No me refiero
a ese portentoso invento de la tele canaria por el que tiene entretenidas a las
noveleras de turno en las tardes supuestamente laborables. Qué antiguo me estoy
volviendo. Y mientras los presentadores sostienen que se trata de una campaña
para reactivar la decaída economía –como el trescientos noventa y cinco plan de
empleo del presidente–, yo me apuesto –vaya manía me ha entrado por aventurarme
con 50 céntimos– la cantidad estipulada que a los mandamases del susodicho
programa lo que realmente les importa es ganar audiencias. Y como nos gusta
saludar en riguroso directo y mostrar nuestra mejor sonrisa en abierto… vamos
todas como locas que lo dan por la tele.
No, van los
tiros por otro lado bien diferente. Una discoteca alicantina ha tenido la infeliz
ocurrencia de ofrecer una copa gratis por cada suspenso que muestre el
estudiante (?) en su boletín de calificaciones. Original idea para luchar
contra el fracaso escolar. Como nos hallamos en tiempo de entrega de notas
finales, ya me imagino lo contentos que estarán todos aquellos que no dieron
gongo durante el curso. Cogerán su papelito, cuantos más insuficientes, mucho
mejor, se lo restregarán por los bezos a los que se esforzaron e intentaron cumplir
con la obligación contraída, y saldrán a toda mecha en busca de las
consumiciones. Todas suspendidas equivaldrá a coger una merluza de las que
hacen época. Otro adepto de la cofradía de los borrachos conocidos. Que ya
habrá lugar, con el paso del tiempo, para formar parte de la de alcohólicos
anónimos. Eso será cuando haya cogido un fisco de vergüenza.
En estos
patéticos casos, con tan dignos modelos y ejemplos, las autoridades de todo
tipo –también la fiscalía, por supuesto– seguirán velando por los sagrados
intereses de la infanta. Hoy va todo con minúscula. Y como lo peor ya ha pasado
–hasta el Banco de España se ha sumado a la buena nueva–, no tardaremos
demasiado para volver a embarcarnos en mayores despropósitos. Como cuando se
abandonaban los institutos para ir a ganar mucho dinero al Sur –con el torso
descubierto para ponerse moreno de paso–, bastante más que el que percibía el
abnegado profesor, que, a decir del desertor, seguía haciendo el gilipollas
entre las cuatro paredes del aula.
Dicen que la
crisis ha obligado al retorno. Sobre todo a los ciclos de la Formación Profesional.
Y que las matrículas se han desbordado. Claro, no era cuestión de que los
vendedores de ‘altas graduaciones’ dejaran pasar la oportunidad que se les
brindaba. Y ahí está ese portento en Alicante. Que me hizo recordar cierto
hecho real –que no anécdota– acaecido en un centro docente de este pueblo de
Los Realejos. Fue, asimismo, en esta época de fin de curso y te la cuento:
Cierto
alumno, por decir algo, de los primeros cursos de la ESO (para no concretar que era
de segundo), tras un exitoso periplo de diez meses por pasillos, cuartos de
baño, patio de recreo, despachos de la dirección y jefatura de estudios, amén
de la totalidad de tutorías, recibió el correspondiente premio en forma de un
suspenso global (todas las áreas). Cuando acude el padre del angelito a recoger
aquel esplendoroso regalo, armó la de Dios en Cristo (con mayúscula y dedicado
al nuevo plan de educación y al mismísimo Wert). No sé en qué mundo vivía el
progenitor (del angelito), ni si fue consciente a lo largo del curso de la
cantidad de veces que se le llamó o de si tuvo en su poder, al menos, las
calificaciones de las evaluaciones parciales que les fueron enviadas. Firmadas
volvían al centro.
Tras las
desavenencias de rigor, el culpar a todo bicho viviente que pasara por su
imaginación, y el remate con el clásico “yo te mato”, se fueron apaciguando los
ánimos y reconduciendo la situación. Hasta que en cierto instante del melodrama
al chaval no se le ocurre mejor salida que solicitarle al padre que le compre
una moto, con la promesa de que su actitud iba a cambiar radicalmente y se
pondría a estudiar como el mejor de los alumnos aventajados.
Concluye la
reunión en el IES, viene el periodo vacacional, y a la vuelta, en los primeros
días de septiembre, se nos presenta nuestro protagonista a examinarse medio
cojo, y tras dejar mal aparcada, para variar, el objeto de su deseo: la moto. A
la que, por las averiguaciones de rigor, había dado tres o cuatro estampidos en
los meses de julio y agosto durante sus excursiones playeras y a fiestas
varias, que el estío se presta para tales jolgorios.
El éxito
obtenido en esta convocatoria te lo puedes imaginar: ni una. Fue tanto lo que
estudió en el curso siguiente que en noviembre se le perdió la pista al
mozalbete y nunca más se supo. Bueno, de entrada, porque unas semanas después
llegó la solicitud de traslado de matrícula a un instituto sureño, que jamás
debió pisar el aventajado. Y es que el chollo de un padre así –desconozco la
situación más reciente– era bastante frecuente. Lo de la motocicleta y otros
artilugios fue moneda de cambio habitual para que ciertos padres (que de tal
solo tenían el hecho de haber procreado y para eso no es menester cursillo
alguno) se quitaran de encima problemas añadidos de una vida de sacrificios y
problemas.
No me
extraña, pues, lo de la discoteca. Música de tal calibre hemos gozado aquellos
que estuvimos décadas en el gremio. Y no te creas tú que ni siquiera nos queda
el consuelo de los alumnos que aprueban, porque tal circunstancia es mérito
exclusivo de sus mentes prodigiosas, a decir del tipo de padres restante. La
nuestra es una profesión de inmensas satisfacciones. ¿O era? Menudo chollo.
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