sueldos, ahora van directamente a por
ellos.
Lanzo una
propuesta a los populares tinerfeños. Que personalizo en la figura de su
presidente insular, y alcalde de mi pueblo. Ya estás tardando, Manolo, en
publicar –algo que te encanta porque ante cualquier ‘bobería’ ya nos estás
intentando vender la moto– cuál va a ser la reducción que piensas acometer en
el organigrama municipal. Te doy ideas:
Sobran
concejales liberados, máxime cuando todos los servicios municipales están
concentrados en las empresas públicas. Y encargados (ahí meto a dichos ediles)
existen más que operarios (digno ejemplo, por cierto, de la visión que tiene el
ciudadano del respeto a los dineros públicos: uno trabaja y ocho miran). La
canción de que estando al pie del cañón vale para que vengan millones de otras
administraciones, ya suena a disco rayado. Si el ayuntamiento gravita sobre los
hombros de Adolfo y de usted mismo, las marionetas para los festejos populares.
Sobra ese
entramado que gira en torno a los mentados en el apartado anterior. Me dijo en
cierta ocasión que iba a poner a una funcionaria como secretaria particular de
la alcaldía (algo que cumplió) para racionalizar el gasto, pero después tuvo
que contentar a demasiado estómago agradecido y pululan por pasillos y
despachos más seres vivientes extraños que los que forman parte del personal de
plantilla.
Sobran muchas
más facetas que son completamente innecesarias y que solo han conducido a
llenar los edificios consistoriales con tutores (por no escribir comisarios),
que han desembocado en situaciones tan esperpénticas como las de no saber a qué
atenerse el funcionario en su quehacer diario. Y cuando llegan estas propuestas
de reforma, los culpables son los que han estado currando décadas en las
oficinas municipales, mientras los advenedizos, y sus cohortes de satélites,
seguirán campando a sus anchas por el mero hecho de ser afiliado de la agrupación.
En fin, da
para mucho más, pero esbozado queda. No moverán un dedo. La vaca lechera
requiere mimos y carantoñas. Al final, cuando la cuerda se rompa, escucharemos
una vez más la melodía aludida al inicio del post. Cuánto privilegio hemos
disfrutado aquellos que ganamos nuestros sueldos de la hucha de los dineros
públicos. Ustedes, los sacrificados –qué ironía– tienen acceso igualmente a esa
caja del turrón y, como es legal, a otros sobresueldos para compensar tanta
abnegación.
Si a los
electores nos diera por cambiar, el milagro consistiría en tener que
habituarnos a nuevas caras, porque el tinglado permanecería. El cambio que
siempre se esgrime no va por ahí. Qué ganas tengo de que una fuerza política
lance un órdago en tal sentido y nos convenza con un verdadero plan de
austeridad. Y que sea capaz de llevarlo a la práctica, por supuesto.
Por mucho que
haya cambiado la situación (en demasiados aspectos a peor), me sigo preguntando
cómo sobrevivieron las corporaciones de los años ochenta del pasado siglo. Con
unas cuantas máquinas de escribir y generosas dosis de ilusión y voluntad.
Hasta la memoria histórica ha quedado relegada a papeles. Demasiado fácil, y
cómodo, ser en la actualidad cargo público. Tanto que lo puede hacer, y ser,
cualquiera. Y como nosotros lo hemos permitido, y lo seguimos haciendo, la
mediocridad se ha instalado… ¿Para qué seguir?
Hoy en Día de
San Juan. Felicidades a todos ellos. Y ellas (vaya mariconada).
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