Este pasado
lunes nos reunimos, en torno a una mesa en la que se hallaban unos vasos de
vino (unas veces llenos y otras no), un selecto grupo de viejas glorias del
colegio público Toscal-Longuera. Y pensé durante buen rato si titular este post
de esa manera: Viejas glorias. Pero no lo hice y me decanté por el que leíste
arriba porque en el transcurso de las conversas habidas en esa tarde-noche –que
guardaron fielmente una proporción inversamente proporcional al contenido de la
botella, un excelente vino tinto de la zona de Santa Úrsula, pues a medida que
descendía el contenido se incrementaba el sumario de los temas a debatir–
sacamos a colación el cómo se escribe en la actualidad. Cosas de maestros. Y no
ya en los foros de las redes sociales y los teléfonos móviles (que ya es de
armas tomar), sino en lo atrevido que nos estamos volviendo con el avance de las
nuevas tecnologías. Como Internet te permite en unos minutos crearte un blog,
por ejemplo, ya nos sentimos capacitados para volcar en el mismo nuestras inspiraciones
literarias o periodísticas, sin percatarnos de que para semejantes osadías se
requiere, con carácter previo, disponer de unos aprendizajes y conocimientos
básicos para la aventura. Porque escribir, con un mínimo de decencia, no es
soplar y hacer botellas. Es menester un ligero dominio de la composición
escrita y sujetarse a una reglas de ortografía, vocabulario, concordancia. Y
leerlo, coño, antes de publicarlo, que tanto no cuesta.
Y el
particular aludido no es en realidad tan grave porque todo dependerá del número
de lectores que se alongue a ese medio. Pero como algunos no solo cuelgan
producción propia, sino que reciben información de los gabinetes de prensa
municipales, la cuestión que nos concita se puede agravar hasta extremos más o
menos peligrosos. Me consta que en determinados casos ni se le echa una visual
al contenido, pues se da por bueno lo que escupen los correos electrónicos.
Hace unos
días teníamos conocimiento de que los tribunales habían echado abajo una
contratación del alcalde icodense. Uno de esos (demasiados) puestos de libre
designación. Para entendernos, te enchufo porque eres amigo o militas en mi
partido y me lo señala el jefe, y punto, no se hable más. Quise comprender,
incluso, que la justicia ponía en duda la capacitación de la persona para
desempeñar la labor para la que se le nominaba.
Recordé,
igualmente, otra conversación, habida no ha tanto, con un compañero de estudios
de periodismo en la que incidíamos en el extraordinario intrusismo que existe
en este gremio. Para ejercer de médico hay que estudiar medicina. Para redactar
un proyecto de edificación tienes que ser arquitecto. Para oficiar la misa en
las iglesias debes ser cura. Pero periodista es cualquier cachanchán al que le
das una alcachofa. Y cuantas más barbaridades diga o escriba, mejor. Y si lo
adereza con un léxico de baja estofa, más chachi piruli todavía. En los
gabinetes de prensa de los consistorios, la degradación alcanza tintes
alarmantes. Desde ayuntamientos que lo menos que necesitan es esa figura, hasta
aquellos otros que no les basta con disponer de una persona. No, varias, uno de
fotógrafo; otro de relaciones públicas, otro que garabatea, otro que corrige al
anterior, otro que le va con los cuentos al alcalde… Todo ello ha desembocado
en tener unas redacciones en los periódicos cuya labor es desechar, porque es
tal la avalancha que les llega desde los municipios que de incluirlo todo no va
a quedar espacio para la sección de ‘Contactos’, que es la que deja los euros.
Llegó a mis manos un programa de una de las tantas fiestas veraniegas
en esta isla de Tenerife. Elaborado por el correspondiente gabinete de prensa,
pues las susodichas, como casi todas las importantes de los pueblos, son
costeadas con dineros públicos. Eso de formar una comisión que se encargue de
vender rifas, lotería y demás ha quedado para barrios y festejos más
familiares. En el indicado programa, como no podía ser de otra manera, las
salutaciones del alcalde y concejal delegado, amén de otras colaboraciones. De
las dos primeras no son responsables las autoridades mentadas. Harto sabido es
que los políticos no escriben, alguien lo hace por ellos. Las colaboraciones de
personas del pueblo, pregoneros, mantenedores, cargos a los que se les debe
algún favor, etc. suelen incluirse tal cual nos las remiten. Añadan
fotografías, actos religiosos, lúdicos, culturales y otro etcétera,
composición, tipografía, impresión, presentación y a repartir. En el trayecto
han cobrado bastantes. Lo traduzco: mis errores no cuestan dinero y su
trascendencia es escasa. Pero los vuestros, por Dios y la Virgen (con mayúscula,
inspeccionen), ¡cobran por eso!
A los que nos
toca leer tenemos varias opciones: pagar el librito (¿no abonamos nuestros
impuestos con obediencia ciega?), anotar a qué actos acudiremos, echarnos las
manos a la cabeza si nos percatamos de errores dignos de la condena al infierno,
y callar la mayoría de las veces. Y sin por casualidad se te ocurre rogar a los
causantes de las pifias que lo tengan en cuenta para la próxima vez, que sean
más diligentes porque están varias semanas componiendo el boceto de marras y
porque cobran para hacer las cosas bien y todo eso, se molestan, se cabrean, se
enfadan y se vengan buscándote fallos a las boberías que tú escribes y que ni
son importantes ni causan perjuicio alguno, en ningún sentido y bajo ningún
concepto.
Es tanto el
éxito de este intento (vano) que únicamente pretende la utilización más
correcta de nuestra rica lengua, que una locución adverbial (sobre todo) sigue
siendo una elegante prenda de vestir (sobretodo) en un escrito de hace unas
semanas y al que hice referencia sin que nadie me haya prestado el más mínimo
caso. Claro, como no dispongo de WhatsApp.
Pues yo no
pierdo la esperanza. Iluso (idiota) que soy. Unas guindas de un programa. Pongo
en cursiva aquello que entiendo incorrecto (se admiten sugerencias).
Página 3: (…)
mantener viva las costumbres y
tradiciones (…). Hasta sus pies se
postraron (…). (…) el 25 de julio de 1.797
en (…).
Página 5: (…)
desde un núcleo de tierra a dentro
(…). (…) a los pies de quién conoce
tanto (…).
Página 6: En
varias ocasiones se plasma la palabra escuchante.
No existe tal vocablo. En todo caso, escuchador o escuchadora. Cuando se cierra
un signo de admiración o interrogación, luego no se pone punto: (…) de María!. Debe ser: (…) de María!
Páginas 9 a 13: Faltas de tildes o
cuando no va se pone (plantee por
planteé, Pregon por Pregón, levante por levanté, lagrimas por lágrimas, rodee por rodeé, éste día por este día…), bolla
por boya, callados por callaos… Bastantes
más errores. Este escrito no fue revisado. Han tenido un año para hacerlo. Una
simple lectura hubiese bastado.
Página 24: Hecha tus redes contento (…). (…) porqué por porque.
Cuando me
senté ante el ordenador no sabía de qué iba a escribir. Voy mejorando. Creo
hallarme apto para pasar a formar parte de cualquier gabinete de prensa. El
problema será que cualquier juez tumbará el nombramiento (o la designación) por
exceso de años. Imposible: no estoy afiliado a nada. Y como no me debo, no me
quieren.
¿Cuánto
tiempo dedicas a eso? Bastante. Procuro hacer las cosas bien. Y sin
obligaciones ni salarios.
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